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El testamento de Aquiles Nazoa
Esto es un manuscrito que encontré en su escritorio de trabajo días después de su muerte. Primera vez que se publica:
Testamento 1975
“La noción de lo que es vivir, me ha llegado muy tarde. Permítanme, queridos deudos, organizadores de mi sepelio, evitarse la ampulosidad del coche fúnebre en el que habéis convenido enviarme al otro mundo como un hediondo paquete y dejadme ir por los propios pasos que marca mi corazón”.
Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda,
ni llores sacudiéndote como quien estornuda,
ni sufras "pataletas" que al vecindario alarmen
ni para prevenirlas compres gotas del Carmen.
No te sientes al lado de mi cajón mortuorio
usando a tus cuñadas como reclinatorio;
y cuando alguien, amada, se acerque a darte el pésame,
no te le abras de brazos en actitud de ¡Bésame!
Hazte, amada, la sorda cuando algún güelefrito
dictamine, observándome, que he quedado igualito.
Y hazte la que no oye ni comprende ni mira
cuando alguno comente que parece mentira.
Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda:
Yo quiero ser un muerto como los de Neruda;
y, por lo tanto, amada, no te enlutes ni llores:
¡Eso es para los muertos estilo Julio Flórez!
No se te ocurra, amada, formar la gran "llorona"
cada vez que te anuncien que llegó una corona;
pero tampoco vayas a salir de indiscreta
a curiosear el nombre que tiene la tarjeta.
No me grites, amada, que te lleve conmigo
y que sin mí te quedas como en "Tomo y Obligo",
ni vayas a ponerte, con la voz desgarrada,
a divulgar detalles de mi vida privada.
Amor, cuando yo muera no hagas lo que hacen todas;
no copies sus estilos, no repitas sus modas:
Que aunque en nieblas de olvido quede mi nombre extinto,
¡sepa al menos el mundo que fui un muerto distinto!
Contando —ya voy por cien—
para quedarme dormido,
hambriento, solo, aburrido,
vengo de Cagua en tren.
Paramos junto al andén
de una pequeña estación,
y allí sube un hembrón
de tan espléndido empaque,
que, iniciado el plan de ataque,
le busco conversación.
No me tengo que esforzar
para "buscarle pelea",
pues ella también desea,
por lo visto, conversar.
La coge, para empezar,
por el tema del calor,
y a falta de algo mejor
con que seguir adelante,
se pega a hablar de un cantante
que es de mi mismo color.
Tratando de contener
aquel torrente espantoso
que por estar de gracioso
yo mismo he puesto a correr,
le ofrezco: — ¿Quiere leer?
Y ella, alarmada: — ¡Qué horror!
Si usted supiera, señor,
a mí, libro no me pasa...
Y eso que tengo en mi casa
"Los
Tintanes
del Amor".
Y empieza el cuento sin fin
en torno a cierta historieta
que su hermanita Enriqueta
se está leyendo en "Pepín".
Para ponerse carmín
apaga un poco el motor;
pero con furia mayor
vuelve a la carga al instante
¡de nuevo con el cantante
que es de mi mismo color!
Ya tengo la sensación
de que, prendida en la oreja,
lo mismo que una cangreja
llevo a la dama en cuestión.
¡Oh lector, por compasión,
moviliza tu saber
y dime qué debo hacer
contra su implacable charla!
Sin tener que asesinarla,
¿cómo callo a esta mujer?
Yo no practico, ¡oh perro!, la venganza,
pero en esta ocasión, a mi manera,
de Aquiles vengador la hiriente lanza
para puyarte a ti blandir quisiera,
pues colgajos creyéndolos de panza
o acaso medallones de ternera
anteayer tus diabólicos colmillos
clavar osaste, ¡oh perro!, en mis fondillos.
No es el dolor, ¡oh perro!, ni es la ira
ni tampoco el rencor lo que me impele
a que hoy tuerza las cuerdas de mi lira
y cual látigo usándolas te pele,
pues tu mordisco fue, si bien se mira
un mordisco trivial que ni me duele;
pero me duelen, sí, mis pantalones,
y en su nombre te escribo estos renglones.
