Roma Invicta (26 page)

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Authors: Javier Negrete

Tags: #Histórico

A los galos, que en aquella época apenas cultivaban la uva, les gustaba tanto el vino que se calcula que importaban diez millones de litros al año. Como dice el historiador Diodoro:

Los galos son excesivamente adictos al vino, y se atiborran bebiendo sin mezclar el que llevan a su país los mercaderes. […] Por eso, muchos comerciantes itálicos, impulsados por su característico amor al dinero, consideran que la afición al vino de los galos es para ellos un regalo de Hermes [patrón del comercio]. Estos mercaderes transportan el vino por barco a lo largo de los ríos navegables y en carromatos por la llanura, y lo venden a un precio increíblemente alto. Por un ánfora de vino reciben un esclavo. ¡Un sirviente a cambio de un trago! (5.26.3).

En la segunda ruta comercial mencionada, la del Aude y el Garona, se fundó en 118 otra importante colonia: la ciudad de Narbona, germen de la provincia de Galia Narbonense. Más tarde, todo el sureste de Galia se conocería como «la provincia» por excelencia, nombre que se acabó convirtiendo en Provenza.

Durante todo ese tiempo, la intervención de Roma se limitó al sur de Galia. Lo más al norte que llegó su influencia fue cuando pactó una alianza con la poderosa tribu de los eduos, que habitaba en el curso alto del Ródano, en torno a la ciudad de Bibracte.

En época imperial, los romanos fijarían unas fronteras septentrionales bastante rígidas en el Rin y el Danubio, pero de momento sus límites eran mucho más difusos y permeables.

Para nosotros, acostumbrados a manejar desde niños mapamundis y globos terráqueos —y ahora el Google Earth—, resulta difícil comprender la visión geográfica de los romanos. Más que pensar en el mundo como bloques bidimensionales de territorios en una visión cartográfica, ellos lo veían como una red de líneas: ríos, litorales, cordilleras. Se trata de una visión que se ha denominado «odológica» por el término griego
odós,
que significa «camino». Solo hay que echar un vistazo a los mapas romanos, como la famosa
Tabula Peutingeriana
, para darse cuenta de que representaban con precisión las distancias y las vías de comunicación, pero no plasmaban las formas reales del terreno.

Para la élite cultural romana, que poseía una mentalidad lineal y cada vez más urbana, resultaba mucho más fácil comprender, abarcar y cartografiar el mundo oriental, que estaba sembrado de ciudades importantes unidas por líneas de comunicación y vías fluviales claras. En cambio, les era mucho más complicado visualizar el norte, donde no existía una infraestructura clara de ciudades y caminos.

Por eso, para los romanos todo lo que había al norte de Italia e Hispania, y también de Macedonia e Iliria más al este, era prácticamente
terra ignota
. Una vasta extensión de bosques y llanuras sumidos en brumas, a veces metafóricas y a veces literales, de la que parecían brotar como de la nada pueblos y tribus de los cuales a menudo tan solo conocemos el nombre.

Y fue de esa bruma de donde surgió la mayor amenaza que Roma había conocido desde Aníbal: los cimbrios.

El éxodo de un pueblo

A
l nordeste de Italia, en las tierras de Austria y Eslovenia, había un reino llamado Nórico habitado por tribus ilirias, pero dominado por un pueblo de origen céltico, los tauriscos, que mantenían un pacto de alianza con la República. Fueron ellos quienes, en el año 113, avisaron a los romanos de lo que se avecinaba. Según los primeros informes, había aparecido en sus fronteras una horda de tribus del norte, decenas o cientos de miles de guerreros acompañados por sus mujeres y sus hijos, todo un pueblo en marcha buscando tierras.

Eran los cimbrios.

Conviene no imaginarlos avanzando todos juntos y apelotonados como en una manifestación por las calles de Madrid o Barcelona. De haberse desplazado así, les habría resultado imposible encontrar comida y pienso para sus bestias, e incluso habrían tenido dificultades para atravesar parajes estrechos. No obstante, aunque los cimbrios viajaban por tribus dejando un amplio espacio entre ellas, cuando llegaba el momento sabían ponerse de acuerdo y combatir conjuntados. Las legiones no iban a tardar en comprobarlo.

Roma tenía varios motivos para intervenir en la región de Nórico. El primero, su alianza con los tauriscos, que debían honrar para mantener su prestigio. Además, en Nórico había unos yacimientos de oro tan productivos que años antes habían desatado una especie de fiebre entre los
negotiatores
romanos y provocado que el precio del oro en Italia bajara un 33 por ciento. Pero el motivo más importante era que las tierras montañosas de Nórico lindaban prácticamente con el nordeste de Italia y las inmediaciones de Aquilea, poblada por colonos romanos.

El cónsul Cneo Papirio Carbón acudió con un ejército a investigar y, si era preciso, actuar. Al principio acampó con su ejército en los Alpes, en un paso estrecho. Pero en cuanto supo que los cimbrios ya habían entrado en Nórico, él también avanzó más al norte.

