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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Los reyes de lo cool (19 page)

John sale, se la guarda, se queda mirando a Taylor y dice:

—Ahora encima tendré que llevarlo al chapista.

—Estoy embarazada —dice ella.

150

Emily le da las gracias a Dios por haber añadido a la larga lista de cosas en las que fracasó Brad el haberla dejado embarazada.

Fracasó a la hora de hacerse con el concesionario de coches de su padre, fracasó en sus inversiones, fracasó en el club, fracasó en el dormitorio. Lo único en lo que no fracasó fue en conseguir que su recepcionista le hiciese mamadas. (Dios mío, si encima hubiera fracasado en
eso
.)

Sí cumplió bien su papel como Esposo Trampolín, proporcionándole un buen acuerdo de divorcio y suficientes ingresos para seguir llevando, como suele decirse, la vida a la que ahora se había acostumbrado.

Para la cual desea una

actualización.

También se está planteando dejar de ir a terapia, no parece estar haciéndole

ningún bien

y últimamente detecta cierto matiz de condescendencia en el tono de Diane, como si los problemas de Emily no fuesen lo suficientemente interesantes como para merecer toda su atención.

No, decide Emily, invertiría mejor el dinero en mejorar su nariz, la cual, seamos sinceros, no acaba de ser

perfecta.

Ahora, con veintitrés años, el cuerpo requiere cierto mantenimiento, ya que pronto volverá a entrar en un mercado muy competitivo. Su siguiente marido deberá ser

Corredor de bolsa

Promotor inmobiliario

Mejor aún

Heredero de una fortuna ancestral.

Y, para eso, la nariz debe ser perfecta, los pechos perfectos, el estómago liso y firme y, una vez más, gracias a Dios,

sin marcas.

En ocasiones el terror la golpea como un puñetazo en el pecho.

Siente que no puede respirar.

Ese temor existencial. A la nada que es ella misma.

151

John organiza una reunión con Doc en el puerto deportivo de Dana Point.

Doc aparece con un Lamborghini Countach rojo sangre y aparca junto al Porsche de John.

A John le molesta porque los polis odian tales muestras de ostentación. Los incorruptibles piensan que les estás restregando las ganancias por las narices y te persiguen con mucha más intensidad, a los de la división no les gusta que hagas alarde porque los ciudadanos honrados ven lo que consideran traficantes de drogas completamente a su aire y se preguntan por qué si ellos son capaces de verlo, la policía no.

Además, los polis que tienes comprados te ven conduciendo un carro de 300.000 $ y piensan que a lo mejor no les estás pagando lo suficiente.

Simplemente es una mala idea.

Doc ve la expresión de desaprobación en la jeta de John y dice:

—Eh, si corremos los riesgos deberíamos disfrutar de las recompensas, ¿no? De otro modo bien podríamos dedicarnos a vender seguros.

—Hay límites, Doc.

—Lo que tienes ahí no es exactamente un Toyota —responde Doc, señalando hacia el Porsche.

John se da cuenta de que no tiene sentido discutir. Doc está colocado. Está empezando a ser un problema que Doc le dé a su propio producto. Le vuelve irracional, impredecible, propenso a los errores. Quizá uno de esos errores provocó que le echaran el guante, piensa John. Quizá sea cierto.

Es un problema. John y Doc no están juntos únicamente en el negocio de las drogas. Tienen un restaurante, un bar, un par de edificios de apartamentos. Si detienen a John, los federales podrían quedarse con todo.

Pasean por el puerto deportivo, después cruzan el puente hacia el largo y estrecho malecón.

—Taylor está embarazada —dice John.

—Hoy en día se sabe cuál es la causa, ¿lo sabías? —dice Doc.

—Estaba tomando la píldora.

—Eso te dijo ella.

—¿Estás diciendo que se ha quedado embarazada intencionadamente?

—¿Y tú me estás diciendo que no? —dice Doc—. Vamos, hombre.

—¿Qué?

—Crece.

John entiende a lo que se refiere Doc. Un sinónimo de «hijo» es ingresos. Un jugoso cheque mensual durante los siguientes dieciocho años. Taylor no sería la primera mujer que deja de tomar la píldora a cambio de un salario.

—No —dice John—. Va a abortar.

—Quiere que se lo impidas —dice Doc.

—No conoces a Taylor.

(—Tengo que pensar en mi carrera —ha dicho ella—. No puedo presentarme a los castings hinchada y hecha una bola, joder.

—¿Qué puta carrera? —ha querido responder John—. Seis segundos en
Mannix
y hace un año que no te presentas a ninguna prueba —pero no necesitaba otra pelea.

Mejor abandonar cuando llevas la delantera, ¿verdad?

En cualquier caso, Taylor ya ha llamado a la clínica para pedir hora. Solo se lo ha dicho porque (a) necesitaba el dinero para pagar la intervención y (b) sería agradable que la acompañase y después la llevara de vuelta a casa.

Cosa que a él no le apetece demasiado, pero aun así lo hará.)

