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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Los reyes de lo cool (17 page)

Ben Leonard es intocable.

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Nadie es intocable.

Es lo que le dicen a Duane.

Por ejemplo:

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¿Qué tienen en común los siguientes individuos?

(a) Sonny Corleone

(b) Bonnie y Clyde

(c) Filipo Sánchez

La respuesta es:

No deberían haber entrado en el coche, coño.

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Y sin embargo Filipo Sánchez está sentado en el asiento trasero del Humvee negro, rodeado de una pila de regalos para el cumpleaños de su hija.

Elena se va a enfadar, piensa Filipo. Considera que está malcriando a Magda, pero ¿para qué tener una hija si su papá no puede mimarla un poco? Elena dice que ya han gastado más que de sobra en la fiesta —amenazándole con despellejarle vivo si se le ocurría llegar aunque fuese diez minutos tarde—, y que Magda no necesita más cosas, pero a una chiquilla nunca le sobran las cosas bonitas.

Filipo está deseando llegar a la fiesta, ver el rostro de su hija iluminarse.

Filipo vive para estos momentos.

Mira de reojo las ridículas botas de lagarto azul que su guardaespaldas insiste en calzar. Filipo ha intentado explicarle a Gilberto que ahora viven en la ciudad, en la mejor colonia de Tijuana, no en un pueblucho de Sinaloa, pero se niega a escucharle.

Llegan a un semáforo.

La luz se pone en ámbar.

—Sáltatelo —le dice Filipo a su chofer.

No quiere llegar tarde a la fiesta y despertar la ira de Elena.

Pero el Humvee se detiene.

—He dicho…

Gilberto abre la puerta y sale del coche.

El conductor se hunde en el asiento.

Dios mío
.

Tres hombres aparecen frente al vehículo. En sus manos: AK-47.

Filipo intenta sacar su arma al mismo tiempo que empieza a salir, pero Gilberto le da una patada en el pecho que lo envía de nuevo al interior del coche.

A continuación Gilberto alza su Uzi y se deja llevar.

Los tres hombres abren fuego a través del parabrisas.

Las balas hacen jirones el cuerpo de Filipo y, junto a él, todos los regalos en sus bonitos envoltorios.

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Duane Crowe casca un huevo sobre el costado de una sartén de hierro forjado y lo echa cuidadosamente sobre el aceite de colza caliente.

Antes solía freírse los huevos en tocino, pero el médico le echó la bronca por su elevado porcentaje de grasa corporal, así que tuvo que elegir entre la cerveza o el tocino. Crowe escogió la cerveza.

Lo intentó con beicon de pavo, pero… era beicon de pavo.

Crowe tiene una de esas cafeteras con capacidad para una sola taza cuyo triste simbolismo hasta él es capaz de percibir. Una cafetera para una sola taza es lo que obtienes tras dos matrimonios fracasados, y ahora, incluso en el caso de que alguna mujer se quede a pasar la noche, es más fácil sacarla a desayunar fuera, porque así está… en fin, fuera.

Lo último que necesita en el mundo es otro acuerdo de divorcio que le arrebate la mitad de lo que le dejaron sus últimas dos esposas, por no mencionar la manutención de sus hijos.

Dos críos a los que raras veces ve y Brittany ya ha empezado a enviar solicitudes a las universidades (joder, ¿adónde va el tiempo?), una muchacha realmente despierta, una muchacha
estupenda
que siempre obtiene buenas notas.

La última vez que le llamó ella estaba contemplando Notre Dame.

Crowe recibe una comisión de Chad Meldrun por cada cliente que envía a su despacho. Parecerá un montón de dinero, pero también él tiene que entregar un veinte por ciento a los que mandan, de modo que hasta el último dólar tiene su importancia y cualquier dólar perdido tiene más importancia aún.

Saca los huevos de la sartén con una espátula, los espolvorea generosamente con sal y pimienta (que se joda el médico), se sienta frente a la barra de la cocina y pone las noticias.

La cabeza parlante cotorrea sobre la «violencia del narcotráfico mexicano» (¿Desde cuándo es eso una «noticia»?, se pregunta Crowe) y en pantalla aparece una foto de Filipo Sánchez.

Al parecer, ahora se trata del
difunto
Filipo Sánchez.

Crowe está sorprendido, pero tampoco
tan
sorprendido.

Filipo ha desarrollado la desagradable costumbre de no pagar sus cuotas. Quizá solo estaba intentando demostrar su hombría ante la familia Lauter, mostrarles que servía para algo más que simplemente casarse con Elena, pero el caso es que Filipo ha iniciado una campaña para dejar fuera de juego a los que mandan. Siempre quejándose por el dinero, intentando negociar las cuotas a la baja, saltándose pagos, un verdadero tocahuevos.

