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Authors: Gary Jennings

Tags: #Aventuras, Historica

El viajero (140 page)

habíamos desordenado esas partes y la habíamos matado. Pero me inclino a pensar que murió por el puro horror de aquella experiencia. En todo caso decidimos evitarle más miserias, pues habíamos oído contar que las prácticas funerarias de los mian eran bárbaras; remamos hasta un lugar desierto de la orilla y la enterramos profundamente, fuera del alcance de los gha-riyales y de otros depredadores de la jungla. 2

Me alegró ver de nuevo al orlok Bayan. Me alegró incluso volver a ver su dentadura. Su horrible brillo de porcelana y oro era bastante más acogedor que los dientes retorcidos y negros de los mian que habíamos visto durante todo el trayecto Irawadi abajo. Bayan era algo más viejo que mi padre y desde nuestra anterior campaña juntos había perdido algo de pelo y engordado de cintura, pero era todavía tan correoso y flexible como su vieja armadura. En aquel momento también estaba ligeramente borracho.

—¡Por Tengri, Marco, te presentas acompañado de mucha belleza, no como antes! —me dijo a gritos, con los ojos clavados en Huisheng que estaba a mi lado. Cuando la presenté, ella le sonrió algo nerviosamente, porque si bien Bayan estaba sobre el trono del rey de Ava, en la sala del trono del palacio de Pagan, su aspecto no era muy regio. Estaba medio echado y repantigado sobre el trono, sostenía una copa enjoyada, Y tenía los ojos fuertemente inyectados en sangre.

—Encontré la bodega del rey —dijo —. No kumis, ni arkis, sino algo llamado choum-choum. Hecho de arroz, me dijeron, pero creo que en realidad está fabricado con terremotos y avalanchas. ¡Hui, Marco! ¿Recuerdas nuestra avalancha? Toma, bebe un poco.

Chascó los dedos y un criado descalzo y con el pecho desnudo se apresuró a llenarme una copa.

—¿Qué pasó con el rey? —le pregunté.

—Renunció a su trono, al respeto de su pueblo, a su nombre y a su vida —dijo Bayan, lamiéndose los labios —. Era, hasta que huyó, el rey Narashinha-pati. Ahora todos sus antiguos súbditos le llaman despreciativamente Tayok-pyemin, que significa el Rey que Huyó. Nosotros en comparación con él casi les gustamos. El rey huyó hacia Occidente cuando nos acercamos a Pagan, y llegó hasta Akyab, la ciudad portuaria de la bahía de Bengala. Pensamos que tomaría un barco y huiría, pero no hizo más que quedarse en la ciudad, comiendo y pidiendo cada vez más comida. Comió hasta reventar. Una manera extraña de matarse.

—Muy propia de un mian —dije con asco.

—Sí, cierto. Pero él no era mian. La familia real era de raza bengalí, originaria de la India. Por esto pensamos que huiría allí. En todo caso, Ava está ya en nuestras manos, y yo soy el wang en funciones de Ava hasta que Kubilai envíe a su hijo o a alguien que me sustituya permanentemente. Si ves al gran kan antes que yo, dile que envíe a alguien de sangre helada para que pueda resistir este clima infernal. Y que se apresure. Mis sardars están combatiendo ahora al este, en Muang Thai, y quiero irme con ellos. Nos dieron, a Huisheng y a mí, una gran estancia en el palacio junto con algunos de los antiguos servidores de la antigua familia real, excepcionalmente obsequiosos. Pedí a Yissun que ocupara uno de los muchos dormitorios y que se quedara cerca para hacer de intérprete. Huisheng, que se había quedado sin doncella personal, escogió una nueva doncella de la servidumbre que nos habían asignado, una chica de diecisiete años, de la raza llamada a veces shan y a veces thai. Su nombre era Arun, o Amanecer, y era casi tan bella de rostro como su nueva ama.