—Vale —sonríe Doc.

Se internan en el malecón. Les proporciona un buen ángulo de visión que les permite comprobar si les sigue alguien, y la poli necesitaría un micrófono de narices para poder captar algo a semejante distancia.

—¿Qué es lo que pasa en realidad? —pregunta Doc—. No es solo que tu novia se haya quedado embarazada.

A John le sorprende sentirse nervioso. Tiene que esforzarse para preguntar:

—¿Tienes alguna cosa que quieras contarme, Doc?

—¿Como qué?

—¿Como que te han detenido?

—¿De qué coño estás hablando? —se ríe Doc.

De repente a John le parece esquivo. Podréis decir lo que queráis sobre Doc, pero eso es algo que nunca había sido. Siempre fue directo, franco, tal cual era.

John odia verle así. Dice:

—Si tienes un problema, hablemos de ello. Podemos encontrar una solución.

Doc se ríe.

—Todo un detalle por tu parte, chaval —dice—. Pero ahórrate la canción de los Beatles para otro. Estoy bien.

—¿Sí?

—¿De dónde sale toda esta mierda? —pregunta Doc—. ¿Con quién has estado hablando? ¿Ron? ¿Bobby?

John no responde, pero Doc conoce la respuesta.

—Mira —dice—, de no ser por mí, esos gilipollas no sabrían la diferencia entre la coca y la Coca-Cola. Fui el primero en llegar a la fiesta. Qué coño, fui yo quien
organizó
la fiesta. Y ahora los invitados quieren quedarse mi casa.

En cierto modo tiene sentido, piensa John. Si los demás contaminan a Doc, tendrá que pasar la versión para camellos de la cuarentena: nadie querrá hacer negocios con él y ellos podrán hacerse con su cuota de mercado.

—Te están mareando, J —dice Doc—. Intentan abrir brecha entre nosotros dos.

Eso también tiene sentido. Doc y John son los putos Batman y Robin. No puedes pelear con ambos a la vez, pero sepárales y…

—Me encargaré de Bobby —dice John.

—No, no hagas nada —dice Doc. Después se lanza a una terrible imitación del Padrino—: «Mantén a tus amigos cerca, a tus enemigos más cerca aún». No les quites ojo. Entérate de qué va el rollo. Tantéales, averigua quién está conmigo, quién contra mí. ¿Puedes hacerlo, Johnny? ¿Puedes hacer eso por mí?

—Claro.

—Tú y yo —dice Doc—. Siempre hemos sido tú y yo. Siempre lo seremos. Nadie puede interponerse entre nosotros, ¿verdad?

Claro que es verdad, piensa John. Se conocen desde hace demasiado y Doc ha sido

Como un padre para mí.

—En cualquier caso, mira —dice Doc—, me estoy trabajando un proyectillo. No quería decirte nada hasta que no estuviera, ya sabes, más desarrollado, pero ahora…

152

Conducen hasta Dago.

Si no habéis rulado a ciento y mucho por la 5 a través de Pendleton en un Lamborghini rojo sangre no habéis vivido plenamente la experiencia de California.

Es un… subidón.

Particularmente con Doc conduciendo con una mano mientras esnifa coca sobre el salpicadero con la otra. En cualquier caso, llegan sanos y salvos a San Diego y aparcan en India Street, en Little Italy.

—¿Te han entrado unas ganas repentinas de comer albóndigas? —pregunta John.

Entran en una pequeña bocadillería, apenas un par de mesas y una larga barra con taburetes rojos. Doc se deja caer sobre uno de los taburetes, pide dos bocadillos de
sausiche
con cebollas y pimientos y pregunta:

—¿Está Chris por ahí?

—Sí, por ahí anda.

—¿Puedes hacerme un favor? ¿Decirle que está aquí Doc?

—¿Doc?

—El mismo que viste y calza —sonríe Doc.

—¿Qué estamos haciendo? —pregunta John.

—Tú tranquilo.

Un par de minutos más tarde, un tipo de unos treinta y tantos vestido con traje negro, sin corbata, entra y le estrecha la mano a Doc.

—Chris, te presento a mi socio, John.

Chris le tiende la mano.

—Encantado de conocerte, John.

—Lo mismo digo.

—Chris, ¿tienes un par de minutos? —pregunta Doc.

—Claro —dice Chris—. Seguiremos hablando en otro sitio.

Doc hace ademán de ir a pagar los bocadillos, pero Chris le interrumpe.

—Yo me encargo.

—¿Dejo propina? —pregunta Doc.

—No.

Salen a caminar por Laurel Street. Los aviones que descienden para aterrizar hacen muchísimo ruido. Doc dice:

—Chris, quería que John escuchase lo que hemos estado hablando.

Sí, John quiere escuchar de qué coño han estado hablando.

—He hablado con mi gente y están deseosos de empezar —dice Chris—. Compraremos tanto producto como seáis capaces de proporcionarnos, ofrecemos distribución nacional y cierto nivel de protección.

