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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Los reyes de lo cool (21 page)

Tres semanas después del ceremonial en la playa, John y Taylor celebran una pequeña boda en el cenador con vistas a Divers’ Cove. Asisten unos cuantos amigos —la mayoría de Taylor— y organizan el convite en casa, antes de volar a Tahití para su luna de miel.

Se quedan allí todo un mes, y cuando regresan John vende la casa de Moss Bay y se mudan a una residencia más modesta pero igualmente cómoda en Bluebird Canyon. Guarda los Porsches en el garaje y se limita a conducir un BMW.

Y hace bien.

La policía tarda unos seis meses en barrer a la Asociación como si fuese una alfombra vieja. Resulta que Doc les dio muchos nombres antes de ser incapaz de seguir soportando la culpa y «matarse».

Bobby, siempre el más astuto, se marchó y desapareció, dejando tras sí únicamente una leyenda.

Pero Mike, Duane, Ron… Uno tras otro acaban cumpliendo penas de dos dígitos en prisiones federales.

Stan no, ni Diane.

Ni Emily.

John y Taylor enderezan su vida. Taylor deja la coca y su bebé nace completamente sano.

Lo llaman John.

Tiene tres meses cuando los federales procesan a John por tráfico de drogas.

LAGUNA BEACH
2005

Observé al mundo flotar a través del

lado oscuro de la luna,

después de todo, supe que tenía algo

que ver contigo.

3 D
OORS
D
OWN,

«Kryptonite»

164

Chon está en la puerta, apoyándose sobre un bastón.

O baila su danza de la felicidad y después le rodea con los brazos.

—Chon ha vuelto —canturrea—. ¡Chonny ha vuelto, Chonny ha vuelto, bien, bien, bien, Chonny ha vuelto!

—Cuidado —dice él, manteniendo por los pelos el equilibrio con el bastón.

—¿Qué haces aquí? —pregunta Ben.

—Ahora soy un civil —dice Chon. Lleva a O de vuelta hasta el sofá y la obliga a sentarse—. Licenciado con honores. Físicamente incapacitado para el servicio.

—Moralmente incapacitado —dice Ben—. Éticamente incapacitado, psicológicamente incapacitado, pero ¿físicamente incapacitado? No.

—Es lo que les he dicho yo, pero…

Ben le despega a O de encima y le da un abrazo.

—Bienvenido a casa, hermano.

—Es bueno estar de vuelta.

—¿Qué necesitas?

—Una cerveza fría —responde Chon—. Una ducha caliente. Una hamburguesa del In-N-Out.

O trota hasta la nevera y le trae una Dos Equis.

—Me la llevo a la ducha —dice Chon—. Estaré ahí dentro un buen rato.

Chon deja que el agua caliente le golpee y que la cerveza fría se deslice por su garganta y no es capaz de decidir cuál de las dos cosas le sienta mejor.

Después recuerda que no tiene que elegir.

No tiene que guardarse las espaldas.

No tiene que estar pendiente del sonido de un AEI al detonar o del silbido de un proyectil de mortero al acercarse.

No tiene que limpiarse la sangre de un compañero de las manos.

No tiene que matar a nadie esta noche.

Esta noche puede cerrar los ojos.

Aquí no hay guerra.

165

Scott Munson conduce hacia el lugar acordado por la Ortega Highway que serpentea entre las colinas al este de San Juan Capistrano.

El cliente ya está allí.

Esperando kilo y medio de la mejor marihuana de Ben y Chon.

Es un cliente nuevo, y llevarle semejante cantidad a un desconocido es una violación de las reglas de Ben y Chon, pero un kilo y medio son 12.000 $ —un beneficio de 2.400 $—, y si el nuevo se convierte en un habitual —cosa que hará tan pronto como sus clientes prueben esta mierda— Scott habrá encontrado una nueva fuente regular de ingresos.

Cosa que necesita porque quiere regalarle un anillo a Traci por su cumpleaños. Y ya que hablamos de violar las reglas de Ben y Chon: Traci le acompaña en esta entrega.

Estrictamente
verboten
.

(—Otra palabra para «pasajero» —les ha instruido Chon a sus vendedores—, es «testigo». Otro sinónimo es «soplón».

—No querréis poner a vuestros amigos y seres queridos en una situación moralmente imposible —añadió Ben—, en la que tendrían que escoger entre su lealtad hacia vosotros y su libertad. Simplemente no lo hagáis.)

Sí, muy sensato todo, pero intentad vosotros decirle a Traci que no puede ir.

Melena rojiza hasta los hombros, estupenda delantera, ojos almendrados y la personalidad más dulce al sur del condado. A ver si Chon sería capaz de decirle que tiene que quedarse sentada sola en casa mientras tú conduces hasta donde Cristo perdió las sandalias.

Más reglas de B&C:

Los clientes
nunca
van a tu casa, eres tú quien acude a ellos.

