Stargate (42 page)

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Authors: Dean Devlin & Roland Emmerich

Tags: #Ciencia ficción

O’Neil había desaparecido. Sólo estuvo allí unos instantes antes de disparar a los guardias, pero cuando Daniel miró atrás, ya no estaba. Todo se había vuelto oscuro y espectralmente silencioso dentro del Vestíbulo. Una luz lóbrega se filtraba entre las columnas convirtiendo el lugar en un damero de luces y sombras. Daniel, novato en el arte de la guerra, se sintió momentáneamente a salvo. Nadie disparaba y tenía a Sha’uri a su lado. Pensó que los soldados de Ra, inferiores en número aunque no en armas, tal vez hubieran salido huyendo.

Finalmente se le ocurrió que posiblemente estuvieran aprovechando aquel alto el fuego para tornar mejores posiciones. Percatándose de repente de lo vulnerables que eran en medio del gran Vestíbulo, hizo una seña a su pequeño contingente para que se retiraran todos a las columnas que tenían detrás. Era precisamente el error que los guardias de Ra esperaban que cometiera.

Volvieron a concentrarse en el punto más oscuro que encontraron en la zona de las columnas. Pero la seguridad del muro no compensaba el peligro que suponía la luz que se filtraba por las ventanas. Ya no eran invisibles. Murmurando instrucciones, Sha’uri puso a los muchachos entre las columnas, responsabilizando a cada uno de un ángulo. Cuando estuvieron en su lugar, todos contuvieron el aliento y esperaron.

Tal como Daniel había imaginado, los guerreros con casco se estaban moviendo. Un brillante cuchillo de luz solar se filtraba por la rendija que había dejado abierta el casco de Nabeh. Furtivamente, uno de los guardias Horus advirtió el estrecho reborde de la base de la gran puerta, se subió a él y avanzó con cuidado hacia el centro de la sala, a unos centímetros por encima de la luz. Aunque el grupo de asalto vigilaba la zona próxima a la puerta, el soldado, que conocía mejor el terreno, había calculado acertadamente que el haz de luz deslumbraría a cualquiera que mirara en su dirección.

Llegó al final del estrecho saliente, puso los pies en el suelo y, avanzando silenciosamente entre las sombras hasta la primera columna, se internó en el corredor.

Se asomó al espacio situado entre las columnas y el muro exterior, y vio al equipo. Uno de los pastores estaba mirando directamente hacia el lugar donde estaba él, pero la oscuridad lo mantenía oculto. Desde donde estaba, Daniel era un blanco fácil, apenas a veinte metros.

Muy despacio, el guerrero levantó su arma, cargó y apuntó. Sha’uri sintió algo y volvió a mirar a sus espaldas una vez más. Un levísimo destello se reflejó en la pieza de cuarzo incrustada en el fusil pulsátil. El grito de la joven sobresaltó a todos, guerrero incluido, que movió el arma lo suficiente para que el disparo pasara a pocos centímetros de la cabeza de Daniel. Disparó una vez más, pero sólo para despejarse el camino. Avanzó directamente hacia la columna que ocultaba a todo el grupo.

Situado nada más doblar la columna, Daniel sintió como si saboreara el final de su vida. Sha’uri ya había empujado al último muchacho hacia la columna contigua y Daniel, con la espalda pegada al grueso cilindro de piedra, los ojos abiertos al máximo y todos los nervios en alerta total, esperó el primer indicio de movimiento procedente del otro lado.

Sabiendo que la coraza le protegía hasta del más temible impacto del fusil pulsátil del hombre de tez clara, lo primero que asomó el guerrero Horus fue la cabeza, pero cuando ya iba a girarse, sonó un disparo que se estrelló en la parte posterior de su casco, lanzándolo al suelo como si fuera un cubo de basura.

Daniel estaba ya tan tenso y saturado de adrenalina que tenía dificultades para respirar. Uno de los muchachos asomó la cabeza y le preguntó si se encontraba bien. Daniel no respondió, ni siquiera lo miró. Sabía que había por lo menos otro sicario merodeando en las sombras, o tal vez muchos más bajando por el medallón desde la nave en forma de pirámide.

—Venga, a la de tres —dijo Kawalsky mirando a los chicos—. Uno, dos, tres, ¡arriba!

