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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Los reyes de lo cool (20 page)

—¿Estás hablando de lo que creo que estás hablando? —pregunta John.

—¿Tú también llevas micro?

—Vamos, hombre.

—Ábrete la camisa.

—Que te jodan.

—¡Ábrete la puta camisa!

John se abre la camisa y le muestra el pecho a Bobby.

—¿Contento?

Sí, piensa John, nadie está contento con nada hoy en día. Pero al menos Bobby queda convencido de que no lleva grabadora.

—Entonces, ¿cuál es tu postura en este asunto? —pregunta Bobby.

—Soy neutral.

—En este autobús no existe esa marcha —dice Bobby—. No quiero abusar de los clichés, pero o estás con nosotros o estás en nuestra contra.

John lo entiende.

Como dijo aquel:

A alguien tendrás que servir.

154

Recostado contra el respaldo de su silla, Stan une las manos en un gesto como de oración frente a la barbilla y pregunta:

—¿En qué puedo ayudarte?

Este tipo se acostó con mi mujer, piensa Stan, ¿y ahora acude a mí en busca de ayuda? Será un placer rechazarle, argumentar motivos éticos y enviarle a cualquier otro.

—Es Doc —dice John.

—¿Qué es lo que le pasa?

—Está descontrolado —dice John.

—No creo que Doc acepte venir aquí a…

—No te estoy pidiendo que lo «trates» —dice John en un tono que deja a las claras su opinión sobre la psicoterapia.

Después le explica a Stan que existe la posibilidad de que Doc haya sido arrestado y esté negociando con los federales.

—No veo en qué me incumbe eso a mí —dice Stan.

—Ah,
¿no?

—No.

—Deja que te lo explique —responde John—. Si Doc habla, no solo les entregará a camellos y clientes. También delatará a los inversores.

Stan palidece ligeramente y ambos saben por qué. Diane y él tomaron parte del dinero que les dio el seguro tras el incendio de la Librería Pan y Maravillas y lo invirtieron en la Asociación.

Stan decidió que, habiendo perdido el gran tren de la coca una vez, no estaba dispuesto a que volviera a salir de la estación sin él. El dinero de la coca pagó la casa, la vida agradable y tranquila, la modesta bodega.

Diane y él son accionistas. No están implicados en el día a día, ni siquiera en el año a año, pero deben ser consultados para las grandes decisiones.

Y matar al rey es una decisión más bien importante.

—¿Qué me estás pidiendo? —pregunta Stan.

—Tu autorización.

—¿Para?

John se limita a mirarle en silencio.

—Oh —dice Stan, entendiendo al fin.

—Oh —le imita John burlonamente.

Stan sigue sentado, con la mirada clavada en una ordenada hilera de libros en la estantería. Supuestamente los libros tienen todas las respuestas.

—Nadie te está pidiendo que hagas nada —dice John—. Solo que des el visto bueno.

—¿Y si no lo doy?

—Te arriesgas a lo que pueda pasar —dice John.

Stan parece acongojado.

—Nunca pensé…

—¿Qué?

Stan titubea.

—Nunca pensé que acabaría viéndome envuelto en algo como
esto
.

—¿Y quién podía imaginárselo, Stan? —pregunta John—. Si quieres hablarlo con Diane…

—No —dice Stan rápidamente—. No hará falta que la impliquemos en esto.

John se encoge de hombros. Y después:

—¿Entonces…?

—Haz lo que tengas que hacer, John.

John asiente y se levanta.

Paz y amor, piensa.

Está junto a la puerta cuando oye a Stan decir:

—Cuando te acostaste con mi mujer, ¿a ella le gustó?

—¿Que yo me acosté con Diane? —pregunta John.

Debía de estar colocado.

Eran los setenta, Stan.

155

Emily se sorprende de verle.

—John —dice—, qué sorpresa tan agradable.

En el tono de voz necesario para asegurarse de que sepa que efectivamente es una sorpresa, pero ni mucho menos agradable.

Que ya no es la chica que conoció en la cueva.

Ni la mula con bolsas de cocaína pegadas al cuerpo.

Ni la cazafortunas haciendo mamadas en una fiesta.

Es una joven y rica divorciada, que lleva largo tiempo disociada y bien aislada de toda aquella vida. El hecho de que invirtiese parte de lo obtenido con su acuerdo de divorcio en un negocio compartido no les convierte en semejantes.

Él es un traficante de drogas.

Ella es una empresaria.

—No te haré perder mucho tiempo —dice John.

Le ha entrado la risa cuando ha visto que tenía que pasar por una garita de seguridad para acceder a la casa de Emily en Emerald Bay. Ahora la tiene allí plantada, ante la puerta principal, con aire distante; rubia y hermosa con sus joyas y su vestido veraniego.

Jodida princesa Grace.

Bájate de la parra, piensa John.

