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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Azul (86 page)

—Las ex metanacionales son un problema también —dijo Ariadne—. Codician este planeta aún más que la UN.

—Como no podía ser de otro modo.

A Maya no la sorprendía que las antiguas metanacs ostentaran aún tanto poder en la Tierra. Habían imitado el modelo de Praxis para sobrevivir, y debido a ese cambio fundamental habían dejado de ser feudos totalitarios dispuestos a conquistar el mundo; pero seguían siendo grandes y fuertes, y contaban con un gran capital, tanto de recursos humanos como monetario. Y querían seguir obteniendo beneficios, ganando el sustento de sus miembros. A veces hacían cosas que la gente necesitaba de veras, nuevas y mejores, pero con mayor frecuencia se aprovechaban de la situación para crear necesidades ficticias y sacar partido. Muchas ex metanacionales intentaban estabilizarse mediante la diversificación, como en los tiempos de las inversiones, y eso hacía aún más difícil evitar las estrategias peligrosas. Y ahora muchos de esos antiguos monstruos comerciales se habían embarcado en activos programas marcianos. Trabajaban para los gobiernos terranos transportando gente a Marte, construyendo ciudades y poniendo en marcha las minas, sistemas de producción y comercialización. Y pensar que la emigración de la Tierra a Marte no cesaría hasta que se alcanzase un perfecto equilibrio entre sus poblaciones, lo cual, dado el hipermaltusianismo imperante en la Tierra, sería un desastre para Marte.

—Sí, sí —dijo Maya con impaciencia—. Aun así, tenemos que ayudarlos, y mantenernos en el dominio de lo aceptable para ambos. O de lo contrario habrá guerra.

Charlotte y Ariadne se marcharon muy preocupadas, y Maya comprendió que si buscaban su ayuda era porque debían de estar en un grave aprieto.

Retomó su vieja actividad política directa, aunque trató de mantenerla dentro de unos límites. Raras veces abandonaba Odessa, salvo por asuntos de CFE. Tampoco dejó de colaborar con la compañía teatral, que se había convertido en el verdadero núcleo de su actividad política. Pero empezó a asistir a mítines y manifestaciones, y algunas veces intervenía. El
Werteswandel
adoptaba múltiples formas. Una noche hasta se dejó llevar por el entusiasmo y accedió a presentarse como candidata a senadora por Odessa, como miembro de la Sociedad Terrana de Amigos, si no encontraban otro candidato. Más tarde, cuando tuvo oportunidad de meditarlo, les suplicó que buscaran a otra persona y al final decidieron presentarse con un joven autor teatral del Grupo que trabajaba en la administración local de Odessa; una buena elección. Una vez libre de eso siguió ayudando a los Cuáqueros de la Tierra, aunque menos activamente, cada vez más distante, porque no se podía desbordar la capacidad de soporte de un planeta sin provocar un desastre; eso era lo que la historia de la Tierra a partir del siglo XIX demostraba. Como en un número de funambulismo, tenian que admitir gente pero no demasiada; al fin y al cabo, mantenía en las reuniones, era mejor afrontar un período limitado de superpoblación que una invasión directa.

Y durante todo ese tiempo Nirgal anduvo por las tierras del interior, vagando como un nómada y hablando con salvajes y granjeros; y Maya, que albergaba muchas esperanzas en la presion marciana, esperaba que causara el habitual efecto sobre lo que Michel llamaba el inconsciente colectivo. Mientras tanto ella se enfrentaba como podía a esa otra faceta, la historia, la faceta más oscura, pues se entretejía con su vida y la devolvía a los presagios de su pasado en Odessa.