Feretti y Kawalsky empujaron con los hombros las planchas de madera mientras los chicos, por parejas, hacían lo mismo. Y de esta forma, los ocho, empujando juntos hacia arriba, fueron levantando poco a poco la puerta. Cuando ésta estuvo a unos centímetros por encima del casco, Kawalsky notó de pronto que había aumentado el peso. Skaara había abandonado la palanca en la que trabajaba con Nabeh y trataba de colarse por el hueco.

—¡No! ¡Todavía no! —gritó el hercúleo Kawalsky, con las venas latiéndole en la frente. Pero antes de que se diera cuenta, vio desaparecer la cabeza y los hombros de Skaara—. ¡Sacadle de ahí, maldita sea! —bramó.

Como si entendiera la orden, Nabeh se puso de rodillas y metió la mano por debajo, sacándola un instante después con su abollado tesoro, el casco. Y para compartir la buena noticia se lo enseñó a Kawalsky.

—¡Vuelve a ponerlo en su sitio! ¡Tiene que estar ahí! —gritó otra vez, señalando con la barbilla—. ¡Vuelve a dejarlo donde estaba!

El muchacho, o no entendía lo que quería decirle Kawalsky, o fingía no entenderlo. Se puso el casco en la cabeza, volvió a coger su tablón de madera y se unió a los esfuerzos por levantar la puerta.

Aguzando la vista en la oscuridad, Skaara empezó a buscar a sus compañeros. Divisó una figura moviéndose entre las sombras y lanzó un agudo silbido, una contraseña que llevaban usando entre ellos desde que eran niños. Sha’uri se volvió rápidamente y divisó a Skaara debajo de la puerta. Aprovechó la oportunidad y se apresuró a deslizarse al lado de los otros muchachos para decirles que corrieran hacia allí. Cuando los chicos se volvieron para ver lo que les estaba diciendo Sha’uri, vieron que Skaara les hacía señas frenéticamente.

Nerviosos, todos se miraron para decidir quién sería el primero. Por fin, el elegido tragó saliva y saltó al centro, corriendo lo más deprisa que podía en dirección a la puerta. En cuanto escapó, los demás lo siguieron de inmediato, dirigiéndose a la salida como liebres asustadas. Pero antes de que Sha’uri pudiera concebir la idea de unirse a ellos, sintió en el brazo el tirón de Daniel, que acababa de ver una de las siniestras siluetas dirigirse a toda prisa hacia la puerta, aunque, cuando quiso llegar, el último chico ya se había escabullido por debajo. Daniel y Sha’uri se apretaron contra la columna cuando el guardia volvió al Vestíbulo, sin dejar oír apenas el leve crujido de su armadura.

El peso de la enorme puerta pareció aumentar cuando Kawalsky y Feretti empezaron a acusar el cansancio. Aunque ellos y los chicos seguían intentaran levantarla con la misma determinación, la puerta empezó a caer, deslizándose centímetro a centímetro. Skaara ayudó a escapar al último de los pastores cuando el equipo izador de puertas se quedaba ya sin combustible. Kawalsky iba a dar la orden de soltarla cuando Skaara volvió a deslizarse por el hueco.

—¡Vuelve aquí! —gritó Kawalsky. Pero Skaara podía estar ya a kilómetros de distancia.

—No aguanto más.

—Resiste.

—No, no puedo. Pesa demasiado.

—Te digo que aguantes —repitió Kawalsky con voz firme, tratando de ganar tiempo.

Daniel y Sha’uri contuvieron la respiración cuando el Horus pasó por delante de ellos y se adentró en las sombras. Sintiéndose a salvo por el momento, Daniel suspiró y abrazó a Sha’uri. Sin embargo, sin que ambos se dieran cuenta, otro guardia avanzaba por detrás. A diferencia de los otros atacantes, éste se desplazaba con parsimonia. Estaba lo bastante cerca de ellos para hacer un buen blanco, pero quería situarse exactamente detrás, para estar seguro de que no fallaría.

Levantó el arma lentamente y apuntó al cabello claro y desmelenado de Daniel, y pasando la mano con rapidez por la parte inferior del fusil, activó éste. Daniel se giró al oír el sonido, pero antes de que le diera tiempo a reaccionar, se produjo una tremenda explosión. Desgraciadamente para el guardia, no era su fusil el que había disparado. El impacto lo alcanzó por detrás, levantándolo del suelo y arrojándolo al firmamento de sombras.