Organiza encuentros en zonas remotas

entre las 21.00 y las 06.00, que son las horas en las que a la policía no le gusta trabajar.

Tres de cuatro tampoco está tan mal, y lo que B&C no sepan no podrá hacerles daño, de modo que la dejas que te acompañe porque el trayecto es largo y te gusta oler su pelo.

—Espera en el coche —le dice Scott mientras sale de la carretera—. Solo tardaré un minuto.

—Guay.

Scott deja el contacto encendido para que Traci pueda escuchar la radio y sale del coche.

166

—Hay una pava en el coche —dice Brian.

—Mala suerte —responde Duane.

—A lo mejor deberíamos cancelar.

—¿Llevas doce de los grandes encima?

Duane abre la puerta y sale del coche.

167

Scott se inclina para extraer las bolsas del maletero.

Duane se saca la pistola de la parte trasera de los vaqueros y le pega un tiro en la nuca.

El destello del disparo ilumina el coche.

Duane lo rodea y abre la puerta del pasajero.

Las manos de la hermosa muchacha están agarradas al salpicadero, sus ojos clavados en el horizonte, la boca completamente abierta de terror.

Duane ve la orina en el suelo del coche.

—No voy a hacerte daño —le susurra al oído. Su pelo tiene un olor muy agradable, como si acabara de lavárselo con un champú caro—. Simplemente cierra los ojos mientras volvemos a nuestro coche. No los abras hasta que nos hayas oído alejarnos, ¿de acuerdo?

Ella asiente, incapaz de hablar.

Después cierra los ojos con fuerza, como un niño que intenta olvidar una pesadilla.

Duane le acaricia el pelo con el dorso de la mano.

Después da un paso atrás y le pega un tiro.

168

—Quiero hacerlo yo —dice Chon.

—Date el gusto —dice Ben, sonriendo.

Chon asoma la cabeza por la ventanilla y habla con el altavoz.

—Dos dobles-dobles —dice—, con todo. Y un batido de chocolate.

Lleva mucho tiempo esperando poder decir eso.

Es bueno estar de nuevo en casa.

En California.

169

«La teoría más respaldada es que la palabra
California
deriva del nombre de un paraíso ficticio» (Wikipedia).

170

—Una lástima lo de la chavala —dice Brian.

—¿Qué preferirías —responde Duane mientras se alejan en el coche—, que aleteara los párpados de sus hermosos ojos almendrados mientras te señala frente a un jurado?

Tampoco es que haya muchas posibilidades de que eso vaya a suceder.

Arrojarán la pistola al océano y el coche lo han robado en Dago, de modo que si la poli analiza las marcas de las huellas de los neumáticos en plan CSI solo les conducirán hasta un grupo de pandilleros hispanos en la inopia.

Aun así, uno nunca deja testigos.

Ni siquiera aquellos a los que te gustaría follarte.

—Solo era un decir —musita Brian.

Solo era un decir.

171

Chon se termina sus hamburguesas y sonríe.

—¿Mejor que el sexo? —pregunta O.

—No —dice Chon.

Pero casi.

172

Pero como dice el dicho, el «casi» solo cuenta en el juego de las herraduras, a la hora de manejar granadas y en ciertas elecciones presidenciales.

Chon está tumbado en la cama de su apartamento, combatiendo el jet lag y cierto dolor residual, cuando se abre la puerta y entra O.

La observa desprenderse de la ropa.

Su cuerpo pálido a la luz de la luna que entra por la ventana.

O se mete en la cama y se pone a horcajadas cuidadosamente sobre él.

—No creas que te he echado de menos o que te amo —dice—, ni que no estoy cabreada contigo por haberme rechazado la última vez. Esto es solo un polvo por caridad para un veterano herido.

—Entendido.

—Un gesto patriótico —dice ella, doblándose sobre Chon, increíblemente flexible para tratarse de una chica para la cual el ejercicio es anatema—. Como ponerse un lazo amarillo o algo así.

O le envuelve con la boca, se la pone (más) dura, después se endereza y se yergue sobre él.

—Quédate ahí tumbado y deja que yo haga todo el trabajo —dice.

—¿O?

—¿Chon?

—No me hagas daño.

173

Pero sí que se lo hace.

Pequeña como es, ligera como es, le causa dolor al mecerse sobre su cuerpo, intenta ser amable, intenta hacerlo suave, pero es tan jodidamente agradable que no puede parar y se da cuenta de que él aceptará gustosamente el dolor junto al placer cuando la agarra de las caderas y empieza a moverse no más lento sino más rápido no con más suavidad sino con más ímpetu y O piensa tengo a Chon dentro de mí y lo abraza con más fuerza y se hunde en el acto con un rezo y un poema:

Tu piel es mi piel, tus cicatrices mis cicatrices, tu dolor mi dolor

Yo las curaré con mi coño

argentino, mojado, cálido,

te llevaré a mi interior donde no hay

dolor ni miedo

puedes

llorar cuando te corras

te corras en mí

un cáliz

para ti

mi amigo

mi amante

mi chico mágico.