Se trataba, pues, de una especie de
déjá vu
maligno. Y entonces los
déjá vus
reales regresaron, absorbiendo la vida de todas las cosas, como siempre. Si la sensación era fugaz se sobresaltaba, un aterrador recordatorio, visto y no visto. Pero si duraba todo un día era una tortura, y una semana, el infierno. Según Michel, en las revistas médicas lo llamaban estado estereotemporal o bien sensación de
ya vivido
, y parecía ser un problema común entre los muy ancianos. Nada podía ser peor que aquello para sus emociones. Cuando ocurría, desde el momento en que se despertaba vivía cada instante como una exacta repetición de un instante pretérito, como si el concepto de Nietzsche del eterno retorno, la repetición infinita de todas las posibles series espaciotemporales, cobrara realidad en su experiencia. ¡Horrible! Y tenía que avanzar a trompicones por el ya vivido de esos días previstos, como un zombie, hasta que la maldición se levantaba, a veces lentamente, como se levanta una niebla espesa, otras como un brusco retorno al estado no estereotemporal, como cuando uno deja de ver doble y enfoca las cosas y aprecia su verdadera profundidad. De vuelta a lo real, con su bendita sensación de novedad, contingencia, ciego devenir, donde podía experimentar cada momento con sorpresa y sentir las familiares subidas y bajadas de su sinusoide emocional, una ola rompiendo contra la orilla que, aunque molesta, al menos significaba movimiento.

—Muy bien —dijo Michel cuando ella salió de uno de esos encantamientos, preguntándose sin duda cuál de las drogas del cóctel que le había administrado lo había conseguido.

—Tal vez si pudiera alcanzar el otro lado del
presque vu
... —dijo Maya débilmente—. Ni el
deja
ni el
presque
ni el
jamáis
, simplemente el
vu
.

—Una especie de iluminación —aventuró Michel—. Saton, o Epifanía. Una unión mística con el universo. Me han dicho que por lo general es un fenómeno de corta duración, una experiencia cumbre.

—¿Pero con residuo?

—Sí, después uno se siente mejor con el entorno. Pero la verdad es que para ello hay que alcanzar una cierta...

—¿Serenidad?

—No... bueno, sí. Una cierta tranquilidad mental, podría decirse.

—Que no va conmigo precisamente, quieres decir. Michel esbozó una sonrisa.

—Puede cultivarse. Uno puede prepararse para ella. Eso es lo que persigue el budismo zen, si lo he entendido correctamente.

Maya empezó a leer textos zen, pero todos lo dejaban claro: zen no era información sino comportamiento. Si el comportamiento de uno era correcto, era posible alcanzar la claridad mística aunque no seguro, e incluso si se alcanzaba, solía ser un episodio breve, una visión.

Estaba demasiado aferrada a sus hábitos para lograr esa clase de cambio de actitud mental, y desde luego no tenía el dominio de sus pensamientos necesario para preparar una experiencia cumbre. Vivía su vida y los disturbios mentales se entrometían en ella. Pensar en el pasado favorecía su manifestación al parecer, de manera que se ocupaba del presente cuanto podía. En eso consistía el zen, y llegó a ser toda una experta; al fin y al cabo había sido su estrategia instintiva de supervivencia durante años. Pero una experiencia cumbre... Ver por fin lo casi visto... Un presque vu se abatía sobre ella, el mundo adquiría esa aura de significado impreciso y poderoso en el limite de sus pensamientos, y ella empujaba, o se relajaba, o trataba de seguirlo, de atraparlo, intrigada, temerosa, esperanzada; y entonces se desvanecía y pasaba. Algún día, quizá... ¡cuánto la ayudaría, después! ¡Y a veces sentía tanta curiosidad por conocer lo que guardaba! ¿Qué era aquella comprensión que se cernía en esos momentos sobre su mente sin entrar en ella? Era demasiado real para ser una ilusión...

De manera que aunque al principio no lo supo, eso era lo que buscaba al aceptar la invitación de Nirgal de acompañarlo al festival de Olympus Mons. A Michel le pareció una gran idea. Una vez al año en la primavera septentrional la gente se reunía en la cima del Monte Olimpo, cerca del cráter Zp, para celebrar una fiesta en el interior de una cascada de tiendas con forma de medialuna, sobre baldosas de piedra y azulejos, una especie de réplica de aquella primera reunión para celebrar el final de la Gran Tormenta, durante la cual el asteroide de hielo había surcado llameante el cielo y John les había hablado de la venidera sociedad marciana.

