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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Los reyes de lo cool (7 page)

No les odiéis: nunca tuvieron ni una puta oportunidad.

Padres izquierdosos de la Costa Este («Los Rosenberg eran inocentes»), campamentos de verano socialistas («Los Rosenberg eran inocentes»), Berkeley a principios de los sesenta, Movimiento por la Libertad de Expresión, No a la Guerra, Ronald Reagan («Los Rosenberg eran culpables») es el Diablo, Haight-Ashbury, El Verano del Amor, se casaron en mitad de un sembrado en una granja de las Berkshire con guirnaldas en el pelo mientras un cretino tocaba el sitar y son

perfectos productos de su tiempo

Bab Boomer

Hippies

llegados a Laguna para crear una pequeña utopía aprovechando los alquileres económicos del cañón y difundir la buena palabra de la paz y el amor montando una librería en la que venderán, además de
El libro tibetano de los muertos
,
El libro de cocina del anarquista
y
En el camino
,

incienso, sandalias, carteles psicodélicos, discos de rock, camisetas teñidas, pulseras de macramé (una vez más, intentad no odiarles), toda esa mierda alegre,

y distribuirán ácido entre los enterados.

Su plan tiene un fallo.

El dinero.

Estrictamente hablando, la falta del mismo.

Incluso para comprar un edificio ruinoso hace falta dinero, dinero para convertirlo incluso en una librería hippie, dinero del que ellos carecen.

Es el problema del socialismo.

No hay capital.

Aparece entonces el Jesús del Taco, deslizándose sobre las olas como un vaquero sobre su caballo para…

Una vez más, a la mierda. La analogía surfista/vaquero, el fin del Oeste americano a orillas del Pacífico, el Manifiesto Destino volviéndose sobre sí mismo con el empuje de la marea creciente… ¿a quién le importa un carajo?

Bastará decir que los surfistas fueron a dar con los hippies en Laguna Beach.

Tenía que pasar.

¿La diferencia entre un surfista y un hippie?

Una tabla.

Básicamente son el mismo animal. El surfista fue el primer hippie; de hecho, fue el primer beatnik. Años antes de que Jack y Dean salieran a la carretera en busca del dharma, el surfista recorría la Carretera Costera del Pacífico en busca de una buena ola.

Lo mismo.

Pero no vamos a profundizar en todo eso. Podríamos, podríamos, de hecho estamos muy tentados, pero tenemos una historia que contar y esa historia es:

Stan, Diane y la tribu pretenden montar su tienda a una manzana de uno de los mejores rompientes en toda la costa de OC:

Brooks Street,

donde el Jesús del Taco, alias «Doc», surfea y reparte comida gratis entre todos los presentes sin discriminar

(socialismo)

por lo que Stan le pregunta a Diane:

—¿De dónde saca el Jesús del Taco el dinero para ser el Jesús del Taco?

—¿Un fondo fiduciario?

—No tiene pinta de ser de esos.

En esto Diane demuestra intuición, porque Raymond «Doc» Halliday creció en un hogar obrero en Fontana y pasó dos temporadas en el correccional por robo y asalto respectivamente. Ray padre —techador— le legó a su hijo ciertas habilidades con el martillo, pero ¿dinero?

No.

Con el tiempo Doc emigró hacia el sur siguiendo la costa, descubriendo el surf y la marihuana y también que uno podría ganar suficiente dinero para practicar lo primero vendiendo lo segundo.

Ahora Stan y Diane le observan repartir tacos y deciden preguntarle de dónde sale la pasta para los panes. Cruzando la CCP que, bajo la influencia del tripi, se ha convertido en un río y sus coches en peces, se acercan a Doc.

—¿Queréis un taco? —pregunta Doc.

—¿Quieres un poco de ácido? —responde Diane.

Que suene la BSO de 2001.

Esto es un
momento
.

La ida de olla seminal que dará luz al

grupo que será conocido como

La Asociación.

(Y después llegó María.)

42

Así es como sucede:

Doc invita a Stan y a Diane a unos tacos.

Stan y Diane invitan a Doc a un tripi.

Doc vuelve a meterse en el agua, cabalga una ola y descubre que las moléculas que forman dicha ola son las mismas moléculas que le forman a él, de manera que no ha de esforzarse para
ser
uno con la ola,
ya es
uno con la ola, de hecho,
todos
somos la
misma ola

Y sale en busca de Stan y Diane para contarles esto mismo entre sollozos.

—Lo

—exclama Diane con efusión.

Es imposible que lo sepa, jamás ha montado en una tabla, pero todos somos la misma ola, de modo que…

—Sé que lo sabes —dice Doc.

