Pero sus intereses académicos siguen vivos, como demuestra la publicación en el mismo año de la interesante colección de ensayos
Un estudio de literatura
o
Bungakuron
, que es su obra más ambiciosa de crítica literaria.
A partir de entonces, su ritmo de producción literaria será constante: una novela por año. Los temas literarios dominantes empiezan a perfilarse en este llamado segundo periodo de Soseki, que se inicia en 1907 y dura hasta 1910. Su arte literario madura, con un lenguaje a la vez más depurado y vigoroso, y se plasma en la denominada «primera trilogía»:
Sanshiroo
,
Sore kara
y
Mon
(traducción española como
Mon, la puerta
[32]
).
En la primera, utilizando el fluir o corriente de la conciencia, analiza los cambios psicológicos del protagonista, que se debate entre la amargura de un amor perdido y el absurdo de las experiencias juveniles recordadas por su mentor Jiro. Este contraste evidencia la comprensión del autor por los cambios en el tiempo.
En la segunda novela, se equipara moralidad a orden social establecido cuyas normas inhiben la naturaleza del individuo.
La tercera obra anuncia el mundo más sombrío y las preocupaciones que van a caracterizar el tercer período del autor. En ella aparece el conocido triángulo de dos hombres que aman a la misma mujer, tan frecuente en Soseki y que encontraremos en
Kokoro
.
De este segundo período es también una colección de relatos breves sobre el tema de los sueños y la psicología. En ellos el estilo de Soseki gana versatilidad y brillantez.
El año de 1910, de vacaciones en los baños termales en Shuzenji, vomita sangre a causa de una úlcera. Es el comienzo de una enfermedad que le tendrá postrado en cama el año siguiente y que le acompañará hasta su muerte seis años después. Durante esta enfermedad recupera el hábito de componer poesía china y jaikus; incluso halla solaz en la pintura. Ese período de convalecencia será, en varios sentidos, uno de los más felices de la vida de Soseki: por ejemplo, estará temporalmente alejado de las preocupaciones sobre el destino de Japón en el nuevo siglo. La noticia de su enfermedad y su negativa a aceptar el título de doctor que le ofrece el Ministerio de Educación japonés, acercan su nombre incluso a los japoneses sin interés en la literatura.
En cada uno de los años que le quedan de vida tendrá que pasar un mes en cama reducido a debilidad extrema y viendo la muerte muy cerca, según confiesa en su diario. Pero su ritmo de actividad literaria no se detiene. Tampoco va a dejar de interesarse en la nueva generación literaria y de apoyar, desde su posición de prestigio, a los miembros del círculo de
Shirakaba
y del grupo
Shinshichoo
.
Su enfermedad marca el comienzo de su tercer y último período. Empieza escribiendo
Omoidasu koto nado
(
Las cosas que recuerdo
), en donde explora sus experiencias al borde de la muerte.
Después viene su segunda gran trilogía:
Higansugi made
(
Hasta después del equinoccio
),
Koojin
(
El viajero
), y
Kokoro
.
Tienen en común estas obras que la crítica social se suaviza ahora en comparación con el periodo anterior, y que se escudriña con meticulosidad la forma de pensar de unos protagonistas que suelen ser intelectuales ociosos. El análisis psicológico se hace más hondo y el estilo se depura más, liberándose de cierto ornato que tenían obras anteriores.
Hacia esos años (1910-1916), Soseki empieza a dar cuerpo a su ideal filosófico plasmado en la frase «seguir al Cielo y abandonar el yo» (
sokuten kyoshi
). Esta frase no aparece en ninguna de sus obras, pero figura en la relación de sus conversaciones con discípulos. Pues bien, en estas novelas va a darse expresión artística al drama librado dentro de los protagonistas que se debaten entre la imposibilidad de seguir al Cielo y la de abandonar su egocentrismo. La naturaleza del hombre y su destino, y no tanto la sociedad, que pasa ahora a un segundo plano, son los temas dominantes.
Personajes como Sunaga, de la primera novela de esta segunda trilogía, que vuelve la mirada a su interior para contemplar el temible perfil de su alma sórdida, Ichiroo de
Koojin
, a punto de enloquecer por dudar de su esposa, y el
sensei
de
Kokoro
que busca su perdición por haber traicionado a su amigo de juventud.
