Los personajes principales son dos: el «yo», es decir, el joven que emprende un intenso y a veces agónico viaje de iluminación a través del trato irresistiblemente atractivo de
sensei
; y
sensei
, un intelectual amargado por una experiencia de juventud y desocupado, como samurái sin amo, que vive de espaldas a la sociedad con sólo su mujer y que, al revelar su pasado en la tercera parte, se erige en verdadero protagonista.
En las dos primeras partes de la obra, los personajes secundarios son los padres del joven, que viven en el pueblo y representan la tradición, el Japón premoderno, los valores antiguos que especialmente el padre defiende con ahínco; su hermano, «un carácter primario», que representa al japonés ajeno a ese camino de despertar del yo, un «japonés activo» embarcado en la modernización del país; y la esposa de
sensei
, Shizu, personaje difuminado y puro, que vive inocente y ajena al drama interno de su marido.
En la tercera parte, la parte epistolar que relata el pasado de la infancia y juventud de
sensei
, aparecen su tío, que le va a escamotear la herencia; la patrona de la pensión y su atractiva hija, con quienes llega a intimar y que le ayudan a superar el desengaño de la traición de su tío; y finalmente su amigo «K», con quien va a competir por la mano de la «señorita» de la pensión. Reaparece así, como el motor del desenlace de la novela, el triángulo amoroso de dos hombres y una mujer, de otras obras de Soseki.
Es pues una estructura tripartita, de pocos personajes y escasa acción. Y, sin embargo, rebosante de intensidad y dramatismo.
La acción externa es escasa, los silencios abundantes, el movimiento narrativo pausado. Todo favorece una acción interior aparentemente callada y discreta, pero de un calado emocional que, trágicamente al final, se va a traducir en inesperada violencia. En este sentido, conviene precisarlo antes de hablar de los personajes reales, todo pasa en el corazón (
kokoro
). El corazón humano, depósito ideal de los sentimientos, es el gran personaje invisible y omnipresente de una obra, por lo demás, nada emocional en el sentido vulgar del término, sino recta y contenida. El título está, pues, sobradamente merecido.
En cuanto a los personajes reales de esta ficción, ninguno de los más importantes tiene nombre. El autor ha elegido no darles nombre para conseguir una cualidad de arquetipos a sus caracteres y a sus situaciones.
Los padres del joven estudiante son la tradición de una sociedad japonesa cuyos valores parecen haber quedado anclados en ambientes rurales.
El tío del
sensei
es el estafador, el que traiciona la confianza del niño, el que le hace despertar a un mundo en donde el dinero rige los destinos.
La patrona de la pensión, en donde vive
sensei
cuando es joven, es la «señora», una viuda de militar, perspicaz y fuerte.
La hija de esta es la inocente «señorita», la futura Shizu o esposa de
sensei
, una mujer a quien le importa más eso que «está sumergido dentro del corazón de las cosas», una mujer cuyo encanto pasivo, cuando es joven, obra como detonante de la tragedia.
El amigo de
sensei
es simplemente «K», es el «otro», el chico taciturno y asceta que, en calidad de compañero de pensión, de viaje de vacaciones o desde su tumba en Zoshigaya
[36]
representa la tentativa de romper el aislamiento del protagonista.
En medio de este reducido mundo de personas sin rostros, destacan unos señalizadores que permiten situar la obra con precisión en el espacio y en el tiempo: la precisa toponimia de barrios y calles de Tokio y la mención de los fallecimientos del emperador Meiji y del general Nogi en el verano de 1912. Esta mención se produce cuando el joven estudiante asiste a su padre moribundo, el cual, al enterarse de la muerte por suicidio de este militar (1849-1912), exclama en el delirio:
—General. Espéreme. Yo voy también.
Es una de las escenas que, por su economía de medios, intensidad emocional y por la abstención de todo comentario del autor, mejor conseguidas están de la obra.
Este general Nogi, héroe de la guerra ruso-japonesa, había esperado la muerte de su emperador, para, terminado el funeral imperial (13 de septiembre de 1912), hacerse el harakiri ritual en compañía de su esposa. Se dijo que de esa forma reparaba el deshonor de haber perdido el estandarte del batallón que mandaba en una escaramuza 35 años antes. Su muerte conmocionó a la opinión pública japonesa, gran parte de la cual reconoció en su acto un ejemplo de lealtad y sacrificio. Soseki no fue el único autor en hacerse eco de la repercusión social de este incidente
[37]
.
En medio del anonimato ficticio de los personajes, es sobresaliente la inclusión de este hecho histórico para, por un lado, identificar al padre del joven protagonista con valores tradicionales, y, por otro, preludiar ominosamente la tragedia final de la novela.