Doc regresa con sus colegas surfistas y todos se colocan. Ahí tenéis la gran pesadilla de los republicanos de Orange County: los peores elementos antisociales (surfistas
y
hippies) reunidos en un plato combinado de amor demoníaco inducido por las drogas.

Y con la intención de institucionalizarlo, porque

Stan y Diane comparten su problema —falta de fondos— con Doc y los muchachos

y Doc ofrece una solución.

—Hierba —dice—. María.

El surf y la hierba combinan como…

como…

uhhhh…

… el surf y la hierba.

Los surfistas llevan años trayendo marihuana de sus expediciones por México y su vehículo favorito para contrabandear es el Plymouth 1954 familiar, porque todos sus paneles interiores pueden ser desmontados, llenados con hierba y vueltos a montar.

—Podemos conseguiros el dinero para arreglar esto —dice Doc, ofreciendo también como voluntarios a todos sus colegas surfistas—. Un par de excursiones a Baja bastarán para que tengáis lo necesario.

Doc y los muchachos organizan las excursiones, venden el producto y donan los beneficios a Stan, Diane
et al
. para que repartan paz, amor y ácido por todo Laguna Beach y sus alrededores.

La Librería Pan y Maravillas abre sus puertas en mayo de ese año.

Vende
El libro tibetano de los muertos
,
El libro de cocina del anarquista
y
En el camino
, incienso, sandalias, carteles psicodélicos, discos de rock, camisetas teñidas, pulseras de macramé (¿sabéis qué? Adelante, odiadles cuanto queráis), toda esa mierda alegre, y distribuyen ácido entre los enterados.

Stan y Diane son felices.

43

La librería abre, pero

los chicos siguen organizando excursiones.

Porque suficiente es una palabra que encierra una contradicción.

Suficiente nunca es

suficiente.

Al fin —
al fin
— los surfistas han encontrado algo que les permite ganar dinero sin tener que t-r-a-b-a-j-a-r. Y ganan dinero. Joder que si ganan dinero. Millones de dólares. Hasta se compran un yate para pasar el rato y traer mandanga por mar desde México.

La polla con cebolla.

Pero Doc

Doc es un visionario.

Un pionero, un explorador.

Doc se sube a un avión rumbo a Alemania, compra una furgoneta VW y conduce

conduce

hasta Afganistán.

Doc ha oído historias sobre la asombrosa potencia del hachís afgano.

Las historias resultan ser ciertas.

La hierba mola, pero ¿el afgano?

Una máquina del millón en las sinapsis que ilumina todas las bombillas, que hace sonar todas las campanas.

Ganador, ganador, ganador.

Así que Doc carga la VW hasta los topes de hachís, regresa a Europa conduciendo y envía la furgo por barco a California. Celebra un par de fiestas de cata, regala unas cuantas muestras y crea un mercado para su producto.

No pasa mucho tiempo antes de que los demás muchachos de la Asociación sigan las huellas de Doc hasta Afganistán y carguen sus coches, camionetas y furgonetas hasta los topes de hachís. El artilugio más ingenioso para contrabandear, sin embargo, es la tabla de surf. Un genio envía una tabla hasta Kandahar, la vacía y luego la rellena con hachís porque nadie en el aeropuerto sabe lo que es una tabla de surf ni, lo más importante, cuánto debería pesar. Y nadie pregunta siquiera qué hace un tipo con tablas de surf en un país sin mar.

Toda esta mierda llega hasta Laguna.

Muy pronto, Laguna Canyon se llena de casas repletas de droga y casas llenas de drogadictos. El cañón está tan a rebosar de forajidos que los policías lo bautizan «Dodge City».

44

La chiquilla vive en una cueva.

No es una metáfora para una casa desvencijada y carente de luz natural. Una
cueva
.

A lo neandertal.

La cueva está en las colinas cerca de las lagunas que le dan su nombre a la ciudad.

Una cueva en Laguna durante el verano tampoco es un mal lugar, en realidad resulta hasta agradable. Los días son cálidos, las noches meramente frescas, y los habitantes de la cueva cuentan con ciertas comodidades básicas.

Tienen velas para alumbrarse e infiernillos de etanol para cuando de vez en cuando les da por «cocinar». Tienen sacos de dormir y mantas, camisetas y vaqueros enrollados que les hacen las veces de almohada. Utilizan las duchas y retretes de la playa, aunque han cavado una letrina siguiendo un sendero abierto entre los arbustos cerca de la cueva.

La chiquilla, Emily, la odia.

A los seis años, ya es capaz de percibir que tiene que haber algo mejor ahí afuera.

