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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Los reyes de lo cool (13 page)

—… mucho dinero…

Bzz Bzz.

—… no podéis estar ganando demasiado con las pulseras de cuero…

De repente, Diane se ve a sí misma volviéndose hacia John y se oye decir:

—Bésame.

John parece alarmado.

—¿Qué?

Diane se lo repite, con cierta urgencia, con cierto ardor, con su esposo a menos de un metro le ofrece su boca, sus labios carnosos, y John los acepta y ella le sorbe la lengua hasta el interior de la boca y la chupa como si fuese una polla y se siente húmeda, maravillosamente mojada, y cuando Stan sale de la carretera para entrar en el aparcamiento del Harbor Grill, porque al parecer los hombres tienen hambre, apaga el motor, se vuelve y la mira y ella sabe que les ha visto.

85

La camarera les entrega los menús.

—Conozco a esa chica —dice Doc, observándola mientras se aleja. Se vuelve hacia John, sentado junto a él en el reservado—. Conocemos a esa chica.

John se encoge de hombros. Conocen a cantidad de chicas y todavía está un poco alucinado por el hecho de que Diane le haya besado con su marido justo al lado.

Pero si Stan está mosqueado, no lo demuestra.

No lo demuestra en absoluto, porque acaricia con una mano el muslo de su esposa por debajo de la mesa, mientras, por encima, ella mira a John directamente a los ojos, con los labios rizados en una sonrisa que quiere convertirse en carcajada.

—Conozco a esa chica —repite Doc, después se rinde y le pregunta a Stan—: Bueno, ¿qué opinas?

Stan se acaricia la barba.

Negra y poblada.

—No lo sé —dice, estudiando el menú—. No lo sé.

—¿Qué es lo que no sabes? —pregunta Diane, como si no hubiera oído la conversación en la furgoneta.

—Doc tiene una propuesta de negocios —dice Stan.

—Ya sabes —dice Doc—. Negocios.

—Oh —dice Diane—.
Negocios
.

—¿Deberíamos estar hablando de esto aquí? —pregunta Stan mirando a su alrededor.

A Diane le sorprende sentir desprecio por él.

La camarera regresa para tomarles nota.

Es guapa, piensa Diane.

Una animadora.

Todos piden tortilla.

Diane ve a Stan mirar (furtivamente) las tetas de la chica.

—¿Nos conocemos? —le pregunta Doc a la muchacha.

—No sé —dice ella—. No lo creo.

Una no describiría a la chica como risueña, piensa Diane, pero tampoco diría que es fría.

Es reservada.

Madura para su edad.

—Estoy convencido de que te conozco de alguna parte —dice Doc.

A lo mejor es porque solías acostarte con mi madre conmigo al lado, piensa Emily, pero no dice nada. Si Doc no la recuerda, bien. Si nadie la recuerda, bien.

—Jesús, ¿quieres dejarlo estar? —le musita John a Doc.

Emily también se acuerda de él.

El chico que vivía en la cueva y la ignoraba.

Stan le mira el culo mientras se aleja de la mesa, después le dice a Doc:

—No creo que tengamos dinero ni para una primera remesa.

—Eso es lo bonito —dice Doc—. Que no lo necesitáis. Solo tenéis que bajar a México y traer un pequeño alijo del que podréis quedaros una parte. Vendedla y ya os habréis metido en el negocio.

—No sé…

Doc se inclina sobre la mesa y le dice a Stan:

—Podrías venderla directamente en la tienda. Hazme caso, aquí hay
dinero
.

—No sé —responde Stan—. Tendremos que pensarlo.

—No tardéis demasiado en hacerlo —dice Doc.

La cocaína no te vuelve precisamente paciente.

Diane mira a John.

86

Mientras se desvisten para acostarse, Stan pregunta:

—Bueno, ¿qué piensas?

—¿Sobre la cocaína?

—Sí.

O sobre que haya besado a otro hombre, piensa Diane. ¿Sobre eso nada? ¿Sencillamente vamos a ignorarlo? Le devuelve la pelota:

—No lo sé. ¿Qué piensas tú?