Jamás varón alguno, que yo sepa,
de todos los que inscribe mi linaje,
ni aún cuando jugaban palmo y pepa,
rodeados de famélico perraje,
o enfrentaban, buscándose la arepa
perros de variadísimo pelaje,
jamás ninguno fue, vuelvo y repito,
atacado por perro ni perrito.
Tal nuestro orgullo fue y nuestra presea
en el deporte igual que en el trabajo;
mas llegas tú de pronto con la idea
de que solomo soy o bien tasajo,
y de un solo empellón, maldita sea,
toda una tradición echas abajo:
¡Gracias a ti y al diablo que te auxilia,
soy el primer mordido en la familia!
Yo consagré a los perros más de un canto,
yo en más de una ocasión, con voz canora,
le supliqué a San Roque, vuestro santo,
que os tendiera su mano protectora:
hoy os quiero también, pero no tanto,
pues si os tuve por buenos hasta ahora,
hoy os encuentro, ¡oh perros!, tan cretinos
que prefiero a los dóciles cochinos.
Contempla, pues, ¡oh perro!, lo que has hecho:
al hundir en mis glúteos tus colmillos
no sólo, como he dicho, me has deshecho
una vasta porción de los fondillos,
sino que a suponer me das derecho
que son todos los perros unos pillos...
¡Todo esto por morderme a mí, tan seco,
habiendo en este mundo tanto adeco!
Buen día, tortuguita,
periquito del agua
que al balcón diminuto de tu concha
estás siempre asomada
con la triste expresión de una viejita
que está mascando el agua
y que tomando el sol se queda medio
dormida en la ventana.
Buen día, tortuguita,
abuelita del agua
que para ver el día
el pescuecito alargas
mostrando unas arrugas
con que das la impresión de que llevaras
enrollada una toalla en el pescuezo
o una vieja andaluza muy gastada.
Buen día, tortuguita,
payasito del agua
que te ves más ridicula y más torpe
con tus medias rodadas
y el enorme paltó de hombros caídos
que llevas sobre tí como una carga
y con el que caminas dando tumbos,
moviendo ahora un pie y otro mañana
como una borrachita,
como una derrotada,
como un payaso viejo
que mira con fastidio hacia las gradas.
Buen día, tortuguita,
borrachito del agua...
¿De dónde vienes, dí, con esos ojos
que se te cierran solos, y esa cara
de que en toda la noche no has dormido,
y esa vieja casaca
que se ve que no es tuya,
pues casi te la pisas cuando andas?
Buen día, tortuguita,
filósofo del agua
que te pasas la vida hablando sola,
porque si no hablas sola, ¿a quién le hablas?
¿Quién, a no ser un tonto atendería
a tus tontas palabras?
¿Ni quién te toma en serio a tí con esa
carita de persona acatatarrada
y esa expresión de viejita chocha
que a tomar sale el sol cada mañana
y que se queda horas y horas medio
dormida en la ventana?
Buen día, tortuguita,
periquito del agua,
abuelita del agua,
payasito del agua,
borrachito del agua,
filósofo del agua...
De algún tiempo a esta parte la meteorología
ha adoptado el sistema — muy extraño a fe mía
y por demás ilógico a mi modo de ver —
de nombrar los ciclones con nombre de mujer.
Sobre todo los célebres ciclones del Caribe,
enemigos jurados de todo lo que vive,
ciclón que se produce del Caribe en la zona,
ciclón que por el nombre se convierte en ciclona;
y cuanto más destruya, más mate y más derribe,
más bonito es el nombre femenil que recibe.
Habiendo apelativos como Atila o Sansón,
que son tan apropiados para cualquier ciclón,
lo corriente es que el nombre con que se les define
no sugiera ciclones sino estrellas de cine.
Así se nos describen las hazañas de "Flora",
un ciclón que no obstante su nombre de señora,
cuando pasó por Cuba
hizo en aquellas tierras más daño que la buba;
o se dice que "Daisy" desmanteló una islita
a pesar de su nombre de catira chiquita,
O bien se nos relatan las andanzas de "Cleo",
como de una turista que anda dando un paseo,
¡y resulta que es "Cleo" un tronco de ciclón
que por donde se mete no deja ni el manchón!
