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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Los reyes de lo cool (11 page)

A echar un vistazo.

Vigilancia uno contra uno.

Dennis tiene huevos (grandes y rotundos), de modo que se interna en la oscuridad del desierto completamente solo, aparca su vehículo sobre un risco con vistas al susodicho rancho y enfoca sus prismáticos de visión nocturna sobre la casa.

Es un «vertedero de dinero».

(Qué expresión, ¿eh?)

Lo que está sucediendo es que los camellos llevan hasta allí su efectivo para que sea contado, clasificado y preparado para el paseo relativamente corto a través de la frontera. Cualquier noche de la semana, debería haber entre cientos de miles y varios millones de dólares en esa casa.

De un solo vistazo, Dennis sabe que esta podría ser la detención que le condujera hasta Lo Más Alto.

Porque la otra cosa que ha visto a través de los prismáticos ha sido a

Filipo Sánchez.

Número Tres en el Cartel de Baja.

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La noche es sobrenaturalmente verde.

A través de las gafas de visión nocturna de Chon.

Verde de monstruo de película.

Sale del TBP

(Transporte Blindado de Personal)

tras su equipo y corre hacia el complejo de edificios de dos pisos de hormigón en el que los chicos de la CIA les han dicho que se hallan escondidos los jefazos de AQ.

Presionando la culata del rifle MA-14 contra su hombro, lo mantiene en posición de disparo mientras la carga de explosivo plástico arranca la puerta de sus bisagras y el equipo irrumpe en el interior.

Chon tiene una foto del gilipollas de AQ que es su objetivo Número Uno grabada a fuego en la memoria.

Mahmud el-Kassani.

¿Dónde estás, Mahmud?

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Dennis conoce a Filipo, joder que sí. Tiene su foto clavada con una chincheta en el corcho de su despacho. Conoce los nombres de la esposa y de los hijos de Filipo, sabe a qué equipo de fútbol sigue, sabe que está suscrito a los partidos de los Padres en televisión por satélite. Si Filipo se ha arriesgado a cruzar la frontera es que debe de tratarse de un vertedero de dinero importante. Debe de haber venido a echar un vistazo, para asegurarse de que todo el dinero viaja al sur sin que ningún billete se pierda en dirección hacia otros puntos de la brújula.

A pesar de que normalmente Dennis mantendría la casa vigilada durante un par de semanas antes de entregársela a sus superiores para que puedan llevarse el mérito, esta vez está pensando en saltárselos a la torera. El AEAC de San Diego tiene intención de jubilarse y un petardazo como este podría poner el trasero de Dennis directamente sobre su vacío sillón.

Es una maniobra de vaquero, muy desaconsejada por los Poderes Fácticos, pero Dennis sabe que tiene una justificación: siempre podrá decir que no le quedaba más remedio que arriesgarse. ¿Quién sabe cuándo va a regresar Filipo a este lado de la frontera, si es que alguna vez lo hace? Además hay una orden federal de búsqueda y captura en su contra por narcotráfico, así que…

Se prende la insignia en la chaqueta, encuentra su gorra de la DEA en el asiento trasero, saca el arma y allá que va.

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Caos en el complejo

(zorros en el gallinero)

mientras

mujeres chillan, niños gritan, cabras balan.

En el equipo no hay caos. Saben exactamente dónde están y adónde se dirigen: escaleras arriba hasta el segundo piso.

Las balas zumban a su alrededor. AQ se resiste.

Chon mueve el rifle suavemente y con seguridad.

Objetivo, disparo

Objetivo, disparo

Objetivo, disparo

Llega hasta la puerta y alcanza las escaleras.

Uno de los de AQ ha disparado contra las bombillas al oír la explosión y el interior está completamente a oscuras.

Chon percibe a alguien en el umbral de la puerta, justo a su lado, y gira el rifle para eliminarlo y ve a

un crío

no puede tener ni doce años

vestido con el chaleco tradicional

el
waskath

(palabra de la que, Chon lo sabe, proviene el vocablo inglés
waistcoat
)

y un solideo en la coronilla

enormes ojos negros.

La orden es disparar a todo lo que se mueva de género masculino, pero Chon no va a cumplirla, así que le da un empujón al chico para volver a meterlo en el cuarto y sube las escaleras hasta una habitación que se convierte en

un matadero

mientras el equipo dispara contra todo lo que se mueve y Chon ve a

Mahmud.

Que no quiere convertirse en mártir esta noche.

Levanta las manos para rendirse.

Chon le clava dos en el pecho porque

Chon quiere que sea un mártir.

(El Paraíso es el Paraíso, pero también es caro.)

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Sí, quizá intenten liarse a balazos con él.