La última novela completa fue
Michikusa
(
Hierba en el camino
), publicada en 1915, que ahonda en el tema de la agonía del intelectual en el contexto de las cambiantes relaciones humanas. Es una novela claramente autobiográfica, pese a estar escrita en tercera persona y estar todos los nombres propios trastocados. Puede considerarse catártica para el autor, pues en ella Soseki disecciona su propio egoísmo igual que había hecho con los personajes de obras anteriores. Era como si deseara purificar su propio espíritu antes de embarcarse en el más ambicioso proyecto de análisis del egoísmo, la obra
Meian
(
Luces y sombras
), en cuya realización le sorprendió la muerte en 1916. En esta obra inacabada, que pasa junto con
Kokoro
por una de las más logradas y a la vez representativas del arte de Soseki, se examina cómo el amor entre dos esposos es inexorablemente modificado por las relaciones con los demás.
Meian
recorre los cambios de la edad de las personas y en la sociedad, y evalúa las influencias que esos cambios sociales tienen en la conciencia humana.
En contacto con inquietudes cuyo tormento dieron vida a los personajes de las novelas de su período final, conviviendo con unos males físicos que plagaron sus últimos años, y con una tensión mental creciente, Natsume Soseki era un hombre que buscaba el solaz de la compañía de amigos y admiradores. Su casa estaba abierta y sabemos que todos los días recibía visitas. Era en parte una consecuencia tanto de su natural generoso y llano, como de su compromiso con una sociedad que le había erigido como autoridad literaria del momento.
Es interesante, en este sentido, comparar su relación con dos prometedores escritores, Akutagawa Ryonosuke y Kume Masao, y con dos monjes del budismo Zen, Kimura Genjoo y Tomizawa Keidoo. De los dos primeros era una especie de mentor literario, pero de los segundos, pese a la juventud de estos, se muestra humilde discípulo. En su correspondencia
[33]
con los dos primeros es el maestro consagrado que dispensa consejos y comentarios a jóvenes admiradores; en las cartas a Kimura y Tomizawa se revela como sencillo buscador de consuelo espiritual. Esta doble faceta representa dos aspectos sobresalientes de la personalidad de Soseki: la entrega al quehacer literario y una sentida devoción a ideales religiosos.
Su dimensión de poeta, también nos acerca al hombre por otra puerta distinta de la de sus obras narrativas. La arraigada costumbre de escribir
kanshi
, o poesía china, la mantuvo hasta las semanas finales de su vida. En su correspondencia declara que el proceso de escribir por las mañanas
Meian
, su novela inacabada, le deprimía y agotaba tanto al hurgar en la fealdad del alma humana, que precisaba una especie de purificación de su propia alma. Entonces se ponía a escribir poesía. Y nuevamente, comparando estos versos con sus últimas novelas, surge el contraste, un contraste que no debe sorprender ya, si lo vemos a la luz de su coherencia con la comentada dualidad, manifestada en su correspondencia con escritores y religiosos.
En estos
kanshi
, de ocho versos cada uno, Soseki muestra el tono elevado de la poesía clásica china y un afán por hallar la paz del alma. El último de ellos, fechado el 20 de noviembre, pocos días antes de morir, es especialmente revelador de su personalidad y señaladamente de algunos de los grandes temas de
Kokoro
:
El camino a la verdad es solitario, remoto, escondido.
Pero con un corazón limpio, por él recorro pasados y presentes.
¿Hay un yo en las aguas azuladas, en las azuladas colinas?
Todo es cielo, todo es tierra: artificio no hay en ellos.
En la luz mortecina del crepúsculo, la luna se aparta de la hierba;
y la voz sorda del viento de otoño se queda entre los árboles.
Olvidaré mis ojos y mis oídos; perderé el cuerpo.
Solo en el vacío entonaré de la nube el blanco cántico
[34]
.
Estudioso de los clásicos chinos, de la literatura inglesa, del budismo Zen, su trayectoria creadora muestra un desapego creciente de las influencias directas de las literaturas europeas, un alejamiento gradual de planteamientos sociales y satíricos, y un acercamiento continuo y progresivo a planteamientos filosóficos que encubren una profunda compasión hacia el hombre, acercamiento a gestos humanos, a veces amargos, a veces beatíficos, a silencios evocadores, a destellos de intenso lirismo. Planteamientos filosóficos que deben más a Oriente que a Occidente, planteamientos nunca especulativos, siempre dramáticos, forjados en la carne y hueso de sus protagonistas, y que tienen el corazón humano como eje.
El estilo de Soseki varía considerablemente en sus obras dependiendo admirablemente de la atmósfera que pretende recrear. Aún así, pueden distinguirse dos estilos. En el primero, su lenguaje posee una ligereza y un humor que hace pensar en el empleado por los cuentistas populares de la época de Edo, anterior a Meiji, y tal vez también en algún novelista inglés del siglo XVIII, como Jonathan Swift. Ese humor es más matizado en las obras de la primera trilogía del segundo período.