—¿De verdad queremos ser camellos? —pregunta él.

Diane sabe que pueden seguir así durante horas, respondiendo preguntas con preguntas con preguntas.

—Vendíamos hierba —dice ella—. ¿Acaso es tan diferente?

Stan se desabotona la camisa vaquera y la deja sobre una percha en el armario. Se quita los tejanos y los cuelga de un gancho en la puerta.

—¿No lo es? Quiero decir, la hierba es natural. Esto es polvo.

—Que proviene de una planta —dice ella.

—También la heroína —replica Stan—. ¿Acaso venderíamos caballo?

—No —dice ella, ahora impaciente, ahora desnuda, metiéndose en la cama—. Pero la cocaína ¿es adictiva?

—No lo sé —Stan se tiende a su lado—. Sería agradable tener algo de dinero.

—Podríamos comprar la casa —dice Diane, pensando que si él hace algún comentario sobre los «instintos hogareños de la mujer» le dará un puñetazo en la cara.

—Pero seríamos
camellos
—dice Stan—. ¿Es eso lo que pretendíamos llegar a ser?

—¿Qué pretendíamos llegar a ser, Stan?

En su favor, hay que decir que Stan se ríe ante su propia pretensión.

—Revolucionarios.

Voluntarios de América.

—La revolución ha terminado —dice Diane.

—¿Quién ganó? —pregunta Stan.

Diane se ríe y después lo abraza y aprieta con fuerza. Su cuerpo es cálido y familiar, y se pone duro rápidamente. Diane sabe que desea penetrarla, pero rueda sobre sí misma y se sienta a horcajadas sobre él.

Stan alza la mirada, con los ojos resplandecientes, y Diane puede verle pensar.

—Me has visto besarle —dice.

Stan asiente.

—¿Te ha puesto cachondo?

Stan no responde.

Ella se cierne sobre él, apoyándose en sus finos y fuertes brazos —sorprendentemente fuertes—, colocando el coño justo sobre la punta de su polla.

—No lo tendrás hasta que me lo digas. Dime que te ha puesto cachondo ver a tu mujer besando a otro hombre.

—Sí.

—Sí ¿qué?

—Sí, me ha puesto cachondo. Verte.

Diane se deja caer sobre él y Stan gime. Ella se alza y vuelve a bajar, y después dice:

—Yo me lo follaré a él y tú fóllatela a ella.

—¿A quién?

—A quién —se burla Diane—. A la camarera de las Juventudes Hitlerianas detrás de la que se te iban los ojos.

Diane se inclina sobre Stan, balanceándose, y susurra:

—Yo me lo estoy follando a él y tú te la estás follando a ella. Te estás follando su dulce y rubio coñito, le estás magreando las tetas, el culo…

Stan agarra a Diane de la cintura y se la quita de encima. La pone de rodillas y se hunde en ella. De manera impropia en él, empuja violentamente y con urgencia, marcándole el trasero y la parte trasera de los muslos.

—Eso es —dice Diane—. Poséela. Ella quiere que la poseas. Eso es, eso es, eso es, eso es…

Después le nota ablandarse en su interior.

—Solo… —dice él—. Solo te deseo
a ti
.

Como si la brigada de narcóticos del sexo estuviera vigilándote, piensa Diane.

Más tarde, Stan dice:

—Hablaré con Doc mañana mismo.

87

Diane sorbe su café y mira por la ventana.

Hacia la casa de John.

Finge vacilar, pero ya es perfectamente consciente de lo que va a hacer. Diane es demasiado sincera para engañarse a sí misma durante mucho tiempo. Demasiado sincera para no reconocer que ahora se siente justificada por los celos ante la predisposición de Stan a dejarse manipular por su fantasía de follarse a la camarera adolescente, a pesar de que luego fuese incapaz de rematarla.

Tras dejar la taza sobre la barra de la cocina, Diane sale de casa.

Una cálida mañana de primavera.

Llama a la puerta de John.

Parece transcurrir una eternidad, pero al fin abre la puerta. Tiene el pelo alborotado, de recién levantado, la camisa vaquera desabotonada.