Yo vendí coca para comprarme la casa.

Tú vendiste el coño.

En palabras de Lenny Bruce: «Todos somos el mismo gato».

—¿Qué puedo hacer por ti? —pregunta ella.

—Se trata de Doc.

—¿Doc?

Ya sabes, Doc. ¿Uno que solía follarse a tu madre mientras tú estabas a su lado tumbada y tarareando? ¿El que pegó cocaína junto a tu precioso chocho y después te hizo subir de un empujón los primeros peldaños de la escala social? ¿El que convirtió tu pequeña inversión en una pequeña fortuna?

¿
Ese
Doc?

—¿Padece algo? —pregunta Emily, al parecer recuperando la memoria.

—Supongo que podríamos decir que sí —responde John.

Vuelve a contar toda la historia.

Emily es más rápida de entendederas que Stan.

Y más decidida.

—No le debo nada a Doc —dice ella, inclinándose para supervisar el trabajo realizado por sus jardineros mexicanos en un lecho de flores—. De hecho, apenas le recuerdo.

Pero, igual que Stan, Emily siente la necesidad de disparar una última salva al verlo marchar.

—¿John?

—¿Sí?

—No vuelvas aquí jamás —le dice—. Y si alguna vez nos encontramos por casualidad en público…

—Entendido —dice John.

Son los ochenta.

156

Sí, vale, ahora tiene las autorizaciones pero

¿Y qué?

Obtener el permiso es una cosa, hacerla es otra.

Son surfistas / traficantes

No asesinos

Ni pandilleros

Ninguno de ellos —ni Ron ni Bobby—,
ninguno
de ellos se ha acercado jamás a otro ser humano y ha apretado el gatillo. Una cosa es verlo en el cine, otra muy distinta es hacerlo, y ninguno de ellos es capaz de planteárselo siquiera.

Tendrán que subcontratar.

Ya, pero ¿a quién?

Una vez más, es algo que parece automático en las películas, todo el mundo parece conocer a alguien que se dedica a matar gente, pero ¿en la vida real?

¿En Laguna?

(Hasta el punto en que reproduce la vida real.)

Tenéis, ¿qué? ¿Gays de mediana edad respetablemente casados que dirigen galerías de arte y matan profesionalmente al margen? ¿Asesinato seguido de unas tostadas con brie, unas copas de vino y una larga inmersión en la bañera?

Lo que hay son algunas pandillas en la zona más al norte del condado.

Mexicanos en Santa Ana.

Vietnamitas en Garden Grove.

Pero ¿cómo abordarles?

¿Cómo acercarse a ellos y decirles queremos que matéis a este tío

nuestro viejo amigo Doc?

No importa.

John se lo explica a BZ

flotando tras el rompiente de Brooks Street.

—Ahora está con la mafia —dice John—. Le han enviado un perro guardián llamado Frankie Machine. Incluso si pudiéramos encontrar a alguien capaz de… Es imposible llegar hasta él.

Contratad a un pandillero para que haga el trabajo y lo único que conseguiréis será un pandillero muerto.

El único que podría llegar hasta Doc hoy en día sería un

amigo

cercano y

de confianza.

157

John vuelve a conducir hasta Dago.

Necesita
sausiche
.

158

—La cita es mañana —le recuerda Taylor a John.

—Vale.

—Dijiste que me llevarías, ¿verdad?

—Claro.

—Y luego me traerás a casa.

—Ida y vuelta, Taylor.

—¿Adónde vas?

John se está poniendo una chaqueta de entretiempo.

—Fuera.

—¡Son las dos de la mañana!

—Sí, ya sé qué hora es, Taylor.

159

Las luces son bonitas en el puerto y se balancean suavemente siguiendo el ritmo de los barcos atados a sus norays. John saca con cuidado la pistola del bolsillo de su chaqueta y la sostiene bajo el asiento.

Doc extrae un frasquito de coca del bolsillo y extiende dos rayas sobre el salpicadero. Se inclina y las esnifa.

John amartilla el arma.

Doc sacude la cabeza para bajar la coca, mira a John y dice:

—No se me ha dado mal, ¿eh? ¿Esnifar perico en un Lamborghini Countach? Es difícil llegar más lejos, ¿verdad?

—Eh, Doc —dice John—, ¿te acuerdas de cuando solías invitarme a tacos?

—Sí que me acuerdo —dice Doc—. Parece como si hubiese sido hace una eternidad.

Mira por la ventana, hacia las bonitas luces.

—Adiós, Doc.

Unos tipos pescando en el malecón de piedra dirán después que vieron el destello del disparo.

Lo que no vieron fue a John salir del coche y subirse a un Lincoln negro que paró a su lado.

160

—¿Misión cumplida? —le pregunta Frankie Machine.

—Sí —responde John.

Misión cumplida.

