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Authors: Paul Sussman

Tags: #Aventura, intriga

El guardián de los arcanos (23 page)

Habían vuelto caminando desde el American Colony Hotel, y después de preparar una taza de café Laila le entregó la hoja fotocopiada, que había separado de la carta (como la mayoría de los periodistas, se ceñía a la norma de no proporcionar nunca más información de la necesaria).

—¿No tienes ni idea de cuál es su procedencia? —preguntó él mientras examinaba el documento y jugueteaba con su corbata, distraído.

—En absoluto. Alguien me lo envió por correo. Sabes tanto como yo.

Roberts había dado la vuelta a la hoja para examinar el reverso en blanco. La giró de nuevo y entornó los ojos detrás de las gafas. Con la mano libre se rascó un pequeño eccema que tenía en la nuca, justo por encima del cuello de la camisa.

—Bien, es difícil sin ver el original, pero yo diría que es medieval. De la Alta Edad Media, si hay que hacer caso a la paleografía.

Percibió el escepticismo en la expresión de Laila.

—Estudié ese período para mi doctorado —explicó—. Tengo intuición para estas cosas.

Ella sonrió.

—No sabía que eras el doctor Roberts.

—No suelo anunciarlo en público. La jurisprudencia latina de la Alta Edad Media suele ser un tema de conversación ideal para remediar el insomnio.

La joven rio, y por un momento sus ojos se encontraron, hasta que él desvió la mirada.

—En cualquier caso —continuó—, suponiendo que sea de principios de la Edad Media, no debería ser demasiado difícil descifrar lo que dice. La codificación era muy rudimentaria en aquellos tiempos. No había máquinas Enigma ni nada por el estilo. Vamos a ver.

Laila lo había instalado en la mesa de su estudio, donde Roberts se quitó la chaqueta, aflojó la corbata y puso manos a la obra. Empezó por transcribir la secuencia de letras a otra hoja de papel, para poder leerlas con claridad.

—No sabemos en qué idioma fue codificado —dijo—, aunque, si es medieval, es muy posible que fuera latín, o quizá griego. De momento, dejaremos eso y nos concentraremos en el algoritmo.

Ella enarcó las cejas, intrigada.

—¿Y eso qué es?

—Básicamente, el método que se utilizó para codificar el mensaje. Como he dicho, la codificación de principios del medievo era una ciencia bastante rudimentaria. Al menos, en Europa. Los árabes iban muy por delante, como en casi todo entonces. En cualquier caso, lo más probable es que se trate de un algoritmo muy sencillo, una cifra de sustitución o tal vez una transposición.

Laila volvió a enarcar las cejas.

—Hablame en cristiano, Tom.

—Lo siento —dijo él con una sonrisa—. Uno de mis múltiples defectos es dar por sentado que a la gente le interesa lo mismo que a mí. En síntesis, una cifra de sustitución es cuando creas un nuevo alfabeto al sustituir las letras del alfabeto existente por otras letras o símbolos.

Escribió un alfabeto en una hoja de papel, y debajo un segundo alfabeto en que todas las letras habían avanzado un espacio a la derecha, de modo que la A se convertía en la Z, la B en la A, la C en la B, etcétera.

—Entonces, reescribes el mensaje original, o texto no cifrado, sustituyendo cada letra por su equivalente en el nuevo alfabeto. «Gato» se convierte en FZSN, por ejemplo. O Laila en KZHKZ. Por otra parte, la transposición consiste en reorganizar las letras del texto no cifrado siguiendo un sistema predeterminado, con lo cual se crea un anagrama gigantesco. ¿Te aclaras más?

—Un poco. —Laila se había echado a reír—. Aunque no mucho.

—Un poco ya es bastante, de momento —dijo Roberts. Organizó el mensaje transpuesto ante él y lo miró, mientras se daba golpecitos en las gafas con la punta del lápiz—. Lo que hemos de hacer es determinar el algoritmo y después descubrir la clave, o la fórmula utilizada para crear el texto cifrado. Podría ser algo sencillo, como el método de César, o algo más rebuscado, en cuyo caso tendremos que meternos en análisis de frecuencias.

Esta vez, Laila no se molestó en preguntar de qué estaba hablando. Meneó la cabeza con expresión risueña, le dio unas palmaditas en el hombro y le dejó. Fue a la cocina para preparar una comida sencilla a base de pimientos rellenos, queso y ensalada. Comieron una hora después, pero Tom no había hecho progresos.

—Estoy bastante seguro de que es una cifra de sustitución monoalfabética regular, no una transposición —explicó, mientras se quitaba las gafas y se frotaba los ojos—. Por desgracia, no me encuentro más cerca de descubrir la clave. Es más complicado de lo que pensaba.

Luego habían hablado del trabajo de él en el consulado, del trabajo de ella como periodista, de la situación actual en Oriente Próximo, nada demasiado profundo, una conversación relajada. En un momento dado, él le preguntó acerca de la fotografía enmarcada de su padre que descansaba sobre la mesa, pero ella concluyó la charla al instante, cambiando a otro tema, pues no quería dejarse arrastrar a una conversación personal, ni revelar nada de sí misma. Al cabo de cuarenta minutos, Rogers volvió a forcejear con el misterioso código.