La caracterización de los personajes es convincente y bebe en las aguas de la tradición de la novela realista europea del siglo XIX, bien conocida por Soseki. Es probable, sin embargo, que al lector occidental de nuestros días le parezca poco verosímil el entramado de reacciones y actitudes de
sensei
y de su amigo K en los últimos capítulos del libro. Entre dos amigos íntimos, como pasan por ser ellos dos, ¿cómo es posible que francamente, como dos buenos camaradas que habitan en la misma casa, no hablaran del impacto emocional que la «señorita» les estaba causando? Hay que recordar que ni la amistad ni la camaradería obedecen a los mismos resortes de «franqueza» entre japoneses que entre occidentales. Además, como japoneses de hoy en día me han corroborado, hablar de emociones en la época de Meiji, hace cien años, era harto distinto que hablar de emociones en este siglo XXI. El autor hace hablar así a su protagonista:
Técnica narrativaNo solamente
sensei
y su esposa, sino todos los de su generación, por haberse criado en las viejas costumbres de antes, no tenían el valor de expresarse con libertad sobre temas amorosos.
Ya hemos dicho algo de la popularidad del subgénero de los
watakushi shoosetsu
en la época del autor.
¿Qué mejor recurso que la primera persona y los destellos autobiográficos para dotar a la obra del carácter confesional y profundamente íntimo que la caracteriza?
La novela está escrita en primera persona, encuadrándose por tanto en la comentada tradición japonesa de los
watakushi shoosetsu
que, con su connotación de testimonio sincero, tan bien casaba con el intento de distanciarse del frívolo patrimonio de la prosa anterior a Meiji.
Pero lo que la distingue de esa tradición es que son dos los personajes que usan la primera persona en
Kokoro
. La marca de autenticidad confesional en ambas exposiciones en primera persona está conseguida gracias a un hábil recurso: el carácter epistolar del relato del segundo personaje. Soseki confesó que, al concebir esta historia, su intención era escribir varios cuentos pero que, a la vista de la extensión de la carta del segundo personaje —más de la tercera parte de la obra definitiva— decidió adoptar la estructura actual de una novela tripartita.
El tratamiento del tiempo es complejo. En primer lugar, el estudiante lee el testamento de
sensei
. Luego, escribe, en primera persona, las dos primeras partes insinuando que ya ha pasado bastante tiempo de los sucesos de la tercera parte pues ha acumulado experiencia en la vida. Eso lleva a un segundo misterio de la obra: la personalidad futura del «yo», al que no se ve si no es a través de su relación con los otros: ¿será este joven estudiante otro
sensei
o, más bien, ya lo es cuando escribe?
La técnica narrativa permite que el lector progresivamente vaya ahondando en la personalidad de
sensei
a través del verdadero viaje de despertar del yo que realiza el joven estudiante en pos del misterio de
sensei
.
A medida que le va conociendo más, descubre que por debajo de este hombre culto y cortés que es
sensei
, se esconde un alma atormentada.
Sensei
le previene, pero el joven es atrevido y decide llegar hasta el final de su búsqueda. En un momento dado, el estudiante acepta recibir «una lección de la vida» de su mentor.
Sensei
le mira incrédulo y se conmueve. Pero acepta al discípulo y promete pasarle su enseñanza algún día. Esta lección va a ser la revelación de su oscuro pasado cuyo contenido será la carta de la tercera parte. El viaje de búsqueda podría pensarse que ha terminado. ¿Ha terminado? Nunca termina, parece decir la obra: nuestro estudiante lee la carta fatídica viajando en un tren con destino a Tokio. Y el tren no se detiene.
Cuando acaba la obra, el lector, con el libro entre las manos, sigue dentro del tren con el estudiante que sostiene la carta de
sensei
también entre sus manos. Seguimos en el viaje y tal vez pensando con inquietud que este estudiante, a pesar de su juventud y candor, será muy pronto, como su
sensei
, un intelectual solitario incapaz de afrontar las realidades de un mundo sin atractivos.
La estructura inteligente de la novela ilustra impecablemente sus grandes temas.
Es ya un lugar común ver en la culpabilidad y el aislamiento los dos grandes temas de la obra del tercer período del autor. Cierto que son los temas que más destacan y caracterizan sus novelas con respecto a otras anteriores. No ha sido frecuente ver en
Kokoro
otros dos asuntos cuya presencia, como la del lienzo en un cuadro, sustentan y dan sentido existencial a los temas «tradicionales» de Soseki. En
Kokoro
nos han parecido fundamentales. Son los del amor y la vida.
