El monstruo de Florencia (22 page)

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Authors: Mario Spezi Douglas Preston

Tags: #Crónica Negra, Crimenes reales, Ensayo

El juez proseguía: «Este asunto apesta … Es increíble, que nadie, ni los investigadores, ni los abogados defensores, ni los periodistas, haya expuesto hasta ahora las graves deficiencias de las declaraciones de Pucci y Lotti … Lo más extraordinario, sin embargo, y todavía más que nadie lo haya advertido, es que Lotti se ha pasado meses recluido en un lugar secreto, donde se ha dedicado a dormir, comer e incluso probablemente beber, y donde puede que hasta haya recibido algún tipo de compensación, fuera del alcance de la prensa, como una gallina de oro a la que le piden, de vez en cuando, que ponga un huevo. De ese modo, las revelaciones brotaban, gota a gota, más o menos contradictorias».

El juez proponía una explicación: «El escaso rigor de los sujetos en cuestión, su completa falta de ética y la esperanza de obtener impunidad u otros beneficios son motivos más que suficientes para explicar sus retorcidas declaraciones». Ferri concluía diciendo: «No podía permanecer callado ante una investigación tan alejada de la lógica y la justicia, dirigida con ideas preconcebidas y alimentada con confesiones que intentan mantenerse a cualquier precio».

Ferri, desgraciadamente, no era un escritor persuasivo y desconocía el funcionamiento del mundo editorial. Entregó su libro a una pequeña editorial de tirada y distribución reducidas.
El caso Pacciani
pasó prácticamente inadvertido para la prensa y el público y se hundió como una piedra. La nueva investigación del Monstruo de Florencia, bajo la aguerrida dirección del inspector jefe Michele Giuttari, siguió su curso, inmune a las acusaciones de Ferri.

En octubre de
1996,
Vigna, el fiscal jefe del caso del Monstruo, fue nombrado director del Departamento de Investigación Antimafia de Italia, el cargo policial más poderoso y prestigioso del país. (Perugini, como quizá recuerden, se había ganado con el caso del Monstruo un puesto en Washington.) Otros responsables de llevar a Pacciani a juicio habían utilizado igualmente el caso como trampolín profesional. En cuanto a la investigación del Monstruo, un carabiniere que ostentaba un alto cargo compartió con Spezi su singular teoría sobre la justicia criminal.

—¿Se le ha pasado por la cabeza —preguntó— que el juicio a Pacciani podría ser simplemente un caso de cómo obtener y manejar el poder?

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P
acciani permaneció en libertad y técnicamente inocente mientras Giuttari elaboraba una nueva acusación contra él. Pero tanta agitación resultó excesiva para el agricultor toscano y el 22 de febrero de 1998 el «inocente corderito» murió de un ataque al corazón.

La fábrica de rumores enseguida declaró que Pacciani no había muerto de un ataque al corazón, sino que había sido asesinado. Giuttari se puso inmediatamente en acción y ordenó una exhumación del cadáver del campesino para comprobar si había muerto envenenado. ¿Conclusión? Su muerte era «compatible» con un envenenamiento por tomar excesiva medicación para el corazón. Los médicos señalaron que los pacientes, en el momento de sufrir un ataque al corazón, suelen sobrepasar la dosis de medicación. Pero dicha explicación resultaba excesivamente prosaica para el inspector jefe Giuttari, que sostenía que Pacciani había sido asesinado por una o varias personas desconocidas para impedir que dijera lo que sabía.

El juicio a los compañeros de merienda de Pacciani, Vanni y Lotti, comenzó en junio de 1997. Las pruebas contra ellos se basaban en la palabra de Lotti, respaldada por Pucci, el retrasado mental, frente a las ineficaces y desorganizadas declaraciones de inocencia de Vanni. Fue un triste espectáculo. Se declaró a Vanni y a Lotti culpables de los catorce asesinatos del Monstruo; Vanni fue condenado a cadena perpetua y Lotti a veintiséis años de prisión. Ni la prensa ni la opinión pública italianas parecían poner en duda que tres beodos casi analfabetos y de inteligencia limitada hubieran podido matar con éxito a catorce personas a lo largo de un período de once años con el objetivo de robar los órganos sexuales de las mujeres.

Además, en el juicio nunca se abordó la cuestión del móvil: ¿por qué Pacciani y sus compañeros de merienda habían robado esos órganos sexuales? El inspector jefe Giuttari, sin embargo, ya había emprendido una investigación sobre ello. Y contaba con una respuesta: detrás de las matanzas del Monstruo se ocultaba una secta satánica. Este turbio conciliábulo de personas adineradas y poderosas, de conducta aparentemente irreprochable, que ocupaban las posiciones más altas en la sociedad, los negocios, la ley y la medicina, había contratado a Pacciani, Vanni y Lotti para que mataran parejas a fin de obtener los órganos sexuales de las muchachas y utilizarlos como «hostias» obscenas y blasfemas en sus misas negras.