174

—Hostia puta —dice Chon.

O le pasa un dedo de arriba abajo por el pecho.

—¿Quién iba a sospecharlo? —pregunta él.

Yo lo sabía, piensa ella.

Siempre lo he sabido.

Desde la noche en la que me rescatasteis.

La noche en la que empezó todo esto.

175

Aquella noche

Ella tenía catorce años y

El quarterback era verdaderamente ag.

Agresivo.

Y quería follarse a O.

Ni siquiera fue sutil al respecto. El concepto que tenía aquel patán de la seducción, del encanto, consistió en hacerla caminar por la playa hasta alejarla de la fiesta, y decirle:

—Quiero follarte.

—Ya, no.

Ya llegaría un momento en la vida de O en la que sería profolleteo —su amiga Ash solía decir que O manejaba más paquetes que UPS—, pero no con aquel capullo, no diez minutos después de que le hubiera tendido una cerveza como si con eso bastara para ganársela, y además:

O tenía catorce años.

—Voy a volver —dijo ella. Refiriéndose a la fiesta playera de la que se habían alejado, la fiesta a la que Rupa no había querido que fuese.

—Después —insistió Quarterback. Tenía diecisiete años, al año siguiente iba a ser capitán del equipo y ya corrían rumores de que tanto la USC como la NFL deseaban ficharlo, de modo que estaba acostumbrado a ver cumplidos sus deseos.

La agarró de la muñeca.

O es pequeña. Chica. Su madre la llamaba
gamine
, que a saber qué coño significa. Rupa estaba atravesando una fase francófona, probablemente porque se estaba acostando con un importador de vinos de Newport Beach y no hacía más que charlotear sobre la posibilidad de mudarse a Lyon, porque París sería demasiado cliché,
ne c’est pas?

Ya, claro, pensó O. Rupa dejará Orange County cuando Michelle Kwan o cualquier otra anoréxica retentiva anal haga sus triples piruetas en el infierno. Rupa sería incapaz de vivir a más de diez minutos de distancia en coche de sus gimnasios, sus spa, sus cirujanos plásticos, sus loqueros, sus jardineros o sus amigas OC (por Orange County, sí, pero Obsesivas Compulsivas también encaja), ni siquiera por Marcel o Michel o como coño se
appelle
, simplemente no va a suceder, pero lo que realmente cabreaba a O de la situación que estaba viviendo era que se trataba de
exactamente
la misma situación sobre la que Rupa le había advertido en caso de que fuese a fiestas con chicos a los que no conocía.

—¿Sabes lo que les pasa a las chicas que van a fiestas con chicos a los que no conocen? —le preguntó Rupa.

—Que se quedan embarazadas y tienen hijas como yo —respondió O—, que van a fiestas con chicos que no conocen y se quedan embarazadas y tienen hijas como yo. Es
le circle de la vie
.

Rupa se quedó perpleja.

Por otra parte, es muy difícil dejar a Rupa sin respuesta.

—Yo me casé con tu padre —dijo.

Por poco tiempo, pensó O.

—En cualquier caso —arguyó—, sí que le conozco. Va a tercero y el año que viene será primer quarterback.

Rupa asimiló aquello, entendía el estatus. Aun así, Ophelia iba a primero y aquel muchacho estaba a punto de acabar el instituto. Le prohibió a O que fuese a la fiesta, pero después se fue a una a la que la habían invitado a ella, de modo que O se limitó a salir de casa y a bajar caminando hasta la playa, donde encontró la fiesta alrededor de una hoguera y también encontró a Quarterback, el cual pronto la alejó de la fiesta para dar un paseo por la playa y poder estar a solas.

En cualquier caso, O era pequeña y Quarterback era grande; todo él pesas, proteínas energéticas, suplementos y quizá incluso testosterona, a juzgar por cómo se estaba comportando. La tenía agarrada con fuerza y no la soltaba y O era incapaz de liberar su muñeca, de modo que estaba pensando:

Que me jodan.

No, en plan, deseando que se lo hiciera aquel tío.

Sino en plan: todo lo contrario.

Quarterback le ofreció una alternativa:

—Al menos chúpamela.

Empezó a empujar hacia abajo para ponerla de rodillas.

176

No puedes levantar pesas con las pelotas.

Vale, a lo mejor sí puedes, quizá seas ese gurú que extrae piedras de dos kilos y medio del Ganges atándoselas a los cojones, o seas ese tipo que gana el Premio Darwin en YouTube y se convierte en
leyenda
de internet, pero por regla general no hay ejercicio alguno que te ayude a reforzar la entrepierna contra una rodilla bien colocada y lanzada con mala leche.

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