Por amor
sensei
accede a instruir al estudiante en la vida, dándole una lección «arrancada de su pecho» que constituirá la desgarradora confesión de su pasado en forma de la carta de la tercera parte. Por amor, por el amor de una mujer, ocurre una doble tragedia al final: amor hacia la «señorita» delicadamente inconfesado de K en su nota de suicidio; amor hacia la esposa de
sensei
que le lleva a pedir al estudiante que guarde en secreto su confesión para evitar el sufrimiento futuro de ella.
Con la misma justicia con que podemos decir que es una novela de amor, se puede afirmar que es una novela de vida. Cierto que amor y vida, siempre resueltas en muerte ahora y siempre, en Oriente y Occidente, en
Kokoro
se resuelven en muerte no natural después de una peripecia vital caracterizada por insufribles pesos de culpa y egoísmo. En esta novela, más que la muerte y sus sombras, es la vida, la vida y sus enseñanzas, lo que está presente, la vida que, como hilo precioso de agua infusora de sabiduría para el discípulo, cuelga de todas las palabras del
sensei
.
Los otros dos temas, la culpa y la soledad interior, son mucho más visibles y componen el color y la forma del cuadro. Culpabilidad y aislamiento parecen ser para el autor las inevitables secuelas de la liberación del yo y de todas las incertidumbres que han venido con el advenimiento del aprendizaje de la cultura occidental. Es un precio caro, parece decir resignadamente el autor, que por boca de su protagonista confiesa:
Mejor aguantar mi soledad actual y no una soledad futura que sería horrorosa. La gente de hoy, nacida bajo el signo de la libertad, la independencia y la auto-estima, debe, en justa compensación, saborear siempre esta soledad.
Esta tesis es insistente en las otras novelas del tercer período del autor, a partir de su crisis de salud de 1910. Soseki se interesa sobre todo en describir el estrago moral de sus contemporáneos, invariablemente en esas obras intelectuales o con formación universitaria, que viven aislados del mundo, aunque siguen vinculados, por amor u odio, a una época pasada.
Reveladora sobre este tema es una conferencia impartida por Soseki en noviembre de 1914 y titulada
Watakushi no Kojin Shugi
(«Mi individualismo»). En ella explica que su individualismo no es, como muchos indicaban, una amenaza a la nación o una negación del nacionalismo, sino una insistencia en que cada persona tiene el derecho de seguir sus propias inclinaciones siempre que cumpla con sus deberes como ciudadano. Es más fácil y menos doloroso, decía Soseki, seguir la opinión de la mayoría, pero el individualismo significa que cada persona decida lo que es bueno o malo de cada acción. Rechazaba el punto de vista generalizado en el Japón de entonces —y plasmado en el llamado militarismo japonés de los años treinta que preludiará la guerra— de que el bienestar del país reclamaba la supresión de divergencias de opinión en el pueblo
[38]
. El individualismo de Soseki parece exigir simplemente el derecho a ser fiel a los propios gustos o dictados de la conciencia; en este sentido hay que enmarcar la filosofía de los numerosos «intelectuales ociosos» que pululan en las obras de Soseki, como nuestro
sensei
, que prefieren vivir de espaldas a la sociedad antes que compartir opiniones que no son las suyas. Y lo hacen sabedores del precio que han de pagar por la osadía de su «modernidad».
El beneficio de la modernidad para un hombre como
sensei
, el protagonista de la obra, puede ser el despertar del yo, el mismo despertar que quiere trasmitir a su joven discípulo a través del relato de su pasado, o, más bien, el llegar a ese ideal formulado por el autor en sus últimos años: «seguir al Cielo abandonando el yo». Sin embargo, nos viene a decir, este camino se debe realizar sin las protecciones culturales, religiosas y morales que las sociedades de Occidente han desarrollado en el curso de los siglos y que abrigan al individuo. El intelectual japonés liberado y consciente, en cambio, carente como está de esa protección, se halla desvalido.
En el contexto de las relaciones humanas, la traición suele ser el detonante que provoca esas dos mordazas —culpabilidad y aislamiento— que intensamente hacen padecer a los protagonistas. No sucede, por tanto, que el protagonista, tanto este
sensei
como el Sunaga Ichizo de
Higansugi made
, o Nagano Ichiroo de
Koojin
, o el héroe de
Mon, la puerta
, obra incluso anterior a este período, sea destruido por los demás, en cuanto que él se destruye a sí mismo al no disponer de resortes psicológicos o morales para asimilar la traición.