—¿Quién es tu «gente»? —pregunta John.

Se percata de que ha sonado un poco grosero.

Chris mira a Doc en plan: ¿quién es tu amiguito? Doc dice:

—Chris, ¿nos das un minuto?

Chris asiente.

—Voy a tomar un café. Hacedme una señal cuando hayáis terminado.

Cuando se ha alejado lo suficiente como para no oírles, John dice:

—¿Qué cojones, Doc? ¿La mafia?

—La hora de los aficionados ha pasado —dice Doc—. Esta gente puede darnos distribución nacional. Chicago, Detroit, Vegas…

—Tenía entendido que trabajaban con los mexicanos.

—Chris dice que preferirían trabajar con blancos —dice Doc—. En cualquier caso, los mexicanos se los están saltando para tratar directamente con L. A. y la familia de San Diego quiere un proveedor propio.

—Por el amor de Dios, Doc —dice John—. Una vez les has abierto la puerta a estos tipos, ya nunca te los quitas de encima.

—Eso es en las películas —dice Doc—. Son hombres de negocios, igual que nosotros.

—No sé.

—¿Qué quieres hacer —pregunta Doc—, seguir esperando con el pulgar metido en el culo mientras Bobby y los demás se nos suben a la chepa? No me toques los cojones. A tomar por culo «la Asociación». Esa mierda está acabada. Tenemos que preocuparnos por nosotros mismos.

Le hace un gesto a Chris.

Chris vuelve a salir a la acera.

—¿Estamos todos en la misma onda?

—Por completo.

Chris mira a John.

—¿Sí?

—Sí.

Entran en detalles: precio por onza dependiendo del volumen, métodos de entrega, quién habla con quién, cuándo y cómo; la sucia y minuciosa logística del tráfico de drogas. Después Doc dice:

—Chris, otra cosa.

—Dime.

—Ciertas personas no van a estar contentas con esto —dice Doc—. Puede que intenten hacer algo al respecto.

Chris dice:

—No hay problema.

—¿No?

—Ahora os toca a vosotros tomaros un café —dice Chris—. Dejadme que haga una llamada.

Veinte minutos después, Chris y otro tipo entran en la cafetería.

El tipo es de mediana edad, viste como un profesional y tiene la constitución de un armario.

—Doc, John —dice Chris—, os presento a Frank Machianno. Va a mudarse a Laguna durante una temporada, así podrá controlar el cotarro.

Frank les tiende la mano a ambos.

—Un placer conocerles —dice.

Voz muy suave.

Competente.

A John no se le escapa:

Frank es asesino a sueldo.

153

John está saliendo de Papa’s Tacos en South Lagoo cuando Bobby Z aparece a su lado en su camioneta.

—Sube —dice Bobby—. Tenemos que hablar.

John no está tan seguro de que tengan que hablar, pero después recuerda que Doc le pidió que se mantuviese cerca, que tantease a Bobby, de modo que entra en el vehículo.

—¿Le has dado alguna vuelta a lo que estuvimos charlando? —pregunta Bobby.

—No creo que Doc fuera a volverse en nuestra contra.

—Quiero que conozcas a alguien —dice Bobby.

Conducen hacia el norte, por el cañón, y estacionan en el aparcamiento en el que suelen dejar sus coches los escaladores. Allí les aguarda un Ford Falcon blanco. Tanto el coche como el tipo sentado en su interior podrían llevar las palabras «agente de narcóticos» tatuadas en mayúsculas.

El poli baja la ventanilla cuando la camioneta se detiene a su lado. Bobby no pierde el tiempo.

—Dile a este tipo lo que nos has contado a nosotros —dice.

—Halliday ha sido encausado por el Distrito Federal de San Diego —dice el poli—. No conozco los detalles porque el proceso está sellado, pero sé que se trata de un delito Clase A, con pena de entre quince y treinta. Hace dos años que lo tienen bajo vigilancia.

—Cuéntale el resto —dice Bobby.

—Lo mantienen en libertad para que pueda demostrar «buena voluntad» —dice el poli—. El tío es un estudio de sonido ambulante.

—¿Testificará? —pregunta Bobby.

—Más le vale —dice el poli—. Sin testimonio no hay trato. ¿Algo más?

—¿Algo más? —le pregunta Bobby a John.

John niega con la cabeza.

El poli cierra la ventanilla y sale del aparcamiento.

—Información de primera mano —dice Bobby—. Es agente de la DEA en Dago.

—Ya lo pillo.

—¿En serio? —pregunta Bobby—. Quiero decir, que los demás van a querer saber cuál es tu postura en todo este asunto.

—¿Qué asunto?

—No nos vamos a sentar relajadamente a esperar a que Doc nos entregue uno por uno —dice Bobby.

A John la cabeza le da vueltas.

Primero, la prueba de que Doc les está vendiendo. Joder, puede que llevase un micro puesto mientras charlaban en Dana Point, mientras se reunían con la «familia» en San Diego. Después está lo que parece estar dando a entender Bobby:

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