La doncella ayudó a Huisheng y a mí a bañarnos juntos varias veces en nuestra sala de baños, que era tan grande y estaba tan bien equipada como un hammam persa, y cuando nos sentimos limpios y libres de las suciedades de la jungla ayudó a vestirnos. Para mí

solo había una pieza de brocado de seda que debía enrollar a mi alrededor como una falda. El vestido de Huisheng era más o menos lo mismo, pero le llegaba más arriba y le cubría los pechos. Arun, sin timidez, abrió y enrolló varias veces su única pieza de ropa, no para demostrarnos que no llevaba nada más, sino para enseñarnos cómo debíamos colocar nuestra ropa sin que se cayera. Yo aproveché la ocasión para admirar el cuerpo de la chica, que era tan blanco como su nombre. Huisheng me miró enfadada cuando se dio cuenta, yo sonreí y Arun también lo hizo tapándose la boca. No nos dieron zapatos, ni siquiera zapatillas; todo el mundo en palacio iba descalzo, excepto Bayan quien conservaba sus pesadas botas, y más tarde sólo me puse las botas para salir fuera. Arun nos trajo otro elemento de nuestro tocado: pendientes para los dos. Pero nuestras orejas no tenían los correspondientes agujeros y no pudimos ponérnoslos. Cuando Huisheng se hubo arreglado el cabello adecuadamente con ayuda de Arun y se hubo prendido unas flores en él, bajamos de Hueverías escaleras, y fuimos al comedor del palacio, donde Bayan había organizado una fiesta de bienvenida en honor nuestro. No estábamos muy acostumbrados a comer al mediodía, la hora de la celebración, pero yo tenía ganas de consumir algo decente después de las duras raciones del viaje, y quedé

algo decepcionado cuando vi que nos servían carne negra y arroz púrpura.

—Por Tengri —dije gruñendo a Bayan —. Sabía que los mian se ennegrecían los dientes, pero no me había fijado que su comida fuera también de color negro para conjuntar con su dentadura.

—Comed, Marco —dijo con complacencia —. La carne es de pollo, y los pollos de Ava no sólo tienen el plumaje negro, sino también la piel negra, la carne negra, todo negro excepto los huevos. No os importe el aspecto del ave, está cocida con leche de nuez índica, y es deliciosa. El arroz no es más que arroz, pero en este país crece con colores chillones: índigo, amarillo, rojo brillante. Hoy toca púrpura. Es bueno. Comed. Bebed. Y con su propia mano sirvió a Huisheng un vaso alto de licor de arroz. Comimos, y el banquete fue excelente. En aquel país no había, ni siquiera en el palacio de Bayan, nada parecido a las tenacillas ágiles ni a cualquier instrumento de mesa. Se comía con los dedos, como habría comido de todos modos Bayan, quien estaba sentado tomando alternativamente puñados de comida de colores y grandes tragos de choum-choum. Huisheng y yo tomamos sólo sorbitos, porque era muy fuerte. Conté a Bayan nuestras aventuras en el Irawadi y el considerable desprecio que me habían inspirado los habitantes de Ava.

—En la llanura del río, sólo visteis a los mal nacidos mian —dijo Bayan —. Pero quizá ni ellos mismos os habrían inspirado tanta repulsión si hubieseis pasado por las regiones montañosas y hubierais visto a los verdaderos aborígenes de estas tierras. Los padaung, por ejemplo. A sus hembras les ponen de niñas un anillo de bronce alrededor del cuello, luego otro anillo encima del primero, y otro y otro, hasta que al llegar a la edad adulta su cuello, embutido dentro de los anillos, es tan largo como el de un camello. O el pueblo moi. Sus mujeres se abren agujeros en los lóbulos de las orejas y colocan entre ellos ornamentos cada vez mayores, hasta que los lóbulos quedan tan distendidos que parecen argollas y pueden sostener un plato. Vi a una mujer moi con lóbulos tales que tenía que pasar los brazos a su través para apartarlos del camino. Supuse que Bayan estaba barboteando como los borrachos, pero le escuché

respetuosamente. Y más tarde cuando vi ejemplares reales de estas tribus bárbaras en las calles de la misma Pagan comprendí que había contado la pura verdad.