Frankie lo deja a un par de manzanas de su casa.

161

—Quiero el bebé.

—¿Qué? —pregunta Taylor.

Está adormilada. Son las tres de la madrugada y John la ha despertado.

—Quiero el bebé —dice John.

—No es un bebé —dice ella—. Es un feto.

—Es un ser humano.

—¿Qué pasa, te has vuelto católico de repente? —pregunta ella—. No podemos tener un bebé, John. Somos como niños.

Hay que reconocérselo a Taylor, piensa John.

No es sincera muy a menudo, no dice lo que piensa muy a menudo, pero cuando lo hace…

Bang.

Misión cumplida.

—A eso precisamente me refiero —dice él—. Si tuviéramos un hijo, no nos quedaría
más remedio
que madurar, ¿verdad?

—No lo sé —dice Taylor—. Quiero decir, que nunca me he imaginado como, ya sabes, una
madre
. ¿De verdad te ves tú en el papel de un padre?

Lo más jodidamente gracioso es que, de repente, así es.

Ahora que Doc no está…

John ha dejado de ser «el chaval». A lo mejor está preparado para ser el padre.

—Casémonos —dice.

—¿Qué?

—Es lo que hace la gente normal, ¿verdad? —pregunta John—. ¿Crecen, se casan, tienen hijos?

Es lo que hacen.

No siempre es lo que deberían hacer.

Pero es lo que hacen.

162

Stan no puede dormir.

(Macbeth ha asesinado el sueño.)

La culpa es feroz y, sin embargo, debe reconocer que se siente ligeramente excitado.

Poderoso.

Por haber dado, si no la orden, su autorización.

Rueda sobre el costado y se pega contra el cálido trasero de Diane. Le pasa la mano por encima y la acaricia hasta que ella se mueve y se frota contra él.

Está lo suficientemente húmeda y Stan penetra en ella.

Estimulada, Diane coopera y menea las caderas.

Stan está más duro que de costumbre y Diane lo nota.

—Cariño —dice.

Es el mejor polvo que han echado en años. Diane arquea el cuello y presiona el culo con fuerza contra las caderas de Stan.

—Llegas tan hondo —murmura ella.

—Lo sé.

Diane se corre antes que él. Echa la mano hacia atrás y le acaricia el rostro mientras Stan se corre, muy dentro de ella.

Un polvo seminal.

163

John rema en Brooks Street junto a los pocos amigos que quedan de Doc, rema hasta unirse al círculo que han formado con sus tablas. Todos se miran unos a otros con culpabilidad, intentando no leer los ojos de los demás, porque saben lo que van a ver en ellos.

Alivio.

Prácticamente la misma emoción que ha impregnado el funeral.

Todos allí sentados sobre sillas plegables de madera, mirando fijamente el ataúd cerrado desde cuya tapa una foto sonriente de Doc les devolvía la mirada, al tiempo que un pastor entonaba una letanía en la que Doc no creía, y sintiendo un alivio culpable por

(a) no tener que seguir tratando con Doc, y

(b) no haber tenido que hacer lo que estaban planeando hacer porque

(c) Doc lo ha hecho por ellos.

—Sencillamente no puedo creer que Doc se haya suicidado —ha dicho Diane en determinado momento.

Sin embargo, resulta difícil no creerlo. La policía encontró a Doc en su coche con una pistola en la mano y la mayor parte de su cerebro en la ventanilla.

—¿Dejó alguna nota? —ha preguntado Diane—. ¿Daba algún motivo?

—La cocaína en sí misma es un motivo —ha dicho Stan.

Pero mientras se estaban marchando, ha llevado a John a un lado para preguntarle:

—¿De verdad se ha suicidado?

—No hagas preguntas a las que no quieres saber la respuesta —le ha dicho John—. Se ha suicidado. Dejémoslo así.

Todo el mundo se sentirá mejor si lo

dejamos así.

Lo mismo en la ceremonia acuática.

Un surfista devenido pastor recita unas chorradas y después cada uno de ellos echa una guirnalda de flores al agua para que sea arrastrada por la marea.

Aloha, Doc.

Sigue surfeando, colega.

John vuelve la mirada hacia la orilla y ve policías de pie en la escalera.

Policías

haciendo fotos como si fuera la boda del Padrino o algo

parecido.

Un retrato de familia de la Asociación.

Gracias, Doc.

Ha llegado el momento de cerrar el chiringuito una temporada, piensa John. Deja que la poli se aburra y acabe pasando a otra cosa. Tiene suficiente dinero ahorrado, suficientes inversiones para hibernar, pisos en alquiler, un restaurante que podría vender.

Vivir la vida tranquila de un empresario joven de éxito. Dejar que el resto de los presentes se ponga de acuerdo en quién debería ser el próximo Rey.

La corona es un imán para la poli.

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