Sociedad que podría decirse que ya había llegado, al menos ciertos momentos y lugares, pensó Maya mientras su tren subía por la pendiente del gran volcán. Estaban en Olympus en L
s
90, para recordar la promesa de John y celebrar su cumplimiento. La mayoría de los participantes eran jóvenes nativos, aunque también había muchos recién inmigrados que acudían a aquel festival tan famoso con la intención de pasar una semana haciendo música o bailando, o ambas cosas. Maya prefería bailar, porque no sabía tocar más que la pandereta. Y como había perdido de vista a todos sus amigos, a Michel, Nadia y Art, Sax, Marina y Ursula, Mary, Nirgal y Diana, pudo bailar con extraños y olvidarse de todo, limitarse a mirar los rostros luminosos de los que pasaban, diminutos pulsares de conciencia que gritaban:
¡Estoy vivo, estoy vivo, estoy vivo!

El baile se prolongaba toda la noche, una señal de que la asimilación se estaba produciendo, de que la areofanía tendía su red invisible sobre todo aquel que llegaba al planeta, de manera que sus tóxicos terranos se diluían, y la verdadera cultura marciana se alcanzaba al fin como una creación colectiva. Sí, y era bueno, pero no una experiencia culminante. Aquél no era lugar para eso, no para ella. La mano muerta del pasado pesaba demasiado allí, todo se conservaba casi intacto en la cumbre de Olympus Mons, el cielo aún negro y estrellado con una banda púrpura en el horizonte... Según Marina, habían llenado el inmenso borde de hoteles para alojar a los peregrinos en su circunnavegación por la cima, y había también refugios en la caldera, para los alpinistas rojos que se pasaban la vida en aquel mundo de convexos acantilados superpuestos. Era extraño lo que llegaba a hacer la gente, pensó Maya, y los extraños destinos que aguardaban en Marte en esos tiempos.

Pero no a ella en Olympus Mons; era demasiado alto, y por tanto estaba demasiado anclado en el pasado. No sería allí donde alcanzaría la experiencia que buscaba.

Sin embargo, tuvo ocasión de charlar largamente con Nirgal en el viaje de regreso a Odessa. Compartió con él las preocupaciones de Charlotte y Ariadne y él le habló de sus aventuras en las tierras salvajes, muchas de las cuales ilustraban el progreso de la asimilación.

—Al final ganaremos —predijo—. Marte es ahora el campo de la batalla entre pasado y futuro, y aunque el pasado es poderoso, todos nos dirijimos al futuro, y eso le confiere un poder inexorable, como el vacío que empuja hacia adelante. Últimamente casi puedo palparlo. —Y parecía feliz.

Entonces bajó el equipaje del estante y la besó en la mejilla. Estaba delgado y fuerte, y mientras se alejaba se volvió y dijo:

—Seguiremos trabajando en ello, ¿de acuerdo? Iré a visitaros a Odessa. Te quiero.

Y eso la hizo sentirse mejor, como siempre. Ninguna experiencia cumbre, sólo un viaje en tren con Nirgal, la oportunidad de conversar con aquel escurridizo nativo, aquel hijo bienamado.

Sin embargo, en Odessa continuó aquejada por los «episodios mentales», como Michel los llamaba. Esos «episodios» y otros semejantes eran bastante comunes entre los clientes de Michel de más edad. El tratamiento gerontológico parecía incapaz de preservar los recuerdos de sus cada vez más largos pasados. Y a medida que los recuerdos se desdibujaban, los incidentes aumentaban, hasta el punto de que algunos ancianos habían tenido que ser internados.

O bien morían. El número de miembros del Instituto de los Primeros Colonos para el que Michel continuaba trabajando mermaba año a año. Incluso Vlad murió. Después de ello Marina y Ursula se mudaron a Odessa. Nadia y Art vivían en Odessa Oeste, porque su hija, ya adulta, se había trasladado allí. Incluso Sax Russell tomó un apartamento en la ciudad, aunque pasaba la mayor parte del año en Da Vinci.

Para Maya esos cambios eran a la vez beneficiosos y perjudiciales. Beneficiosos porque amaba a todas aquellas personas y parecía que se estaban congregando en torno a ella, lo cual satisfacía su vanidad, y además le proporcionaba un gran placer estar con ellos. Se unió a Marina para ayudar a Ursula a superar la desaparición de Vlad. Al parecer ellos dos eran la verdadera pareja, aunque Marina y Ursula... en fin, el léxico relacionado con el
ménage á trois
era muy pobre. Ursula y Marina eran lo que quedaba, una pareja con una pena compartida, en nada distinta de las parejas de jóvenes nativos del mismo sexo que uno veía en Odessa, los hombres abrazados por la calle (una visión consoladora), las mujeres tomadas de la mano.