A mi nadie me saca que el sistema en cuestión
no es obra de la ciencia sino de algún guasón
que quizá con las damas tiene alguna rencilla
y por vengarse de ellas les echó esa varilla.
Yo convengo, que si quieren bautizar a un ciclón,
que le pongan el nombre de un famoso soplón
o tal vez el de algún animal destructivo
como son, por ejemplo, la langosta o el chivo.
E incluso aceptaría, si el ciclón es chiquito,
que por darle algún nombre lo llamaran Pepito;
así cuando a algún pueblo vuelva el ciclón pedazos
diremos que es Pepito que anda dando pepazos.
Mas ¿por qué darle nombres como los antedichos
a una cosa tan macha como son esos bichos?
Si yo fuera señora ya hubiera protestado
contra los que tan raro sistema han instaurado,
pues resulta una falta de consideración
bautizar con un nombre de mujer a un ciclón.
Cochino, buenos días.
Cochino, ¿cómo estás?
¿Qué me cuentas, cochino?
¿Qué novedades hay?
¡Espera! No te asustes:
no te vengo a matar.
Acércate, cochino:
cochino, ven acá.
Quédate aquí echadito,
sin gruñir ni roncar,
y como dos amigos
vamos a conversar.
Tú no sabes, cochino,
qué lastima me da
saber que a ti la gente
no te suele nombrar
sino para hacer chistes
por lo hediondo que estás,
y que nadie en el mundo
se te puede acercar
sin decir: ¡fo, carrizo!
sin decir: ¡fo, cará!
Yo, cochino, te admiro,
yo te admiro a pesar
de que con esa trompa
pareces un disfraz,
porque pese a tu aspecto
tan poco intelectual
y a ese absurdo moñito
que te cuelga de atrás,
ya quisieran, cochino,
los que te tratan mal
tener de tus virtudes
siquiera la mitad.
¡Oh, imagen cochinesca
de la sinceridad!
Tú haces tus cochinadas
metido en tu barrial:
como eres un cochino,
te comportas como tal
sin ocultarle a nadie
tu condición social.
Ni engañas, ni te engañan:
tú vives, y ya está;
sabes que mientras seas
cochino y nada más,
del palo cohinero
nadie te va a salvar,
y así esperando vives
tu toletazo en paz.
Ni pides garantías
ni pides libertad,
ni pides que interpelen
al cochinero tal
porque mata cochinos
sin permiso del SAS,
sino que estás tranquilo
metido en tu barrial
con tu trompa adelante,
con tu rabito atrás
soportando en silencio
la pueril necedad
de los que te hacen chistes
por lo hediondo que estás,
y dicen fo carrizo
y dicen fo cará,
y no ven que ellos mismos
—o su modo de actuar—
comparados contigo
huelen mucho más mal.
Hasta luego, cochino,
yo me voy a almorzar;
te prometo que el lunes
vendré a tu barrial
y si no te han raspado
volveremos a hablar.
Mas por si para entonces
no te vuelvo a encontrar,
acércate, cochino,
ven, acércate más,
para darte en la trompa
mi besito final.
Hoy quiere hacer memoria
mi pluma costumbrista
de una vieja costumbre
que ya nadie practica;
una costumbre de esas
que están hoy extinguidas
y a la cual en Caracas
le deben hoy en día
su renombre y su fama
muchas grandes familias.
Antes en las pensiones
y casas distinguidas
cuando alguna señora
mataba una gallina
tiraba para el techo
las patas y las tripas
y a los pocos minutos
ya estaban ahí arriba
diez o doce zamuros
que a comerse venían
las tripas y las patas
que botaba la misia.
A veces uno de ellos,
por estar de egoísta
el vuelo levantaba
llevándose una tripa,
y en la tripa enredada
una teja se iba,
por lo cual en Caracas
una casa no había
que no tuviera siempre
varias tejas corridas.
Pero a pesar de eso,
seguían las familias
tirando para el techo
las patas y las tripas,
y cuantos más zamuros
al tejado venían,
más contenta en la casa