El otro estilo, igualmente fluido y de gran poder lírico, se va haciendo a partir de 1910 un medio transparente para sucesos más amargos y sombríos, para una introspección psicológica de mucho más calado. Las notas de humor desaparecen cediendo el paso a un lenguaje conciso, casi diáfano, pero a la vez de vigoroso trazado.
Soseki no compartía con Shimazaki Tooson o Futabatei Shimei o algunos otros de los escritores de Meiji la falta de confianza en el poder de la ficción. Con una asombrosa capacidad para enfocar lo dramático, con plena confianza en su capacidad intelectual y una habilidad literaria que reúne belleza lírica, vigor descriptivo y rigor analítico, Soseki logra en su andadura como novelista la plena madurez de la novela japonesa moderna. En ese camino ninguna obra ejemplifica mejor los temas y las cualidades del novelista que
Kokoro
.
El término japonés
kokoro
que da título a la obra original significa, según el diccionario, una variedad de conceptos que van desde «corazón», «mente», «interior», «espíritu», «alma», hasta «intención», «concepción», «voluntad» «sensibilidad» y «sentimientos». Todo ello y algo más es
kokoro
. Este término representa la capacidad de ser afectado emocionalmente, la concepción resultante y también el elemento cognitivo informante. ¿Cómo traducirlo? Como término profundamente enraizado en la cultura japonesa, todos los conceptos españoles mencionados son, lamentablemente, incompletos. Tal vez la equivalencia menos inexacta que he hallado es la de Lafcadio Hearn, el gran pionero del exotismo japonés en Occidente, cuando definió
kokoro
como el «corazón de las cosas». Atendiendo a la controlada efusión de los personajes de esta novela, hubiéramos optado por el título español de
Sentimientos
, pero ni este término ni «Corazón», ni siquiera «Corazón humano», nos casaban bien con la viril ausencia de sentimentalismo de la obra ni con su desarrollo general. En francés ha sido traducido como
Pobre corazón de los hombres
[35]
, título con el que acierta en capturar el ambiente de contenida emoción que impregna toda la obra, pero se añade un matiz de compasión ajeno tal vez al concepto original. Ante el dilema de pronunciarse por una equivalencia siempre inexacta, hemos decidido dar la palabra al lector y dejar el título original,
Kokoro
. Que el lector decida tras leer la obra preguntarse, si le place, qué es
kokoro
, término por lo demás de pronunciación japonesa sorprendentemente semejante a como la podrá pronunciar cualquier nativo hispanohablante. El
Kokoro
japonés, sin duda, no podrá ser entonces otra cosa que el
Kokoro
español.
Kokoro
es la historia de la relación entre un joven estudiante y un intelectual de vida apartada en quien el joven ve a su mentor espiritual y a quien llama respetuosamente
sensei
o maestro.
La obra tiene tres partes subdivididas en cortos capítulos, cuidadosamente dispuestos de forma que rara vez tienen más de dos páginas, muy en el gusto japonés por lo breve y ordenado.
En la primera el joven narra en primera persona su encuentro con el
sensei
, las conversaciones y paseos con él en Tokio, las visitas a su casa donde encuentra y habla también con la mujer de
sensei
. Se describe una estancia breve en el pueblo con sus padres, y cómo inexorablemente es atraído por la personalidad misteriosa de este «intelectual ocioso», de
sensei
. El estudiante que hace de narrador, como Keitaro o Jiro de las novelas precedentes, es un observador, a veces un detective, intentando descubrir el secreto de
sensei
. Pero su afecto creciente por él le aleja pronto de esa categoría. Este estudiante, este «yo» de la novela, aparece velado en toda ella, oculto tras la personalidad de su mentor. Sólo cuando tiene el arrebato de tomar el tren y abandonar a su padre agonizante en busca de
sensei
muestra iniciativa y visos de un personaje real de novela.
En la segunda este «yo» vuelve al pueblo para cuidar a su padre enfermo. Se describen ahora las relaciones y los valores de la familia, el empeoramiento de la salud del padre, el contraste entre la personalidad de este y la del
sensei
, cuyo recuerdo obra poderosamente en el joven. El fin de la estancia con sus padres lo pone una extraña carta que recibe de
sensei
.
La tercera parte, la más extensa, es, la lectura que de dicha carta hace el joven. La primera persona la asume ahora
sensei
, el autor de la carta, que en su larga relación le da cuenta de su pasado. Al final se deshace el misterio. Es, en realidad, un testamento espiritual.