Los cimbrios no tardaron en enviar embajadores a Papirio, y le pidieron disculpas por haber entrado en el territorio de una tribu aliada como la de los tauriscos, algo que habían hecho por ignorancia. En lo sucesivo, le dijeron, se abstendrían de actuar así.

Papirio o bien no se fiaba de las verdaderas intenciones de los cimbrios o bien decidió que se le presentaba una magnífica ocasión para obtener la gloria como militar, aunque fuera recurriendo a la traición. Después de despedirse en buenos términos de los embajadores cimbrios, los envió de vuelta con el grueso de su tribu. Como muestra adicional de buena voluntad, Papirio hizo que los acompañaran unos guías locales que debían orientarlos para salir del país de Nórico. Pero antes de que la comitiva partiera, el cónsul habló en privado con los guías y les pagó para que llevaran a los cimbrios por los desvíos más largos que conocieran.

Él, por su parte, condujo a sus hombres por una ruta más corta y se apostó en el camino que debían tomar los cimbrios, en una zona boscosa. Lo más probable es que llevara consigo dos legiones con otras dos unidades de aliados, el típico ejército consular. Aun sin gozar de superioridad numérica —tal vez ignoraba la verdadera magnitud del enemigo—, confiaba en que las condiciones del terreno, elegido por él, le favorecerían lo bastante como para causar una masacre.

Y se produjo una masacre, en efecto. Pero de romanos. Los cimbrios, aparte de ser muchos más, demostraron también que estaban acostumbrados a pelear en aquel tipo de paraje y que eran unos magníficos guerreros, y aplastaron a las tropas de Papirio Carbón. Si no perecieron todos los romanos fue porque cayó la noche, acompañada por un repentino aguacero que interrumpió la batalla.

Los supervivientes del ejército consular tardaron en reagruparse tres días y volvieron a Roma con Papirio. En lugar de la gloria, el cónsul había cosechado una vergonzosa derrota por subestimar tanto el valor como, sobre todo, el número de sus adversarios, que según las fuentes eran doscientos o trescientos mil. Aunque no todos fuesen guerreros, una alta proporción de sus varones adultos debía de estar preparada y armada para combatir.

Esta fue, pues, la toma de contacto de los romanos con los cimbrios. Tras su primera derrota, sin duda intentaron averiguar más sobre ellos. Pero ¿quiénes eran en realidad aquellos misteriosos bárbaros del norte?

Se trata de un enigma que ya intrigó a los autores antiguos y que no está todavía resuelto. Todos los indicios apuntan a que hasta poco tiempo antes el grueso de las tribus cimbrias habitaba en la península de Jutlandia, la actual Dinamarca.
[14]
Aquellas tierras habían conocido una época de esplendor durante la Edad de Bronce, que duró hasta el año 500. Después, cuando entraron en su propia Edad de Hierro, sus condiciones de vida se deterioraron. Por una parte, las tribus celtas se extendieron rápidamente por Europa central e interceptaron las rutas comerciales que unían desde hacía miles de años Escandinavia con el Mediterráneo. A partir de ese momento, la ruta del preciado ámbar ya no partía desde Dinamarca, sino desde el Báltico, y bajaba por el Dniéper y el Vístula hasta llegar al Egeo. Aquello empobreció sobre todo a las élites nórdicas, las más beneficiadas hasta entonces del comercio. En el registro arqueológico, eso se revela en que a partir del año 500 los enterramientos son más modestos y, sobre todo, más igualitarios, lo que demuestra que los ricos eran mucho menos ricos.

Por otra parte, el clima de aquella zona, que hasta entonces había sido bastante suave, se enfrió, acaso por cambios en las corrientes marinas. Aunque los datos no son del todo seguros, existen ciertas pistas de este cambio. Lo revelan, por ejemplo, las capas de esfagno, un musgo esponjoso que absorbe el agua de los pantanos y al que los daneses llaman «carne de perro» por su textura y su color entre pardo y rojizo. Además, se sabe que por esta época los nórdicos, que hasta entonces dejaban que sus rebaños pastaran a la intemperie, empezaron a cobijarlos en establos para protegerlos del frío de la noche y de las peores nevadas invernales.

El empeoramiento del clima podría explicar muchos desplazamientos de tribus hacia el sur a partir del siglo
V
a.C. El modelo recuerda un poco al dominó, y podría explicar por qué los galos se instalaron en el valle del Po después del año 400, se internaron en Italia y llegaron a saquear Roma en 387. (Algo similar ocurriría siglos más tarde, cuando el movimiento de los hunos hacia el oeste desencadenó una oleada de migraciones en masa entre los pueblos germanos).

