Stargate (49 page)

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Authors: Dean Devlin & Roland Emmerich

Tags: #Ciencia ficción

A Kawalsky y Feretti se les caía la baba. Querían a aquellos muchachos por todo lo que habían hecho por ellos. Finalmente, se unieron a la formación de los pastores y saludaron también.

O’Neil no sabía qué hacer. Sabía que era una tontería, pero estaba emocionado. Lentamente, levantó la mano y devolvió el saludo al joven Skaara.

Sha’uri se volvió, tomó la mano de Daniel y la puso en alto. La muchedumbre aulló al unísono y todos levantaron la mano en solidaridad con el hombre de pelo claro al que hacía aún muy poco habían temido como a un dios, pero al que ahora respetaban como hombre y como amigo.

Daniel abrazó a Sha’uri y la besó. Por primera vez en toda su vida sentía que pertenecía a algo o a alguien; que alguien lo había llamado por necesidad y él había acudido.

La ruidosa multitud se puso en pie y lo vitoreó durante unos minutos hasta que los hombres subieron a la pareja a hombros y se la llevaron fuera de escena.

Y mientras se alejaban casi flotando por el desierto, Daniel divisó, sin saber muy bien lo que sentía, a su
mastadge
preferido, al hediondo «Un Poco» que se paseaba en lo alto de una duna esperando la ocasión de felicitar al héroe del día.

Sha’uri vio que la expresión de Daniel cambiaba al mirar al animal más asqueroso que se había encontrado en el planeta y gritó una serie de órdenes a los hombres que llevaban a Daniel a hombros. Riendo y burlándose, lo llevaron corriendo directamente hacia el fétido aliento y las babosas caricias del híbrido que rebuznaba. Antes de que la caliente lengua de «Un Poco» le chupeteara la mejilla, Daniel lanzó a la chica una mirada de las que se pueden traducir a cualquier idioma: «Me las pagarás».

Epílogo

«Me ha traído suerte»

Daniel llevaba una bengala en una mano y el cuaderno de notas en la otra. Siguiendo sus instrucciones, Kawalsky giró el anillo interno de la Puerta de las Estrellas, poniendo en la parte superior la constelación correspondiente, según el orden prescrito. En cuanto el último símbolo quedó en su lugar y se oyó el chasquido, la extraña máquina empezó a funcionar sola. Daniel arrojó la bengala y los dos hombres salieron corriendo para unirse a los que esperaban en la sala del medallón.

El estrecho corredor donde se hallaba éste, así como la Gran Galería de detrás, estaban abarrotados de espectadores e iluminados con antorchas de Nagada. Aunque ya lo habían visto, Daniel, Feretti, Kawalsky y O’Neil observaban desde un rincón como un puñado de chavales que se hubiera colado de rondón en el cine. El espectáculo era fantástico.

La luz empezó a fluir desde las siete abrazaderas como cuerdas de agua que se lanzaran hacia arriba desafiando a la gravedad, llenando poco a poco el centro del anillo hasta convertirlo en la deslumbrante superficie blanca de un turbulento estanque.

Pero esta vez la estrella del espectáculo no fue la luz del anillo, sino la música. La habían escuchado antes en el silo, tras el vidrio de seguridad, junto a los ordenadores y al otro lado de grandes puertas de asbesto. En esta ocasión, sentados bajo la cálida luz de las antorchas, rodeados por los muros catedralicios de la pirámide, comprendieron que la música del anillo era algo más que la elevación de una frecuencia sonora. Era una melodía con lentas variaciones y un poder creciente, una rapsodia de doce tonos creada por aquel sintetizador orgánico natural. Allí, en el entorno natural de la Puerta de las Estrellas, la música del anillo era verdaderamente sobrecogedora. Cuando la melodía alcanzó su punto culminante y el agitado estanque de luz empezó a desbordarse, Daniel puso a Sha’uri a salvo tras el umbral. Un instante después llegó el momento que esperaban los terrícolas: la súbita y violenta erupción de energía, la luz líquida que salpicaba toda la sala, como la mano tendida de Dios. O de los dioses.

Incluso los que se hallaban al fondo de la Gran Galería se quedaron boquiabiertos y retrocedieron al ver el terrorífico poder de la misteriosa máquina. Cuando se asomaron después por las esquinas o se quitaron las manos de los ojos, la luz ya había sido succionada por el anillo mientras la energía recorría el perímetro del aparato como el viento de una explosión nuclear. El tubo circular de energía desapareció en el grueso muro de la pirámide a menos de dos metros detrás del anillo.

Los terrícolas se pusieron en pie y entraron en la sala. Había llegado el momento de irse. Skaara salió de entre la multitud, se dirigió a O’Neil y levantó la mano, pero, a diferencia de su primer encuentro con el coronel, esta vez no salió corriendo y chillando cuando O’Neil se la estrechó. La verdad es que Skaara no volvería a huir de nada más en toda su vida.

También lo supo O’Neil en aquel instante. Y supo que, en cierto modo, también él había salido huyendo a su estilo. Gracias en parte al valor de aquel joven, no volvería a hacerlo. El coronel sonrió en señal de despedida.

Mientras el equipo se dirigía al corto tramo de peldaños que llevaba a la Puerta, Feretti se volvió a Daniel.

—A propósito —preguntó, elevando el tono de voz por encima del zumbido de la Puerta—, ¿recuperaste los libros?

—Sí. Uno está un poco estropeado —dijo, mirando de reojo a O’Neil—, pero sí, gracias.

—Quiero que sepas —dijo Feretti, pegándole la boca al oído— que siempre estuve seguro de que nos devolverías a casa —añadió, mintiendo como un bellaco.

—Sí, claro, yo también —comentó Kawalsky, alargando la mano para despedirse de Daniel—. Gracias.

Daniel asintió para decir «de nada» y se volvió al militar de la boina negra.

—¿Cree que estará bien? —preguntó O’Neil, aunque de sobra sabía cuál iba a ser la respuesta.

Daniel miró a Sha’uri y sonrió. La joven, que estaba a su lado, entendió más o menos de qué estaban hablando.

—Sí, creo que sí. —Sarcásticamente, le devolvió la pregunta—. ¿Y usted?

El coronel sabía muy bien a qué se refería Daniel y no le importaba contestar. Daniel había dado en el clavo la vez que estuvieron en la cueva. El coronel no tenía prisa por morir. No en aquel momento. Aquel día pensaba en Sarah, en volver a su lado lo antes posible. Tal vez no fuera demasiado tarde. Tal vez aún estuviera a tiempo de salvar su matrimonio. Pasara lo que pasase, al menos quería intentarlo. Intentarlo y volver a vivir.

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