Las mujeres intercambiaron miradas de horror, y vio a alguna de las más viejas trazarse torpemente un antiguo signo en el pecho. De pronto rompieron nuevamente a hablar, y él recordaba fragmentos de su conversación.
—Estuvo allí —dijo una de ellas, señalando vagamente por encima del hombro.
—Pero si no sabía el camino —repuso otra—. Ya nos dejaron los que iban allí.
—Ahora no hay nada allí.
—¿Cómo dices eso, Gwenllian? ¿Quiénes somos nosotras para decir eso?
—Mi bisabuela conoció a unos que habían estado allí —dijo una anciana—. Me contó lo que les pasó después.
Y entonces apareció su tío en la puerta, y regresaron por donde habían venido. Edward Darnell no volvió nunca a oír hablar del asunto, ni si la niña murió o se recobró de aquel extraño ataque; pero el recuerdo de la escena le había perseguido durante toda su infancia, y ahora le volvía con cierta nota de advertencia, como símbolo de los peligros que podía hallar en el camino.
Sería imposible seguir narrando la historia de Edward Darnell y su esposa Mary, pues a partir de entonces su leyenda está llena de hechos imposibles y parece adquirir la semblanza de los relatos del Grial. Es cierto que su vida cambió en este mundo, como la del Rey Artús, pero sus trabajos no han sido recogidos por cronista alguno. Cierto es que Darnell escribió un librito, que constaba en parte de unos versos extraños e ingenuos como los que podría haber escrito un chiquillo inspirado y, en parte, de «notas y exclamaciones» redactadas en un singular latín macarrónico aprendido en los «manuscritos de Iolo»; pero es de temer que esta obrita, aunque se publicara íntegramente, apenas arrojaría luz sobre la intrigante historia de su autor. Tituló este libro
In Exitu Israel
y, en el frontispicio, escribió el lema, sin duda de su propia invención,
«Nunc certe scio quod omnia legenda; omnes historiae, omnes fabulae, omnis Scriptura sint de
ME
narrata»
. No cabe duda de que el latín no lo había aprendido de Cicerón; pero en este dialecto relata la gran historia de la «Nueva Vida» tal como se le había manifestado a él. Los «poemas» son todavía más raros. Así empieza uno de ellos, titulado (con cierto arcaísmo)
Líneas escritas al contemplar desde una Altura de Londes un Internado súbitamente iluminado por el Sol:
Cierto día en que iba ocioso
Vi un guijarro portentoso.
Yacía en el camino, olvidado,
Del hombre y sus afanes alejado.
Cuando en la piedra mi vista posé
Vi mi tesoro, que al fin lo encontré
Contra el rostro la oprimí,
Entre mis brazos la ceñí
Y en lugar secreto la escondí
Día tras día voy a ver
La piedra que es mi placer;
La adoro con flores raras,
Dichos hermosos, secretas palabras.
Oh rojo mineral raro y arcano,
Fragmento del Paraíso lejano,
Oh Estrella, luz de vida, oh mar
Que al infinito va a desembocar.
Eres fuego que nunca cesas
Y el mundo entero en prodigio truecas;
Y el polvo que empaña la realidad,
Tú lo transformas en claridad:
dondequiera que miro.
De lo que veo me admiro.
La tétrica rivera fluye en oro transformada,
El parque desierto es el país de las hadas.
Cuando canta el viento en el abedul,
Oigo el sonido del cuerno de Artús.
Ya no hay calles sombrías, decadentes,
Sino una ciudad resplandeciente
De antorchas encendidas que iluminan
Columnas y cúpulas que al Cáliz cobijan.
El vino de la magia nunca deja de correr
Ni el brillo de la fiesta empiedra a languidecer,
Ni cesa un instante la Canción del misterio
Que canta, y exalta el santo Magisterio.
Etc., etc., etc.
Evidentemente, de documentos como éstos es imposible obtener información concreta. Pero en la última página Darnell ha escrito:
«Así desperté de un sueño en que soñaba con un barrio de Londres, con trabajo diario, con pequeñas cosas tediosas e inútiles; y, al abrir los ojos, vi que me hallaba en un bosque arcaico, donde un límpido manantial se alzaba en nieblas y vapores bajo un calor que volvía trémulo el paisaje. Y desde los lugares ocultos del bosque vino a mí una forma, y mi amor y yo nos unimos junto al manantial».
ARTHUR MACHEN, nacido el 3 de marzo de 1863 en Caerleon y fallecido el 30 de marzo de 1947. Su verdadero nombre era Arthur Llewellyn Jones. Su padre, un pastor anglicano, adoptó como propio el apellido de su esposa, siendo así Jones-Machen. No pudo cursar estudios universitarios debido a la delicada situación económica de su familia, trasladándose a Londres en donde vivió en la pobreza al tiempo que empezaba a publicar sus primeros escritos. Trabajó después como catalogador, redactor y traductor de francés antiguo. Tras la muerte de su padre pudo dedicar más tiempo a la escritura debido a su herencia, empezando a publicar asiduamente relatos de corte fantástico que entroncan con el goticismo (aunque él siempre tachó a la novela de gótica de simplista y comercial). Tras el escándalo de Oscar Wilde tuvo muchas dificultades, como el resto de los autores que cultivaban la temática, para dar salida a sus obras. Al morir su primera esposa se convirtió en actor itinerante. Tras un nuevo matrimonio volvió a la literatura, publicando muchas de sus obras anteriormente censuradas al tiempo que investigaba sobre las raíces celtas de Gran Bretaña y, en especial, de su adorada Gales. Durante la Primera Guerra Mundial se dio a conocer como periodista del
London Evening News
y, sobre todo, por una serie de relatos, de corte propagandístico, acerca de Los Ángeles de Mons. En los años 20 su obra tuvo un gran éxito, sobre todo por su publicación en Estados Unidos, pero pronto decayeron las ventas y el autor vivió el resto de sus días de forma poco desahogada.