Pero en el caso concreto de los cimbrios se había producido una catástrofe más grave y, sobre todo, más acelerada. El geógrafo Estrabón la llama
plemmyrís
, un aumento brutal del nivel del mar en torno al año 120. En el mismo texto, Estrabón comenta que le parece un argumento inverosímil, pues la marea sube y baja todos los días sin causar esos cataclismos. Además, añade que los cimbrios seguían viviendo en la península de Jutlandia en su propia época, en tiempos de Augusto (7.2).

Estrabón, sin conocer el término, era un «gradualista», partidario de los cambios geológicos muy lentos. Lo cierto es que a veces una tormenta o una serie de tormentas muy intensas pueden provocar subidas locales y violentas del nivel del mar, sobre todo en zonas de costa baja: los vientos, como no dejan de soplar, «apilan» el agua contra el litoral. Si esto coincide con la marea alta, el agua sube mucho más. Así sucedió, por ejemplo, entre el 31 de enero y el 1 de febrero de 1953 en el mar del Norte, donde se produjo un tremendo temporal que provocó una gran inundación. El país más afectado fue Holanda, con casi dos mil muertos, debido a que buena parte de su territorio se halla bajo el nivel del mar. Pero incluso en Inglaterra perecieron más de trescientas personas.

En el caso de los cimbrios, aquella catastrófica tormenta o serie de tormentas debió de cambiar la forma del litoral e inundar buena parte de sus tierras de labor. La comarca donde habitaban ya no podía sustentar tanta población. Algunas tribus se quedaron en su territorio original, lo que explica el comentario escéptico de Estrabón; de hecho, Jutlandia siguió llamándose «Península Cimbria». Pero muchas otras se pusieron en marcha en una épica peregrinación de miles de kilómetros que los llevaría a penetrar en territorio romano.

Todavía queda una última cuestión que dilucidar sobre los cimbrios. ¿Eran celtas o germanos? En la mayoría de los textos actuales se los considera germanos, una etnia con la que hasta ese momento Roma no había tenido contacto. Eso explicaría que al principio los romanos los creyeran celtas, pues celtas eran las tribus bárbaras del norte con las que llevaban enfrentándose desde hacía más de dos siglos y medio. Sin embargo, hay estudiosos, como el canadiense David K. Faux, que, basándose en datos arqueológicos y de genética de poblaciones, sostienen que los cimbrios eran celtas prácticamente incrustados entre pueblos germánicos. Personalmente, me inclino a creer que eran germanos, y así los denominaré en ocasiones. De todos modos, no es una cuestión vital, ya que entre celtas y germanos no existía una división tan nítida como se puede creer. A veces sus territorios se solapaban, y había grupos que adoptaban costumbres, armamento e incluso usos idiomáticos de los vecinos. La equivalencia raza=lengua=cultura=territorio es una invención fantasiosa —y peligrosa— de la historiografía posterior, sobre todo de la romántica y nacionalista del siglo
XIX
.

Tras derrotar a Papirio y sus legiones, los cimbrios prosiguieron con su viaje. Podrían haberse dirigido al sur y asentarse en la llanura del Po, o al menos saquearla, porque tenían expedito el camino. Sin embargo, por razones que se desconocen prosiguieron en dirección noroeste, hacia el curso superior del Rin. Quizá estaban lo bastante informados como para saber que a los romanos no bastaba con vencerlos una sola vez, y prefirieron presas más fáciles y menos organizadas.

Durante cuatro años, los cimbrios desaparecieron una vez más de los registros, como si se los hubiera tragado la tierra. No resulta extraño: a estas alturas el norte de la Galia era para los romanos como esos territorios de los juegos de estrategia del tipo
Age of Empires
que se encuentran sumidos en la oscuridad de la
fog of war
, la niebla de guerra.

¿Qué hicieron los cimbrios en ese intervalo? Quizá continuaron vagando entre la Galia y Germania, o se establecieron un tiempo en alguna comarca. Lo ignoramos. Pero en el año 109 volvieron a aparecer en el campo de acción de los romanos, bajando por el curso del Ródano.

Cuando el cónsul Junio Silano les salió al paso, los cimbrios enviaron embajadores para explicar al senado que venían en son de paz y que tan solo deseaban tierras donde asentarse. A cambio, dijeron, ofrecerían a la República sus servicios como guerreros. De haberse producido un acuerdo, habría anticipado el arreglo que existió varios siglos después entre el Imperio y otras tribus germanas como los visigodos.

Pero la solicitud fue denegada, y aquella negativa provocó una nueva batalla. Dónde se libró, tampoco se sabe; tal vez al noroeste de los Alpes, cerca del lago Lemán. De lo que no cabe duda es del resultado: los romanos volvieron a ser derrotados. Silano regresó a Roma y cinco años después se vería imputado en un juicio por aquel fracaso, aunque resultó absuelto. Por su parte, los cimbrios se alejaron de nuevo, en esta ocasión hacia el oeste, y durante un tiempo permanecieron en el valle del río Sena.

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