—Todos éstos son campesinos —continuó diciendo —. Los habitantes de las ciudades

constituyen una mezcla de mejor calidad. Algunos son aborígenes de paso y mian, y unos cuantos inmigrantes indios, pero la mayoría pertenece al pueblo llamado myama, más civilizado y culto. Desde hace tiempo este pueblo constituye la nobleza y las clases superiores de los ava, y es muy superior a todos los demás. Los myama han tenido incluso el buen sentido de no coger a sus vecinos inferiores como sirvientes o esclavos. Para ello han emprendido siempre campañas bélicas y han cogido a los shan, a los shan o a los thai, si así lo preferís, porque son mucho más hermosos, limpios e inteligentes que las razas locales minoritarias.

—Sí, acabo de conocer a una thai —dije, y puesto que Huisheng podía oírme ni protestar, añadí —: Una chica thai realmente magnífica.

—Vine a Ava por culpa de ellos —dijo Bayan. Yo ya lo sabía pero no le interrumpí —. Son un pueblo valioso. Un pueblo que vale la pena conservar. Y últimamente un número excesivo de ellos ha abandonado nuestros dominios y ha huido a la nación que llaman Muang Thai, el País de los Libres. El kanato quiere que continúen siendo shan y que no se conviertan en thai. Es decir, no quiere que sean libres, sino que permanezcan siendo súbditos del kanato.

—Comprendo el punto de vista del kanato —dije —. Pero si hay realmente un país entero lleno de gente tan hermosa, yo preferiría que este país continuara existiendo.

—Bueno, puede continuar existiendo con tal de que sea nuestro. Me conformé con tomar la capital, un lugar llamado Chiang-Rai, y aceptar la rendición de su rey, y no pienso asolar el resto del país. Quiero que sea una fuente permanente de los mejores esclavos, para servir y adornar el resto del kanato. Hui! Pero basta ya de política. —Apartó con el brazo su plato todavía lleno, se lamió abyectamente los labios y dijo —: Aquí viene el dulce que corona nuestra comida. Eldurian.

Fue otra dudosa sorpresa. El dulce parecía un melón con una corteza armada de pinchos, pero cuando el mayordomo de mesa lo cortó, vi que tenía en su interior grandes semillas, como huevos de gallina, y el olor que brotó de allí casi me tiró de la mesa.

—Sí, sí —dijo Bayan con tozudez —. No es preciso que os quejéis: estoy ya enterado del hedor. Pero esto es un durian.

—¿La palabra significa carroña? Porque huele igual.

—Es el fruto del árbol durian. Tiene el olor más repelente de cualquier fruto, y el gusto más cautivador. Ignorad el hedor y comed.

Huisheng y yo nos miramos, y ella parecía tan afligida como lo parecía probablemente yo. Pero el varón ha de demostrar valor ante su hembra. Cogí una rebanada de aquel fruto de color de crema y procurando no inhalar le di un mordisco. Bayan tenía otra vez razón. El durian tenía un gusto distinto a todo lo que había comido hasta entonces y a todo lo que comí después. Todavía puedo sentir su sabor, pero ¿cómo describirlo? Era como natillas de crema y mantequilla con sabor a almendras, pero este gusto iba acompañado por indicios de otros sabores, muy inesperados: vino, queso e incluso chalotes. No era dulce ni jugoso, como un melón hami, ni un refresco ácido como un sorbete, pero compartía estas cualidades y si uno podía soportar y superar su olor a podrido, el durian era una novedad muy deliciosa.

—Muchas personas se convierten en fanáticas del durian —dijo Bayan. Sin duda él era una de ellas, porque se estaba dando un atracón, y hablaba con la boca llena —. Odian el horrible clima de Champa, pero se quedan sólo por el durian, porque no crece en ninguna parte excepto en este rincón del mundo. —De nuevo estaba en lo cierto. Tanto Huisheng como yo nos convertiríamos en ardientes partidarios de aquella fruta —. Y es más que refrescante y más que deliciosa. Incita y excita otros apetitos. Hay un refrán en Ava: cuando el durian cae las faldas se levantan.