Emily imagina un cuarto (para ella sola, señora Woolf ) de paredes empapeladas y colchas rosa, muñecas ordenadamente alineadas frente a las grandes almohadas y uno de esos hornos de juguete en los que cocinar pequeños pastelitos. Quiere un espejo de verdad frente al que sentarse a cepillarse el largo pelo rubio. Quiere un cuarto de baño que esté inmaculado y una casa que sea…

… perfecta.

Nada de todo esto va a suceder: su madre se llama «Freaky Frederica».

Hace un año Freddie huyó de su hogar y de un marido (maltratador) en Redding y no paró hasta encontrar cierto refugio (y un nuevo nombre) en la comuna hippie de la cueva. Para ella, fue lo mejor que le había sucedido nunca. Para su hija, no tanto.

Odia la suciedad.

Odia la falta de intimidad.

Odia el caos.

La gente entra y sale continuamente, la población de la comuna es transitoria, por decir algo. Uno de los visitantes frecuentes a la cueva es Doc.

Doc tiene una casa abajo en Dodge City, pero en ocasiones pasa el rato en la cueva, fumando hierba y hablando de la «revolución» y la «contracultura» y los poderes revelatorios del ácido.

Y follándose a Freddie.

Emily yace allí, inmóvil como una muñeca, fingiendo dormir mientras su madre y Doc hacen el amor a su lado. Cierra los ojos con fuerza, intenta acallar los sonidos e imagina su nuevo dormitorio.

Nadie entra jamás en su interior.

En ocasiones el hombre que está con su madre no es Doc sino algún otro. En ocasiones son varios.

Pero nadie entra jamás en el «cuarto» de Emily.

Nunca.

45

A John le gusta vivir en la cueva.

Empezó durmiendo con Brillo Estelar, hasta que una noche se acurrucó junto a una fugada de Nueva Jersey llamada Cometa (presumiblemente en honor del fenómeno celestial, no del producto de limpieza), y como eran prácticamente indistinguibles, no le importó.

Sencillamente es mejor que estar en casa.

La comuna es, a su modo, una familia, algo con lo que John no tiene demasiada experiencia. Se sientan a comer juntos, charlan, realizan tareas en común.

Los padres de John apenas se han percatado de que ha dejado de vivir en casa. Vuelve cada dos o tres días y deja pequeños indicios de su existencia, saluda a quien sea que esté allí en ese momento, agarra un par de prendas de ropa, quizá algo de comida y después regresa a la cueva. De todos modos, su padre se pasa ahora la mayor parte del tiempo en L. A., su madre vive consumida por los detalles del inevitable divorcio y, en cualquier caso, es verano y la vida es sencilla.
[3]

John fuma maría y ocasionalmente un poco de hachís, pero los viajes de LSD le asustan.

—Pierdes el control —le dice a Doc.

—Lo pierdes para encontrarlo —dice Doc crípticamente.

No, gracias, piensa John, que ha tenido que tranquilizar a más de un flipado en pleno mal rollo y soportar tediosas sesiones de ácido mientras la peña viaja y Doc les lee pasajes del
Libro tibetano de los muertos
.

Al margen de eso, no es de extrañar que un muchacho de catorce años esté encantado de vivir en una cueva durante el verano. Baja a la playa, Doc le presta una de sus tablas. Queda con los surfistas y los hippies y se coloca. Vuelve a la cueva, donde alguna de las jóvenes hippies le ofrece un plato en el bufet del amor libre.

—Fue como un campamento de verano —contaría John más tarde—, pero con mamadas.

Después el verano termina y llega el momento de comenzar las clases.

46

John no quiere volver a casa.

—No puedes vivir en una cueva todo el año —dice Doc.

Septiembre y octubre todavía podrían resultar aceptables, pero después el tiempo cambia y las noches se vuelven frías y húmedas en Laguna. Pero fría y húmeda es exactamente como describiría John la atmósfera en su casa, con su madre cada vez más distante y borracha la mayor parte del tiempo.

Lo que sucede es que John prácticamente se muda a casa de Doc.

Es un rollo gradual: John sale del instituto y se pasa por allí un rato, se apunta a las grandes cenas de espaguetis, después todo el mundo se coloca y John acaba quedándose dormido en el sofá o en uno de los tres dormitorios junto a alguna de las chavalas que componen lo que básicamente es el harén de Doc.

Al cabo de una temporada, John simplemente está allí, como un accesorio, una mascota.

El cachorro de Doc.

Surfea con él, le ayuda a repartir tacos, gradualmente empieza a comprender de dónde sale todo su dinero.

María.

John acaba haciéndose una idea muy acertada de a qué se dedica la Asociación y quiénes son sus miembros. A su alrededor, los muchachos hacen referencias escasamente veladas a sus excursiones a México y las grandes expediciones al sudeste asiático.

Un día John le dice a Doc:

—Quiero participar.

—¿En qué?

—Ya sabes —dice John.

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