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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Los reyes de lo cool (18 page)

Sigue el dinero.

¿La Guerra de las Drogas?

La Guarra de las Drogas.

Ben está sumido en esta feliz idea cuando suena el timbre de la puerta.

145

O pasa apresuradamente a su lado para entrar en el apartamento.

Hablando sin parar.

—Paul Patterson —dice—. Newport Beach. Corredor de bolsa. La edad adecuada. Más dinero que Dios.
Exactamente
el tipo de hombre al que Rupa le habría echado el ojo.

O se recuesta sobre el sofá como si estuviera en el anticuado despacho de un psiquiatra. Ben, reconociendo su papel, se sienta en una silla y pregunta:

—¿Vas a contactar con él?

—No lo sé —gime ella—. ¿Debería?

El timbre vuelve a sonar.

—Un momento —dice Ben.

Se levanta y abre la puerta.

146

Es Chon.

LAGUNA BEACH
1981

Puede que sea al Diablo o

puede que sea al Señor,

pero a alguien tendrás que servir.

B
OB
D
YLAN,

«Serve Somebody»

147

John estudia la ola que rueda hacia él.

La primera de una tanda.

Espesa, con mucho fondo.

Empieza a remar hacia el interior, después cambia de opinión —en plan: a la mierda, demasiado trabajo— y bucea bajo la cresta.

Bobby Z aguarda sentado al otro lado.

Bobby Zacharias es, como John, uno de los miembros más jóvenes de la Asociación. Ultrarrelajado, ultracool, mueve literalmente toneladas de Maui Wowi entre la Costa Pacifista y la Costa Atlántida, prendiendo Times Square como nunca había prendido.

La tabla de John se desliza sobre el reverso de la ola.

—¿No querías aprovecharla? —le pregunta Bobby.

—Supongo que no.

No están allí para surfear, sino para charlar lejos de los ojos y los oídos de la apoltronada Laguna, lejos de los prismáticos y los micrófonos de la DEA y de la pasma local, y admitámoslo:

es complicado mantener seco un micro en el agua.

No es que no se fíen el uno del otro, sino que no se fían de
nadie
.

El signo de los tiempos.

Los setenta están finiquitados.

Se
acabó
lo de hacer el cretino.

Si no os lo creéis, preguntádselo a Jimmy Carter. Si no creéis a Jimmy —a pesar de que es demasiado ingenuo como para mentir—, preguntádselo a Ronald Reagan.

Ronald Reagan.

Digámoslo una vez más:

Ronald Reagan
.

Presidente
Ronald Reagan, un vaquero dispuesto a borrar Irán del mapa como si fuese una mancha de mostaza en su corbata. Los ayatolás no vieron el momento de devolver cuanto antes a aquellos rehenes cuando Ronnie les hizo saber que o bien los rehenes iban a Alemania o Alemania iría a Teherán en la forma de la 101ª Aerotransportada armada con Magnums calibre 44 de punta nuclear.

Alégrame el día.

¿Te sientes afortunado, Jomeini?

Al parecer no.

444 corto y cierro.

En plan: se acabó el andarse con chiquitas, coño.

Nos
gusta
aniquilar a la peña.

No nos
bebemos
el Kool Aid, te plantamos la bota en el pecho y te
metemos
el Kool Aid por la puta garganta.

Reagan, como todas las modas americanas, surgió de California. El país emigró hacia la Costa Oeste, chocó contra los rompientes del Pacífico y ahora todo es rebalaje. Vamos a ver: la corriente no puede hacer otra cosa que volver atrás.

Lo que se lleva ahora son los negocios, guapa, estamos en los ochenta y con el dinero no se juega, la lujuria ya no se lleva en el corazón, sino en la cartera, Gordon Gekko aún no ha llegado, pero está de camino, «no es una carga, es mi hermano»: los cojones, por supuesto que ese vago traga-hamburguesas-con-queso-como-si-fuesen-caramelos-Necco es una
carga
, es un puto
obeso
y no piensas llevarle a cuestas a ninguna parte, puede arrastrar él mismo su culo adiposo hasta el gimnasio, o no, en cualquier caso da igual, que se las apañe PSC.

Por Su Cuenta.

¿Es que no oyó —qué pasa, que tenía algodón en las orejas—, no oyó al Gran Comunicador comunicar que hemos regresado a los buenos, viejos y míticos tiempos del

Rudo Individualismo?

Ahora conduces tu
propia
caravana de Cuarenta Mulas de bórax (no confundir con cuarenta acres y una mula; eso es, ya sabéis, para
ellos
) a través del desierto de la economía y triunfas orgullosamente
a tu bola
.

¿Comunas?

En comunión con mi culo.

¿Y confianza?

Ven aquí que te enseñaré lo mucho que me fío de ti, hijoputa.