Cuando el humo se disipó, apareció O’Neil con un fusil pulsátil en la mano. Era la primera vez que Daniel se alegraba de ver al sujeto de la boina negra. O’Neil se llevó un dedo a los labios, advirtiéndoles que guardaran silencio, pero cuando se acercó para consultar con ellos se oyó un grito procedente de la puerta. Skaara.

O’Neil se echó a tierra antes de que el proyectil, perfectamente dirigido, atravesara la oscuridad, rozándole casi la cabeza. Skaara había visto a tiempo al guardia que acechaba tendido cerca de la carreta y que había supuesto que O’Neil, el más peligroso, acudiría a rescatar a sus amigos.

Daniel y Sha’uri se echaron a un lado mientras el coronel rodaba hacia el otro. Aunque los disparos no habían alcanzado a O’Neil, fueron a estrellarse en la gran puerta de piedra, que se cerró de golpe detrás de Skaara.

Pensando que el chico había muerto, una oleada de rabia se apoderó de O’Neil, toda la rabia que no había sido capaz de liberar cuando su propio hijo había muerto desgraciada e inútilmente. Iba a hacer que el Horus aquel pagara por la muerte de ambos. Disparando como un salvaje, se lanzó al ataque con la consigna de «matar o morir».

El guardia, sereno como una balsa de aceite, esperó el mejor momento para disparar. Cuando O’Neil estuvo a veinte metros, supo que era su ocasión.

Por intuición o por pura suerte, O’Neil supo en qué momento se producía el disparo y se tiró al suelo antes de que la silbante carga explosiva rasgara el aire. El impacto no llegó al destino deseado, pero sirvió para delatar la posición del adversario y, al rodar, el coronel aprovechó para disparar al halcón en el entrecejo. El casco se le cayó hacia atrás, arrastrando el resto del cuerpo, que cayó hacia atrás y resbaló por el suelo hacia las sombras.

—Vamos, coronel —dijo Daniel, saliendo a la luz. Detrás de él estaba Sha’uri con una pistola que le había pasado Feretti por debajo de la puerta.

Al verlos, O’Neil recordó dónde estaba. Vengar la muerte de Skaara no formaba parte de la misión. Intentó reprimir sus sentimientos y dirigirse a la Puerta de las Estrellas, pero no llegó muy lejos. Se dio la vuelta y avanzó entre las sombras buscando al Horus caído. Cuando lo encontró, se arrodilló, desenfundó la pistola y descargó cinco tiros en el abdomen descubierto del hombre.

—Bien —dijo, saliendo de nuevo a la luz—. Vamos.

En el exterior, Kawalsky parecía el pediatra más sudoroso y enfadado del mundo. Sujetando por un tobillo al recién liberado Skaara, levantó al larguirucho muchacho de catorce años todo lo que pudo hasta que quedaron frente a frente.

—No vuelvas a hacerlo —dijo, soltando cada palabra como un petardo.

La ráfaga del fusil había destrozado la plancha de madera que el teniente estaba utilizando como palanca. La puerta se había venido abajo de golpe, pero no sin que Kawalsky sujetase a Skaara y tirase de él en el último segundo.

Colgando todavía en el aire, el muchacho señaló al cielo y gritó:

—¡
Udajit
!

Los planeadores.

Como un par de cóndores remontando el vuelo, sólo que mucho más veloces, las dos naves gemelas salieron disparadas de la pirámide y giraron de costado hacia la vulnerable posición del pelotón.

—¡Dispersaos! ¡Dispersaos! —Kawalsky comprendió que iba a haber bajas.

Mientras el grupo trataba de ponerse a cubierto, el teniente apoyó la espalda en la enorme puerta y agitó los brazos para que las naves tuvieran un blanco fácil al que disparar. Esperaba que la descarga abriese una brecha en la piedra. Los silenciosos reactores lanzaron sendas ráfagas de proyectiles hacia la plataforma, que explotaron lo bastante cerca para duchar a Kawalsky con metralla pétrea, pero también lo bastante lejos para dejar ilesa la puerta. Se habían dado cuenta de las intenciones del teniente.

Mientras los planeadores viraban y empezaban a caer en picado para el siguiente ataque, Kawalsky inició la carrera hacia los obeliscos.

—¡Vienen dos más! ¡A cubierto! —Feretti dio el aviso desde una zanja que había encontrado en el borde de la rampa.

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