Crowe no le culpa por ello —uno hace lo que puede—, pero la rebelión de Filipo no había sido muy sensata teniendo en cuenta la guerra continuada de los Lauter con los Berrajano. Tratar con él se ha acabado convirtiendo en tal coñazo que los que mandan han decidido cambiar de bando. No es que hayan eliminado a Filipo, simplemente han autorizado a los Berrajano para que lo hagan.

Filipo no quería pagar las cuotas, los Berrajano sí.

Es así de sencillo.

Crowe espera que Ben Leonard también haya visto las noticias y haya aprendido la lección.

Después termina su desayuno y sale.

El de hoy debería ser un día interesante.

Una película de las de comer palomitas.

El Imperio Contraataca.

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Ben regresa a casa caminando…

Dennis Cain está frente a la puerta esperándole.

—Uhhh, ¿qué
cojones
, Dennis?

¿Delante de mi apartamento? ¿Donde vivo? (¿Donde mi esposa duerme y mis hijos juegan con sus juguetes?)

—Ha llegado el momento de tu contribución mensual a la Campaña para el Ascenso de Dennis Cain —dice Dennis.

Ben es consciente de ello.

—Pero no quieres que te vean conmigo —dice Dennis—. La mayoría de mis chivatos prefieren reunirse en terreno neutral, pero de vez en cuando me gusta presentarme en sus hábitats naturales para que no se confíen demasiado.

—Vamos adentro —dice Ben.

Entran.

—¿Quieres algo? —pregunta Ben.

—¿Tienes Coca-Cola light?

—No.

—Entonces no quiero nada.

Dennis se sienta en el sofá.

—Entonces, ¿qué tienes para mí? Y, antes de responder, no empieces por un criadero ni por una furgoneta llena de maría ni nada por el estilo.

Ben lo mira de hito en hito. Por ahí precisamente era por donde pensaba empezar.

—Sé quién eres y sé lo que has estado haciendo —dice Dennis—. Cultivas hidro de primera y me has estado entregando tus propios sobrantes. ¿Es que te parezco uno de esos
outlets
que hay en los centros comerciales, chaval? ¿Salgamos de la autopista y vendámosle a Dennis una camisa con una manga más larga que la otra?

—Tengo una pista sobre una…

—¿Lees los periódicos, ves las noticias?

—Claro.

—Entonces deberías saber que soy una estrella de rock —dice Dennis—. Y no quiero ver ni un solo M&M verde en mi camerino. Mi último golpe contra el cartel de Baja fue disco de platino, y lo último que necesito es más grifa. Más marihuana y tendría que empezar a venderla en eBay.

Ben está atrapado entre la espada y la pared y no tiene margen de maniobra.

A Dennis le gusta la situación.

El arrogante Ben Leonard tiene la cabeza atrapada en un cepo y Filipo Sánchez ya nunca podrá testificar sobre el soborno que le entregó a cierto agente federal.

Alguien de El Norte ha autorizado el asesinato de Filipo para formar una nueva alianza con los Berrajano. Si es cierto, los Sánchez-Lauter están en un buen aprieto. No solo sus socios norteamericanos han cambiado de bando, sino que Filipo era el último hombre del linaje real; ya no queda nadie para dirigir la familia.

Dennis se pregunta si los intestinos de Filipo formaron alguna palabra al salir de su interior.

Un Barrio Sésamo para narcos.

La letra de hoy es la «J».

Jódete, Filipo. Y jódete, Ben Leonard.

—¿Qué quieres entonces? —pregunta Ben.

—Ya hemos hablado antes de esto —dice Dennis—. Arrestos de seres humanos. Cultivadores o, mejor aún, compradores, preferiblemente al por mayor. Ha llegado el momento de que me des nombres, Benny, muchacho.

—Eso no va a suceder —dice Ben.

—Mira —responde Dennis—. Te saqué de la mierda e igual puedo volver a hundirte en ella. Bastaría una llamada telefónica y hasta mi ayudante podría hacerla. «¿Queréis a Ben Leonard? Su culo es vuestro. Ha dejado de
producir

—Muy bonito.

—Si quieres algo «bonito», dedícate a otro negocio —dice Dennis—. Vende peluches, telegramas musicales. Perritos, gatitos, todos son bonitos. Pero mi negocio es el de los arrestos, y ahora somos socios.

Vas a dar nombres, vas a ponerte un micro, vas a ayudarme a cerrar casos, le dice Dennis.

—Si quieres que siga manteniendo a la pasma lejos de ti —concluye Dennis—, más te vale despertarte cada mañana haciéndote la siguiente pregunta: ¿Qué puedo hacer hoy para tener contento a Dennis?

141

Dennis no va a estar contento.

Porque Ben no va a darle nombres.

Viene de una familia en la que la caza de brujas de McCarthy seguía siendo historia viva, debatida en la mesa a la hora de la cena como si fuera la noticia del día. Y la peor parte del desprecio de sus padres siempre estuvo reservada para aquellos testigos que habían

dado nombres
.