Con el fin de profundizar en esta nueva teoría, el inspector jefe Giuttari formó una unidad policial de élite que llamó Gruppo Investigativo Delitti Seriali, Grupo de Investigación de Asesinatos en Serie, o GIDES. Se instalaron en la última planta de una estructura de cemento monstruosa y moderna llamada II Magnifico, por Lorenzo el Magnífico, que quedaba cerca del aeropuerto de Florencia. Giuttari reunió un grupo de detectives de primera. Su única misión: identificar y arrestar a los
mandanti,
los «cerebros» o instigadores de los asesinatos del llamado Monstruo de Florencia.

De la montaña de pruebas del caso del Monstruo, Giuttari rescató algunos detalles que creía que respaldaban su nueva teoría. En primer lugar, Lotti había hecho el comentario, pasado por alto en su día, de que «un médico había pedido a Pacciani que le hiciera unos trabajillos». En opinión de Giuttari, eso reavivaba la vieja sospecha de que el responsable de los asesinatos era un médico, en este caso no como autor real, sino como el cerebro. A ello se añadía la cuestión del dinero de Pacciani. Cuando el hombre murió, se descubrió que era rico. Poseía dos casas y tenía bonos postales por un valor superior a los cien mil dólares. Giuttari fue incapaz de dar con la fuente original de su riqueza, lo cual no debería haberlo sorprendido. Un elevado porcentaje de la economía italiana en aquellos tiempos era sumergida y mucha gente tenía fortunas inexplicables. Giuttari, no obstante, atribuyó una razón más siniestra a la abundancia de Pacciani: el agricultor se había enriquecido vendiendo las partes corporales que él y sus compañeros de merienda habían recogido en sus años de actividad.

En un libro que escribiría posteriormente sobre el caso, el inspector jefe Giuttari explicaba más detalladamente su teoría sobre la secta satánica: «Los mejores sacrificios para invocar a los demonios son los humanos, y
la muerte más favorable
[énfasis de Giuttari] para tales sacrificios es la que se produce durante el orgasmo y que recibe el nombre de
mors iusti.
Este es el móvil de los asesinatos del "monstruo", que atacaba a sus víctimas mientras hacían el amor … En ese preciso momento [de orgasmo] se desatan poderosas energías, indispensables para la persona que realiza los rituales satánicos, pues le otorgan poder a ella y al ritual que está celebrando».

Ahondando en la sabiduría popular medieval, el inspector jefe encontró un posible nombre para esta secta: la Orden de la Rosa Roja, una antigua y casi olvidada orden diabólica que había dejado su impronta a lo largo de siglos de historia florentina, un retorcido Priorato de Sión a la inversa, con pentagramas, misas negras, asesinatos rituales y altares demoníacos. La orden, decían algunos, era una rama de la antigua Ordo Rosae Rubae et Aurae Crucis, una secta masónica esotérica conectada con la Golden Dawn inglesa y, por tanto, con Aleister Crowley, el satanista más célebre del pasado siglo, que se hacía llamar «La gran bestia
666»
y que en la década de 1920 fundó una iglesia en Cefalú, Sicilia, llamada Abadía de Thelema. Allí, según se decía, Crowley llevó a cabo perversos rituales mágicos y sexuales con hombres y mujeres.

Hubo otros elementos que ayudaron a Giuttari a elaborar su teoría. El más importante fue Gabriella Carlizzi, una romana menuda y enérgica, de amplia sonrisa, que dirigía un sitio en internet sobre teorías conspirativas y se había publicado de su bolsillo varios libros. Carlizzi aseguraba disponer de gran cantidad de información secreta sobre muchos crímenes europeos cometidos en las últimas décadas; entre ellos el rapto y asesinato del ex primer ministro italiano Aldo Moro y el círculo de pedófilos belga. Detrás de todos ellos, decía, estaba la Orden de la Rosa Roja. El 11 de septiembre de 2001, el día de los ataques terroristas, Carlizzi envió un fax a los periódicos italianos: «Han sido ellos, los miembros de la Rosa Roja. ¡Ahora quieren atacar a Bush!». La Rosa Roja también estaba detrás de los asesinatos del Monstruo. Carlizzi ya había sido condenada en una ocasión por difamación, por afirmar que el conocido escritor italiano Alberto Bevilacqua era el Monstruo de Florencia, pero desde entonces sus teorías sobre el Monstruo, al parecer, habían evolucionado. Su sitio también estaba lleno de inspiradores relatos religiosos y tenía una sección donde detallaba sus conversaciones con la Virgen de Fátima.

Carlizzi se convirtió en un testigo pericial de la investigación. Giuttari y los detectives de su GIDES la convocaron y durante horas —puede que incluso días— escucharon sus conocimientos sobre las actividades de la secta satánica oculta en las verdes colinas de la Toscana. La policía, según aseguraría más tarde Carlizzi, tuvo que proporcionarle una escolta por el grave peligro que corría, pues había miembros de la secta que deseaban silenciarla.