Habían transcurrido cuatro horas y los relojes de la Ciudad Vieja habían dado las cinco, pero aún no lo había descifrado. Exhaló un profundo suspiro y se reclinó en la silla, con las manos enlazadas en la nuca, el escritorio y gran parte del suelo cubiertos de una capa de nieve formada por hojas de papel garabateadas.

—¡Por el amor de Dios! —murmuró meneando la cabeza.

Laila, que había pasado casi toda la tarde acurrucada en el sofá, trabajando en un artículo sobre la conferencia de ayuda a Palestina a la que había asistido en Limassol, entró y se detuvo a su lado.

—Déjalo, Tom —dijo—. Da igual.

—No lo entiendo —se quejó él. Se quitó las gafas y limpió los cristales con el extremo de su corbata—. Los códigos de este período son siempre juegos de niños.

—Puede que, al fin y al cabo, no sea una sustitución monoalfabética —bromeó ella, aunque no comprendía muy bien el término. Sólo intentaba animarle.

Tom no dijo nada. Cuando terminó de limpiar las gafas, cogió la hoja con el código transcrito y la sostuvo alejada de su cara para mirarla con atención, mientras balanceaba la pierna izquierda debajo de la mesa.

—Tiene que ser algo fácil —murmuró para sí—. Sé que será de lo más sencillo. Pero no lo veo. No lo veo, joder.

La dejó sobre la mesa y se agachó para recoger un puñado de hojas a las que echó un vistazo, mientras tamborileaba con el extremo acabado en goma del lápiz sobre el brazo de la silla. Una en particular ocupó su atención durante casi un minuto. Sus ojos escudriñaron las hileras de letras garabateadas, la dejó a un lado, volvió a ella un momento después y la examinó con mayor atención. El tamborileo del lápiz cesó, al igual que el movimiento de su pierna. Alejó la hoja, se mordisqueó el labio inferior, la dejó sobre la mesa, tomó una hoja en blanco de la pila que había en el suelo y empezó a escribir en ella, al principio con parsimonia, después más deprisa, mientras sus ojos paseaban entre la hoja que había estado mirando y aquella en la que escribía. Al cabo de medio minuto, se echó a reír.

—¡Laila al-Madani, eres genial!

Ella se inclinó sobre su hombro e intentó leer lo que estaba escribiendo.

—¿Lo has solucionado?

—No, Laila, lo has solucionado tú. Tenías razón. No era una cifra de sustitución. Mejor dicho, no era sólo una cifra de sustitución. Quien codificó esto utilizó la transposición y la sustitución. Por sí solo, cada sistema sería sencillo de descifrar. Juntos, consiguen que todo parezca más desconcertante. Sobre todo cuando el mensaje original está en latín medieval, como yo sospechaba.

Había seguido escribiendo mientras hablaba. Se reclinó en el asiento y le enseñó lo que había escrito.

G. esclarmondae suae sorori sd

temporis tam paucum est ut mea inventio huius magnae rei post maris transitum sit narranda. nunc satis est dicere per fortunam solam eam esse inventam; nec umquam inventa esset nisi nostri labores latebram caecam illuminavissent. quam ad te mitto ut in C. tuta reste. hic autem tanta est stultitia et fatuitas ut necessario peritura sit; quod grave damnum esset, nam res est antiquissima ac potentissima ac gratissima. ante finem anni ierusalem exibo. cura ut ualeas. Frater tuus.

GR

—Lo primero que hicieron —explicó— fue codificar el mensaje utilizando un sencillo cambio de César.

Cogió otra hoja de papel en blanco y escribió el alfabeto, como había hecho antes, sin las letras J y W (no las usaban en el primitivo alfabeto medieval, explicó). Debajo escribió un segundo alfabeto en el que todas las letras se habían desplazado cinco espacios a la derecha.

—Eso proporcionó al autor, supongo que era un hombre, la base principal de codificación. La primera pareja de palabras cambia así de
G. esclarmondae
a
b znxfumgihyuz.

Parecía entusiasmado, muy complacido consigo mismo, como un científico que explicara un descubrimiento.

—Sin embargo, lo que hizo después, y lo que me ha despistado, fue transponer la primera y segunda letra del mensaje codificado, y la tercera y la cuarta, la quinta y la sexta, y así sucesivamente a lo largo de todo el texto. De modo que
b
se convierte en
z
,
n
en
x
,
f
en
u
, etcétera. Es una forma muy sencilla de transposición, pero si estás trabajando sobre la base de que sólo han utilizado la sustitución puede resultar bastante confuso. Sólo cuando dijiste que tal vez no estaba utilizando la sustitución empecé a pensar que había pasado algo por alto.

La miró sonriente. Su entusiasmo era contagioso, así que ella se inclinó y le dio un beso en la mejilla.

—Ay, los placeres de la descodificación —comentó Tom entre risas.