En ese aspecto son peores que la condenada mafia, Stan y Diane, con su
omertá
izquierdista. Stan todavía se niega a ver
La ley del silencio
porque Kazan

dio nombres.

Haber estado en la lista negra (y, haced las cuentas, Stan y Diane eran unos
niños
entonces) era una insignia de honor. Si habías sido uno de los Diez de Hollywood eras un héroe, por eso os digo que…

John Gotti

dará nombres

antes de que Ben lo haga.

No sabe cómo esquivar las exigencias de Cain, solo sabe lo que no va a hacer.

También sabe que está atrapado entre los engranajes de dos máquinas: la máquina de Orange County y la máquina Federal.

El Gobierno y el Gran Gobierno.

Bastaría, piensa Ben, para volverle a uno republicano.

142

O va a la biblioteca.

Primero ha de encontrarla y le sorprende agradablemente descubrir que tienen una justo en el centro y que ha pasado por delante como unas quinientas cincuenta y siete mil veces.

Podría haber utilizado el ordenador de casa, pero Rupa está en pie de guerra, «exasperada»

—O oyó la expresión en una película y siempre le gustó, aunque no sabe qué quiere decir exactamente y Chon no está a su lado para iluminarla—

y se niega a dirigirle la palabra, lo cual suele ser un alivio inmenso para O, solo que esta vez, aunque Rupa no habla con ella, sí que se le acerca cada cinco segundos para mirarla intensamente, y además O sospecha que Rupa ha instalado spyware en su portátil porque está convencida, con toda la razón, de que O utiliza su tarjeta de crédito para ver porno en internet.

Lo último que quiere O es que a Rupa le dé un ataque al ver las palabras «Paul Patterson» en su ordenador y se vuelva aún más rematadamente loca.

Por eso va a la biblioteca.

Para hacer lo que hacen la mayoría de las personas que van a la biblioteca: para utilizar los ordenadores.

Duda mucho que Paul Patterson vaya a estar en Facebook, pero lo intenta y averigua que hay chiquicientos mil Paul Patterson en Facebook. Después teclea el nombre en Google y obtiene tropecientos mil resultados. Se le ocurre acotar la búsqueda introduciendo

Paul Patterson + Padre 404

pero duda que el buscador comparta su corrosivo sentido del humor. Así que teclea

Paul Patterson + Laguna Beach

y hay unos cuantos, pero ninguno que reúna las características de su posible padre, de modo que prueba con

Paul Patterson + Dana Point

sin suerte.

Decide ir literalmente en la otra dirección con

Paul Patterson + Newport Beach.

Así que a esto hemos llegado, piensa O, mientras escudriña los resultados:

Ahora buscamos a nuestros padres en Google.

143

Crowe se pasa por casa de Brian Hennessy y hace sonar el claxon.

Hennessy sale un segundo más tarde y sube al coche.

—¿Estás preparado para encargarte de esto? —le pregunta Crowe.

Brian baja la mirada hacia su brazo escayolado. Hacia lo que le hizo el perro de presa de Ben Leonard.

Sí, está preparado para encargarse de esto.

144

Escila y Caribdis.

La espada y la pared.

O bien Ben coopera con Cain o Cain lo entregará de nuevo a LMM y a Boland, los cuales es dudoso que vayan a recibirle con los brazos abiertos, por decirlo de alguna manera.

Ben necesita una maniobra y no se le ocurre ninguna.

Desearía que Chon estuviese allí para ayudarle a desarrollar una estrategia, pero como dicen en el fútbol americano, en el manual no hay jugada para cuarto y veintitrés.

Qué grandísima y solemne estupidez, reflexiona Ben en su frustración.

Nixon declaró la Guerra de la Droga en 1973.

Treinta y pico años más tarde, miles de millones de dólares, miles de vidas más tarde y la guerra aún prosigue, y ¿para qué?

Para nada.

Bueno, nada no, piensa Ben; genera dinero.

Las organizaciones antidroga amasan miles de millones de dólares: DEA, aduanas, la Patrulla Fronteriza, ICE, miles de unidades especiales locales y estatales, eso por no mencionar las cárceles. El setenta y pico por ciento de los convictos se encuentran entre rejas por delitos relacionados con las drogas, a un coste medio de 50 de los grandes por cabeza, eso por no mencionar que las familias de la mayoría de ellos dependen de las ayudas sociales y que la única industria en crecimiento ahora mismo en Norteamérica es la construcción de prisiones.

Miles de millones en prisiones, miles de millones más para intentar impedir que las drogas crucen la frontera mientras las escuelas tienen que organizar mercadillos benéficos para comprar libros, papel y lápices, por lo que supongo que la idea es mantener a nuestros hijos a salvo de las drogas mediante el método de volverles tan estúpidos como los políticos que perpetúan esta locura.

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