Esto era también correcto, como Huisheng y yo comprobaríamos después. Cuando todos nos hubimos saciado del fruto, Bayan se recostó en su asiento, se limpió

la boca con la manga y dijo:

—Bien. Me gusta teneros aquí, Marco, sobre todo cuando llegáis tan bellamente acompañado. —Alargó el brazo para tocar la mano de Huisheng —. Pero ¿cuánto tiempo vais a quedaros? ¿Qué planes tenéis?

—No tengo ninguno —respondí —. Porque ya os he entregado las misivas del gran kan. Pero prometí a Kubilai que le llevaría un recuerdo de esta nueva provincia suya. Algo único y propio de este lugar.

—Hum —dijo Bayan reflexionando —. De momento lo único que se me ocurre es un cesto de durianes, pero se echarían a perder por el camino. Bien, el día está ya declinando y el fresco invita a dar un paseo. Coged a vuestra buena señora y a vuestro intérprete y daos una vuelta por Pagan. Si algo excita vuestra fantasía, vuestro es. Le di las gracias por la generosa oferta. Al levantarnos Huisheng y yo para salir, añadió:

—Cuando anochezca volved al palacio. Los myama son grandes aficionados a las representaciones, y muy hábiles, y una compañía de comediantes ha estado representando cada noche para mí en la sala del trono una obra muy interesante. No entiendo ni jota, claro, pero puedo aseguraros que no son historias triviales. Estamos ya en la octava noche, y los actores están muy excitados porque llegarán a las escenas cruciales de la obra dentro de dos o tres noches.

Cuando Yissun se unió a nosotros iba acompañado por el pongyi jefe de palacio, con su ropa amarilla. Aquel anciano caballero tuvo la bondad de pasear con nosotros y hablando a través de Yissun explicó muchas cosas que no hubiésemos comprendido, y yo pude transmitir sus explicaciones a Huisheng. El pongyi empezó dirigiendo nuestra atención al exterior del mismo palacio. Era una aglomeración de edificios de dos y tres pisos, casi de igual extensión y magnificencia que el palacio de Kanbalik. Estaba construido más o menos según el estilo han de arquitectura, pero yo diría que mostraba una esencia muy refinada del estilo han. Las paredes, columnas, dinteles y elementos parecidos estaban labrados, esculpidos, retorcidos y afiligranados como los de los han, pero con más delicadeza. Me recordaron los encajes de reticella de Burano, en Venecia. Y las líneas de los tejados en espinazo de dragón en lugar de curvarse hacia arriba con una curva suave, se levantaban de modo más agudo apuntando hacia el cielo. El pongyi puso la mano sobre un muro exterior finamente acabado y me preguntó si podía decirle de qué estaba hecho. Yo dije asombrado:

—Parece hecho de una única y enorme pieza de piedra. Una pieza del tamaño de una peña.

—No —tradujo Yissun —. El muro es de ladrillo; está formado por una multitud de ladrillos separados, pero hoy en día nadie sabe cómo se construyó. Se levantó hace mucho tiempo, en la época de los artesanos cham, quienes tenían un proceso secreto que les permitía cocer de algún modo los ladrillos después de colocar las hileras y conseguir así el efecto de una cara de piedra lisa e ininterrumpida.

Luego nos llevo a un patio interior con jardín, y nos pregunto si podíamos decir qué

representaba. Era cuadrado, tan grande como una plaza de mercado, y bordeado con parterres de flores, pero en su interior tenía un prado de césped bien cuidado. Debería especificar que el prado estaba formado por dos variedades diferentes de hierba, una de color verde pálido, la otra muy oscura, y las dos variedades estaban plantadas en cuadrados alternos más pequeños formando una especie de tablero. Lo único que pude aventurar fue:

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