En cuyo caso puede darse por muerto.

Pero lo más probable es que salgan por piernas

En cuyo caso la mayoría de ellos conseguirá escapar.

Pero merece la pena correr el riesgo.

¿Detener a Filipo Sánchez? Vamos.

Así que Dennis carga con su Jeep como un vaquero de película a lomos de su caballo. No hay verja ni puerta, porque los narcos no quieren llamar la atención sobre su pequeña y anónima vivienda, de modo que Dennis conduce justo hasta la entrada, pisa el freno hasta el fondo, sale del vehículo de un salto, la insignia en una mano, la pistola en la otra, y anuncia:

—¡DEA! ¡Esto es una redada! ¡Que nadie se mueva, coño!

Dennis tiene huevos.

Tres guardias armados le miran con la boca abierta y los ojos como platos, evidentemente intentando decidir qué hacer. Y este es el momento en el que, si fuesen a dispararle, lo harían.

En la versión de Jerry Bruckheimer, eso es precisamente lo que hacen: sacuden la artillería y tiran de gatillo, fallando casi todos los disparos mientras Dennis los elimina a todos y —herido en el hombro— irrumpe en la casa donde tiene lugar el tiroteo final con Filipo.

Dentro créditos, a barrer palomitas.

Solo que un cartel de drogas multimillonario no llega a ser un cartel de drogas multimillonario porque tiene a un montón de gente estúpida en nómina. Y a pesar de que esta no es la típica redada de la DEA con el típico reparto habitual, sigue siendo una redada de la DEA, y estos tipos saben que matar a un agente federal en territorio norteamericano va a

—costar a la larga mucho más dinero que el que hay en la casa

—costarles la inyección en vez de quince a treinta años e

—incluso Filipo Sánchez es prescindible.

Es la pura verdad, la simple realidad de la vida narco. El dinero solo es dinero, continuamente se pierde algo. Lo mismo pasa con las personas: van a la cárcel, salen. Es el riesgo que corren. Un riesgo aplicable incluso a Filipo, por muy de la familia real que pueda ser. Sucede y la familia sigue adelante.

Así que lo que sucede es que se quedan paralizados y

Dennis pasa a su lado a grandes zancadas e irrumpe en la casa donde

Filipo Sánchez, sentado frente a una mesa plegable cubierta con fajos de billetes, alza la mirada con expresión ligeramente sorprendida. Y, con toda tranquilidad, dice:

—Sobre esta mesa hay quinientos cincuenta mil dólares. Son tuyos si vuelves a salir por esa puerta.

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Otra vez escaleras abajo.

Misión cumplida.

De vuelta a la base, a beber una cerveza, a ver un DVD.

Las mujeres ya están de duelo, lamentando, ululando, pero Chon ha dejado de oírlas.

Ruido blanco.

Casi ha terminado de bajar las escaleras cuando el chico vuelve a salir.

Chon ve los ojos negros e inocentes del crío y dice:

—Oh, joder

mientras el chico mete la mano en el
waskath
y hace detonar la bomba fijada a su cuerpo.

El mundo verde se vuelve rojo.

78

Poca gente tiene posibilidad de llegar a averiguar

Qué harían ellos

cuando toda su vida ha estado basada en una cosa y entonces

alguien les ofrece

la otra.

Dennis sabe que puede encerrar a Filipo, y que otros cinco Filipos se matarán entre sí para ocupar su puesto. Sabe que la vacante no quedará libre durante mucho tiempo, porque el sueldo es demasiado bueno. Sabe que de todos modos debería detenerle, ponerle las esposas y leerle sus derechos.

Filipo no muestra intención alguna de ir a resistirse o a huir.

Quizá si Filipo hubiera sido el típico bandido estereotipo de los multicines, salido de un anuncio de Orlando con su camisa negra bordada y las botas verdes de piel de lagarto, la elección habría sido sencilla. Pero Filipo viste una chaqueta deportiva gris hecha a medida sobre una camisa blanca de botones, vaqueros de marca y mocasines negros. Lentes bifocales ligeramente tintadas, pelo corto y negro con motas plateadas. Muy sencillo, discreto, tranquilo.

Ni rastro de amenaza en la voz ni de sonrisa burlona en la cara.

Es un simple negocio.

Un intercambio valor/contravalor.

Dinero por libertad.

A Dennis se le pasan muchas cosas apresuradamente por la cabeza. Cosas que el día anterior probablemente ni se le habrían ocurrido, como:

550.000 $ son

Encimeras de granito, son

La educación de sus hijas, son

A tomar por culo los cupones.