—Bien, ¿y qué dice? —preguntó Laila, al tiempo que levantaba la hoja con el texto descifrado—. O es que la traducción no va incluida en el lote?

El hombre frunció el ceño mientras fingía meditar.

—Bien, la verdad es que cobro un plus por ese tipo de servicio. Pero siendo para ti...

Ella rio y le devolvió la hoja.

—Adelante, doctor Roberts. Lúzcase.

Tom cogió la hoja.

—Yo diría que mi latín medieval está un poco oxidado. Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que lo utilicé.

—Te aseguro que es mucho mejor que el mío. Adelante.

Tom se reclinó en la silla, se acomodó las gafas y empezó a traducir, despacio, parando de vez en cuando para examinar una palabra que no conocía e intercalando frecuentes comentarios del estilo «Creo que quiere decir esto» o «Aquí estoy parafraseando un poco» o «Puede que me equivoque». Laila tomó una hoja de papel en blanco y escribió lo que iba diciendo.

—«G, a su hermana Esclarmonde, saludos» —empezó—. SD son las iniciales de
salutem dicit
, «te desea salud». «El tiempo es breve, así que el relato de cómo esta gran cosa llegó a mis manos tendrá que esperar a mi regreso de allende los mares. Baste decir que fue encontrada por casualidad, y tal vez no se habría descubierto jamás si nuestro trabajo no hubiera revelado su escondite secreto. Te la envío con la certeza de que estará a salvo en C. Aquí, con tanta ignorancia y estupidez, podría ser destruida, lo cual sería una lamentable pérdida, porque es antigua y posee gran poder y belleza. Abandonaré Jerusalén antes de que termine el año. Confío en que goces de buena salud y rezo por ello. Tu hermano, GR.»

Laila terminó de copiar la traducción, se sentó en el borde del escritorio y la leyó. No era esto lo que esperaba del documento. Parecía una especie de acertijo.

—¿Alguna idea acerca de su significado?

Roberts tomó la hoja y la examinó. Siguió un largo silencio.

—Es muy raro —dijo por fin—. A juzgar por las referencias a «Jerusalén» y «allende los mares», yo diría que fue escrita durante la época de las Cruzadas, aunque sólo es una suposición, no lo sé a ciencia cierta.

—¿Y eso cuándo fue? —preguntó ella—. No estoy muy al tanto de la historia de las Cruzadas.

—Yo tampoco —repuso Tom, mientras se rascaba el eccema—. Veamos, la Primera Cruzada arrebató Jerusalén a los sarracenos en 1099 después de Cristo. Más tarde, se formó un estado cruzado en Tierra Santa durante los siguientes doscientos años, hasta el final del siglo XIII, aunque Jerusalén fue reconquistada por Saladino en... —Hizo una breve pausa para pensar—. En 1187, creo. Sí, 1187. Después de la batalla de Hattin. Esto debieron de escribirlo antes, entre 1099 y 1187, diría yo. Aunque, como ya he dicho, podría equivocarme por completo.

Dejó la traducción, se quitó las gafas y empezó a limpiarlas de nuevo.

—Por cierto, el reino de los cruzados fue también conocido como Outremer —añadió—, que significa «allende los mares».

Laila contempló el críptico mensaje.

—¿Crees que el autor de esta carta fue un cruzado?

—No de a pie, por supuesto. La mayoría eran analfabetos. El hecho es que GR sabía latín y era lo bastante culto para codificar, lo cual indica que era un noble, un escriba o un miembro del clero.

Sostuvo las gafas ante él, las examinó y se las caló de nuevo.

—Esclarmonde es un nombre francés medieval, por lo que yo sé, sólo utilizado en la región del Languedoc, de modo que cabe suponer que GR era también de ese país. Sin embargo, no tengo ni idea de quién era ni de qué era esa cosa antigua que encontró. Es muy intrigante. Muchísimo.

—¿Y esta «C»? —preguntó la joven señalando la letra del texto.

—Una abreviatura del nombre de un lugar, supongo, pero... —Se encogió de hombros, como diciendo: «Quién sabe».

—¿Es auténtica? —preguntó ella—. ¿No es una falsificación?

Tom volvió a encogerse de hombros.

—No puedo decirlo, Laila. Sin el original no. Incluso entonces... no es mi fuerte. Tienes que hablar con un experto. Un paleógrafo o algo por el estilo. —Sonrió como disculpándose—. Creo que no puedo serte de mucha más utilidad.

—De ninguna manera —dijo Laila, mientras le apretaba el hombro—. Has estado fantástico.

Recogieron todas las bolas de papel, las tiraron a la basura y volvieron a la sala de estar. Laila pensó en ofrecerle una copa, pero decidió no hacerlo. Dio la impresión de que Tom captaba su renuencia, porque dijo que debía irse.

—No sé cómo darte las gracias, Tom —dijo ella, al tiempo que abría la puerta—. Me has ayudado mucho.

—Me lo he pasado en grande. —Tom sonrió—. De veras. Ha sido un desafío. Y la comida ha sido excelente.

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