Hurgando en los viejos armarios donde se guardaban las pruebas, Giuttari encontró evidencias físicas para respaldar su teoría de que una secta satánica estaba detrás de los asesinatos. La primera era el tope para puertas recogido en los Campos de Bertoline, a unas decenas de metros del lugar donde el Monstruo había matado a una pareja en octubre de 1981. Para el inspector jefe, esa piedra era algo mucho más siniestro que un simple tope para puertas. Describió su trascendencia a un reportero del
Corriere della Sera,
uno de los periódicos más importantes de Italia: era, aseguró Giuttari, una «pirámide truncada con una base hexagonal que hacía de puente entre este mundo y el Infierno». Recuperó de una vieja carpeta fotografías tomadas por la policía de unos sospechosos círculos hechos con piedras, acompañados de algunas bayas y una cruz, en un lugar donde los turistas franceses, aseguraba un viejo guardabosques, habían acampado cuatro días antes de su asesinato. (Muchos otros testigos dijeron que llevaban acampados en el claro de Scopeti por lo menos una semana.) Más adelante, los investigadores concluyeron que los círculos de piedras no tenían relación con el caso. Giuttari no estaba de acuerdo. Llevó las fotografías a un «experto» en ocultismo. El inspector jefe expuso las conclusiones del experto en su libro: «Cuando el círculo de piedras está cerrado, representa la unión de dos personas, es decir, de una pareja de amantes, mientras que si está abierto significa que la pareja ha sido escogida. La fotografía de las bayas y la cruz representan el asesinato de las dos personas; las personas son las bayas, mientras que la cruz simboliza su muerte. La fotografía de las piedras desparramadas muestra la destrucción del círculo tras la ejecución de los amantes».

Dado que Pacciani y compañía eran de San Casciano, Giuttari dedujo que la secta satánica debía de tener su sede en el idílico pueblo toscano, o cerca de él, engarzada como una joya en las ondulantes colinas de Chianti. Escarbó una vez más en los rancios archivos del Monstruo y encontró una pista sorprendente. En la primavera de 1997, una madre y su hija habían acudido a la policía con una extraña historia. Regentaban una residencia de ancianos en un lugar llamado Villa Verde, una vieja casa de campo rodeada de huertos y de un parque a unos kilómetros de San Casciano. Las dos mujeres se quejaron de que un huésped de la residencia, un pintor mitad suizo, mitad belga llamado Claude Falbriard, había desaparecido dejando su habitación patas arriba y con un montón de objetos sospechosos, cosas que podrían tener alguna relación con el Monstruo de Florencia, como una pistola sin registrar y espantosos dibujos de mujeres con los brazos, las piernas y la cabeza cercenados. Las dos mujeres habían metido todas las pertenencias de Falbriard en una caja que entregaron a la policía.

En aquel entonces, la policía había calificado esa aportación de irrelevante. Giuttari, que ahora veía la situación bajo otra luz, procedió a investigar a las dos mujeres y su residencia. No tardó en obtener resultados: descubrió que Pacciani había trabajado una temporada de jardinero en Villa Verde, ¡coincidiendo con la época de los asesinatos!

Giuttari y sus investigadores creían ahora que la residencia podía haber servido de cuartel de la Orden de la Rosa Roja y que los miembros de la misma habían encargado al jardinero Pacciani y a sus amigos que consiguieran partes de cuerpos femeninos para utilizarlos en rituales satánicos dentro de la residencia. En opinión de Giuttari, la madre y la hija formaban parte de la secta satánica. (No explicaba por qué habrían querido llamar la atención acudiendo a la policía.)

Entre la época de los asesinatos y la investigación de Giuttari, Villa Verde se había convertido en un hotel de superlujo con piscina y restaurante, rebautizado Poggio ai Grilli, Colina de los Grillos. (El letrero llevaba poco tiempo co lgado cuando un bromista tosca no lo modificó para que se leyera «Poggio ai Grulli», Colina de los Tarados.) Los nuevos propietarios no estaban nada contentos con la atención que estaban recibiendo.

La prensa, con
La Nazione
en cabeza, recogió la historia con despiadado alborozo:

PROPIETARIOS DE UNA RESIDENCIA BAJO SOSPECHA

SE CREE QUE LA CASA DE LOS HORRORES OCULTABA SECRETOS DEL MONSTRUO DE FLORENCIA

«Después de las diez, la residencia se cerraba a cal y canto. Varias personas llegaban y realizaban ritos mágicos y satánicos.» Así lo aseguraba una de las ex enfermeras de Poggio ai Grilli, la casa de campo entre San Casciano y Mercatale donde Pietro Pacciani, acusado en su día de cometer los asesinatos del Monstruo de Florencia, había trabajado de jardinero. Durante el período de los asesinatos toscanos, la «Casa de los Horrores» era una residencia de ancianos donde, durante unos meses, vivió el pintor Claude Falbriard, investigado primero por posesión ilícita de un arma de fuego y, más tarde, testigo clave en la investigación sobre los posibles instigadores de los asesinatos en serie del Monstruo.

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