La hacía feliz verlas, o a Nadia, o a cualquiera del viejo clan. Pero no siempre podía recordar los incidentes que relataban como si fueran inolvidables, y eso la irritaba. Otra especie de
jamáis vu
, pero de su propia vida. Era mejor atender el momento, a trabajar en hidrología o en la próxima representación teatral, o sentarse a charlar en los bares con nuevos amigos o con completos desconocidos. Esperando que la iluminación se produjera un día...

Murió Samantha, y luego Jeremy, y aunque sus muertes estuvieron separadas por un par de años, después de tantas décadas durante las cuales nadie había desaparecido esa frecuencia parecía aterradoramente alta. Sobrellevaban los funerales lo mejor que podían mientras todo se ensombrecía alrededor, como en la cornisa cuando se acercaba una borrasca por los Hellespontus: las naciones terranas seguían enviando colonos no autorizados, la UN seguía amenazándolos, China e Indonesia se habían enzarzado en una lucha encarnizada, los ecosaboteadores rojos ponían bombas a diestro y siniestro, temerariamente, asesinando incluso. Y un día Michel entró en la casa acongojado:

—Yeli ha muerto.

—¿Qué? ¡No, oh, no!

—Una especie de arritmia cardíaca.

—¡Dios mío!

Maya no había visto a Yeli desde hacía años, pero perder a otro de los Primeros Cien, perder la oportunidad de volver a ver la tímida sonrisa de Yeli... No oyó el resto de lo que decía Michel, no ya por la pena, sino distraída por sus pensamientos, o por la autocompasión.

—Esto va a suceder cada vez más a menudo, ¿no es cierto? —dijo al fin cuando advirtió que Michel la miraba. Él suspiró.

—Seguramente.

Los sobrevivientes de los Primeros Cien volvieron a reunirse en Odessa para el funeral organizado por Michel. Maya aprendió mucho sobre Yeli de las intervenciones, sobre todo de la de Nadia. Dejó la Colina Subterránea para instalarse en Lasswitz, participó en la construcción de la ciudad y su cúpula y se convirtió en un experto en hidrología de acuíferos. En el 61 vagó de acá para allá con Nadia, tratando de reparar estructuras y mantenerse lejos de los conflictos, pero en Cairo, donde Maya lo había visto brevemente, se separó de los otros y no pudo escapar a Marineris. Dieron por supuesto que lo habían asesinado como a Sasha, pero se las había arreglado para sobrevivir, como buena parte de la población de Cairo, y después de la revolución se mudó a Sabishii y volvió a trabajar en los acuíferos, ligado a la resistencia, y contribuyó a convertir Sabishii en la capital del demimonde. Había vivido durante un tiempo con Mary Dunkel, y cuando Sabishii fue tomada por la UNTA, él y Mary pasaron a Odessa. Estaban allí para la celebración del nuevo año, que era la última vez que Maya recordaba haberlo visto. Despues Mary y él se separaron y fue a Senzeni Na, donde se convirtió en uno de los lideres en la segunda revolución. Cuando Senzeni Na se unió a Nicosia, Sheffield y Cairo en la alianza de Tharsis Este, acudió a Sheffield para ayudar a calmar los ánimos en la ciudad. Después regresó a Senzeni Na, donde sirvió en el primer consejo independiente de la ciudad y con el tiempo terminó siendo uno de los ancianos de la comunidad, igual que muchos de los Primeros Cien en otros lugares. Se había casado con una nisei nigeriana con la que tuvo un hijo. Fue en dos ocasiones a Moscú, y era un popular comentarista de la televisión rusa. La muerte lo había sorprendido trabajando en el proyecto de la cuenca de Argyre con Peter, vaciando algunos grandes acuíferos bajo los Charitum Montes sin alterar la superficie. Una bisnieta suya que vivía en Calisto estaba embarazada. Y un día, durante un picnic en el agujero de transición de Senzeni Na, Yeli se desmayó y fue imposible reanimarlo.

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