A menos que estemos hablando de un fondo fiduciario,
[7]
mantén la confianza bien lejos de tu boca, nena. Confiar —el verbo— está para ser usado principalmente en pretérito, como en:

«Confiaba en él».

ex esposa

«Confiaba en ella».

ex marido

«Confiaba en él».

tipo sentado en la trena por haberle vendido maría a un amigo de fiar que llevaba una grabadora pegada con cinta a su afeitado pecho

de ahí que

John y Bobby se reúnan en el océano, donde ninguno de los dos puede llevar micro. Dejan que la siguiente ola pase rodando por debajo de sus tablas, después Bobby dice:

—Corre el rumor de que han detenido a Doc.

—Y una mierda —dice John.

Si le hubieran cazado, me lo habría dicho.

¿Verdad?

—He oído que por delito federal —dice Bobby—. Cantidad de peso, cantidad de años.

John sabe que lo que le preocupa a Bobby no es el bienestar de Doc.

—Doc no cantaría —dice John.

Y aunque pretendiera hacerlo, no puede evitar pensar John, ¿por quién se iba a cambiar? Está en lo alto de la pirámide y los federales no negocian de más a menos.

Bobby se le adelanta:

—Quizá la pasma prefiera la cantidad a la calidad. ¿A cuánta gente podría entregar Doc?

La respuesta es «a mucha», pero a John no le importa el cuántos, le importa el quiénes.

Como él.

—Si Doc se enfrenta a quince años —dice Bobby—, a lo mejor prefiere entregarnos a todos. A lo mejor les entrega a toda la Asociación.

—Doc no es de esos.

—El
viejo
Doc no era de esos —responde Bobby—. El
nuevo
Doc…

Deja la frase inconclusa.

Tampoco es necesario que la termine, John sabe a qué se refiere.

Doc ha cambiado.

Vale, quién no, pero Doc ha
cambiado
. Ya no es el Doc que conocisteis en los viejos tiempos, el que invitaba a todo el mundo a tacos. Ya no es el «Hay-tarta-de-sobra-para-todos» Doc; ahora es el «Esta-tarta-es-solo-para-Doc» Doc.

Es la coca.

La coca no es como la hierba.

La hierba te vuelve meloso, la coca te vuelve paranoico.

La hierba inhibe tus ambiciones, la coca te despierta ganas de ser

Rey de Todo.

Que es lo que parece ambicionar Doc. Cada vez más a menudo, John oye a Doc utilizar el pronombre posesivo en primera persona singular, cada vez más a menudo le oye decir «mi» en vez de «nuestra». Ha pasado de Woodstock a Altamont: no es
nuestro
escenario, gilipollas, es
mi
escenario. Y que no se te ocurra subir a
mi
escenario.

Y Doc está empezando a tratar la Asociación como si fuese su escenario.

Siendo ecuánimes, los demás también están cada vez más raros. Mike, Glen, Duane, Ron, Bobby… todos los tipos de la Asociación tienen mosqueos entre sí y han empezado a reñir por el territorio, clientes, proveedores. Tipos que solían compartir la misma ola son incapaces de compartir el negocio de la coca.

Y a los de narcóticos eso les encanta.
Existen
para dividir y vencer, es su pan de cada día. ¿Y ahora han detenido a Doc?

—No sabemos si es cierto —dice John.

—¿Podemos correr el riesgo? —pregunta Bobby—. Mira, incluso aunque no fuese cierto esta vez, acabará por serlo la próxima. Al ritmo que va Doc, no es un «y si», es un «cuando». Y tú lo sabes, John.

John no responde.

La última ola de la tanda pasa rodando.

148

Ser psiquiatra en Laguna es como ser pescador en Marineland.

(Lo que Chon acabará llamando más tarde un Entorno Rico en Objetivos.)

Si hundís vuestra almadraba en
esas
aguas, se os llenarán las redes de criaturas saltarinas, convulsas y jadeantes en menos de lo que se tarda en decir: «¿Y cómo le hace sentir eso?».

Que es precisamente lo que le está preguntando Diane a la mujer que tiene sentada (no reclinada) en el sofá frente a ella.

Tras el funeral vikingo de la Librería Pan y Maravillas, Stan y Diane decidieron que tenían más posibilidades de curar los males de la sociedad mediante Reich y Lowen que mediante Marx y Chomsky.

De modo que retomaron sus estudios (en UC Irvine, y si eso no os parece el colmo de la ironía es que no habéis estado en Irvine) y se convirtieron en

Psicoterapeutas.

Stan y Diane pronto se labraron una clientela de refugiados de los sesenta, bajas del ácido, feministas estridentes, hombres confundidos, maníacos depresivos (todavía no eran «bipolares»), adictos a las drogas (véase «bajas de los sesenta»,
supra
), alcohólicos y tipos cuyas madres realmente
no
les querían.