Piensa en la pensión que le espera en el futuro, en que quizá baste para comprarse una autocaravana de esas en las que pintas en el costado un nombre como «Bucanero» y con las que atraviesas el país en años alternos, pero quinientos de los grandes bien invertidos a lo largo de todos esos años compran

Una casa en Costa Rica, junto al mar.

Viajes a la Toscana.

Encimeras de granito.

Sería

solo esta vez, piensa Dennis,

una vez y una no más, y

nunca jamás.

Solo que Dennis sabe que eso no es cierto, incluso mientras se lo está diciendo a sí mismo. Sabe que un alma no se alquila, solo se vende. Pero, para quedar bien, dice:

—Esto no cambia nada.

Filipo asiente, pero permite que la más leve insinuación de una sonrisa aparezca en su rostro, porque los dos saben que esto lo cambia
todo
.

El río del tiempo es así de inmisericorde.

A veces la corriente es tan fuerte que nunca puedes volver a ser el que eras, ni siquiera de visita, pero

Dennis simplemente asiente.

Filipo sale por la puerta, llevándose

Un gran pedazo de Dennis consigo.

79

Quién sabe

si

la fe se agrieta o

erosiona,

o si el río del tiempo va mordiendo sus orillas hasta que simplemente se

desmorona.

Parece repentino.

No lo es.

80

Chon oye los ululatos de las plañideras.

Tirado de espaldas, nota que una corriente de aire frío cae sobre él.

Después nada.

LAGUNA BEACH
1976

Cocaína,

dando vueltas por todo mi cerebro.

J
ACKSON
B
ROWNE

«Cocaine»

81

Doc se saca un conejo de la chistera.

Solo que no es ningún conejo ni tampoco una chistera. Doc saca un sobre de papel transparente de la tabla de surf de John.

Magia.

John y Doc acaban de regresar de un viaje para surfear por México.

No es que hayan visto la Banzai Pipeline ni nada parecido, pero sí ha sido agradable e iban acompañados por un par de chicas y todo el mundo lo ha pasado bien. Solo que ahora están descargando su equipo en el camino de entrada de la casa de John, en Dodge City, cuando Doc coge una de sus tablas y la parte por la mitad y John no se puede creer lo que está viendo.

—¿Qué es eso? —pregunta.

—El futuro —responde Doc.

John está cabreado. Para empezar, es una de sus tablas favoritas. Para seguir, ahora tiene veinticuatro años y podría ir a la cárcel en vez de al correccional. Si Doc quiere arriesgarse estúpidamente, ¿por qué no lo hace con su propia tabla?

Solo que Doc es como un dios para él.

Y ahora Dios habla:

—¿Crees que hay dinero en la hierba? —dice Doc—. La hierba es pecata minuta. La coca es Wall Street. El rollo hippie está acabado. Paz, amor, metéoslo por el culo. Jimi, muerto. Janis, muerta. Ahora todo es Simpatía por el Diablo.

El futuro está en el dinero y el dinero está en la coca. Los corredores de bolsa se meten coca. Los productores de cine, los ejecutivos discográficos, los médicos, los abogados, los jefes indios… todos consumen coca, no hierba.

La maría es una casa en Dodge City, la coca una mansión en la playa.

La maría es una furgoneta nueva, la coca es un Porsche.

La maría es chavalillas hippies y aceite de pachulí, la coca es modelos y Chanel.

John lo pilla.

John se sube al carro.

Es 1976, es el

BuyCentenario.
[5]

82

Se mira en el espejo y lenta, meticulosamente, se pinta los ojos.

El lápiz de ojos es perfecto, el rímel es perfecto, la sutil sombra de ojos azul es perfecta, el ligero colorete que resalta sus pómulos de porcelana es perfecto. Se cepilla la lisa y lujuriosa melena rubia hasta que adquiere un brillo perfecto.

Fría, objetiva, críticamente, Emily decide que es

perfecta.

Levantándose del taburete, da un paso hacia el espejo de cuerpo entero, pegado a la puerta de su diminuto cuarto de caravana anclada en los llanos de San Juan Capistrano, cerca de los campos de fresas.

Emily estira el vestidito negro clásico y comprueba que revele suficiente —pero tampoco demasiado— muslo y suficiente —pero tampoco demasiado— escote. El vestido representa meses sirviendo mesas en el Harbor Grill de Dana Point, soportando propinas mierdosas y miraditas de reojo, porque Emily es despampanante y nadie diría que tiene

diecisiete.

Decide que el vestido es perfecto.

También lo es el sujetador negro que presiona sus pechos para darles la misma forma de globos perfectos que ha visto en
Vogue
,
Cosmo
e incluso
Playboy
, revista que estudia para aprender cómo piensan los hombres que debería ser una mujer, y
Penthouse
, revista que estudia para aprender qué piensan que debería

hacer.

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