Es fácil burlarse, pero Stan y Diane han resultado ser muy buenos en lo suyo y verdaderamente ayudan a la gente. Salvo, quizá, en el caso de la joven sentada ahora mismo en el despacho de Diane que intenta asumir su (afrontémoslo, probablemente
primer
) divorcio.

—No sé si
podrás
ayudarla —dijo Stan anoche mientras cenaban—. Esa clase de desorden narcisista de la personalidad es casi imposible de tratar. No existe protocolo farmacológico y la terapia Schema tiene sus propios problemas.

—He estado trabajando más con técnicas cognitivas —respondió Diane sorbiendo el excelente tinto que Stan había llevado a casa.

Se han labrado una vida agradable y ordenada desde que ella perdió un poco la cabeza con John McAlister y Stan respondió quemando la librería. Consiguieron suficiente dinero del seguro como para comprar la casa en la zona entonces conocida como Dodge City y utilizarla como vivienda y consulta. Han hecho nuevas «parejas amigas» con las que intercambian cenas gourmet, y ahora Stan se está convirtiendo en todo un enólogo con una pequeña pero sofisticada bodega.

Si es una vida que carece de excitación, también carece de caos.

—¿Han tenido algún efecto tus técnicas cognitivas? —preguntó Stan irónicamente, refiriéndose a su difícil cliente.

—Aún no —respondió ella.

Ahora Diane está sentada intentando concentrarse en la enésima y constantemente cambiante repetición de la historia de Emily: su crecimiento en una familia próspera
pero
emocionalmente distante, que provocó su casamiento temprano con un «caballero de blanca armadura» que no era sino otra versión de su remoto padre que no la entiende ni la aprecia y ahora ella no consigue comunicarse sexualmente con él por mucho que lo intente y lo que Diane está pensando es

Quiero tener un hijo.

149

John coge un cúter para alfombras y raja metódicamente los neumáticos del BMW.

Después se vuelve hacia Taylor y dice:


Ahora
puedes irte.

—Es
mi
coche —dice ella.

Un 528i plateado nuevo.

—Fui yo quien lo compró para ti —responde John.

—Eso no significa que puedas
mutilarlo
.

John se encoge de hombros. Al parecer

que significa eso. Compró el BMW, compró el Porsche 911 que descansa aparcado a su lado, compró el garaje para tres coches que también cobija el Plymouth del 54 familiar, compró la casa en Moss Bay.

La cocaína se ha podtado buy, buy bien conmigo
.

—Ahora simplemente tendrás que pagar unos neumáticos nuevos —dice Taylor.

Lo cual significa que no se marcha, piensa John con emociones encontradas. Le dice que le va a dejar, le amenaza con dejarle, incluso
comienza
a dejarle pero

nunca le deja.

La coca es demasiado buena, el sexo es demasiado bueno, la casa es demasiado buena. Taylor no va a mudarse de nuevo a un apartamento minúsculo de West Hollywood para hacerles mamadas a los productores a cambio de papeles con una sola línea de diálogo en series televisivas de mierda.

John la ama a su manera, que es más bien

distante.

Taylor es jodidamente hermosa, hace de todo en la cama, luce bien de su brazo cuando salen juntos y puede incluso llegar a ser muy agradable cuando no tiene ganas de discutir.

Pero a la chica le gustan las discusiones.

John no sabe cómo ha empezado esta última. Ni siquiera sabe el motivo, porque ella aún no se lo ha dicho. Lo único que sabe es que cuando ha llegado a casa de «surfear» con Bobby, Taylor le estaba esperando hecha un obelisco.

—Ya tengo suficientes problemas hoy —ha dicho John, con la esperanza de atajarla.

No.

—Quiero hablar de la palabra que empieza por «c» —ha exigido Taylor bruscamente.

—¿Coño? —ha preguntado John

Porque, en lo que a discusiones se refiere, no cree en el juego previo. Para eso mejor meterse de lleno en la puta pelea.

Sí.

Antes de que John pudiera darse cuenta, la cocina se ha llenado de objetos voladores como en
El horror de Amityville
. Cuando Taylor se ha cansado de romper cristalería cara, ha subido las escaleras para hacer las maletas. John ha permanecido en el umbral de su dormitorio observándola meter cosas.

Vestidos que le compró él, zapatos que le compró él, joyas que le compró él.

Maletas que le compró él.

—Esta vez sí que te marchas de veras, ¿eh? —ha preguntado.

—Eso es.

Taylor ha bajado apresuradamente al garaje y ha sido entonces cuando John ha rajado las ruedas.

Ahora Taylor está allí de pie, mirándole.

Dios, es jodidamente hermosa, piensa John. La agarra de la cintura y la pone sobre el capó del coche. La abre de piernas, le arranca las bragas y se la mete allí mismo. Lo único que habría hecho que fuese mejor aún habría sido poniendo el motor en marcha antes.

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