Descalzo.

Una taza de café en la mano.

—Hola —dice John.

88

Stan y Doc se reúnen en el Harbor Grill.

Emily es su camarera.

—¿Nunca te vas a casa? —le pregunta Doc.

—Quería más turnos.

Charles Jourdan.

150 $

Dinero que no va a ganar por muchos turnos extra que trabaje. Anota la comanda y se dirige a la cocina.

—¿Te lo has pensado? —pregunta Doc.

—Diane y yo lo hemos hablado —dice Stan.

—¿Y?

Stan vacila.

Se ha percatado perfectamente del desprecio (irracional, injusto) que siente Diane por él. ¿Le desprecia por no desear acostarse con otra mujer? ¿Una mujer que ni siquiera es tal sino únicamente una adolescente?

Es una locura, pero Stan se siente capado.

Sabe que el dinero mejoraría la situación, el dinero restauraría su masculinidad, el tipo de cantidades de las que está hablando Doc…

—Vamos a decir que no —dice Stan.

—Guay —dice Doc.

Stan puede ver que le parece cualquier cosa menos guay.

Le parece una mariconada.

Pero Stan ha sopesado las ventajas y las desventajas. El dinero le iría de perlas, pero hay que medirlo frente al riesgo de ser detenido, de pasar años en la cárcel, quizá en una cárcel
mexicana
, y después están los dilemas éticos…

—No creas que no apreciamos la oferta —dice Stan.

—Claro —dice Doc.

La camarera trae sus platos y ambos comen prácticamente en silencio, obligándose a intercambiar algunas palabras esporádicas.

Doc se siente aliviado cuando Stan se levanta y dice que tiene que ir a abrir la librería.

—Yo me encargo de la cuenta —dice Doc.

—No, deja que…

—Nah, yo me encargo.

Stan le da las gracias y se marcha.

La camarera se acerca con la cuenta, la deja sobre la mesa y dice:

—Yo lo haré.

—Perdona, ¿qué?


Yo
lo haré —dice Emily. Solo una vez, pero…

Yo lo haré.

89

—Es una puta cría —dice John.

—Tú también eras un puto crío.

—Es distinto.

—¿Cómo?

—Aquello era hierba —dice John—. Esto es coca. Es una condena severa.

Doc sacude la cabeza.

—No, es delincuencia juvenil. Lo peor que le pueden caer son un par de meses en el reformatorio.

Doc sabe perfectamente cómo funciona esto, por el amor de Dios; él también pasó por el sistema penal juvenil. Y sabe que quizá la chica entre siendo una cría, pero que habrá dejado de serlo cuando salga. Entre las pandilleras y las bolleras, no será sino un pedazo de carne blanca.

—Ha sido ella quien se ha ofrecido —dice Doc, a la defensiva—. Yo no se lo he pedido. De todos modos, ya me acuerdo de quién es.

—Qué bien —dice John. No pregunta, no le importa.

—¿Te acuerdas de Freaky Frederica? —pregunta Doc.

—No.

—¿De cuando vivías en una puta cueva, listillo? —insiste Doc—. Es su hija.

John no la recuerda.

—Parecerá una adolescente más con carnet falso —dice Doc—. Aleteará esos ojitos azules y pasará sin ningún problema.

—Ah, ¿sí? —pregunta John—. ¿Y si no lo hace, Doc? ¿Qué pasa si la pillan? ¿Crees que mantendrá la boca cerrada y cumplirá su condena? Nos entregará en un abrir y cerrar de ojos.

Lo peor de todo, piensa, es que ni siquiera lo sabremos. Le volverán a pegar la coca con cinta en el cuerpo y permitirán que nos la traiga.

Escoltada por la brigada de narcóticos al completo.

Doc ya ha pensado en eso.

—Nuestros proveedores mexicanos cronometrarán su paso por la frontera. Si no pasa de inmediato, tú y yo nos vamos directamente al aeropuerto a relajarnos una temporada en Tahití.

Y la muchacha, piensa John, cómo se llama…

¿Emily?

… podrá relajarse en el reformatorio.

Estupendo.

90

Emily se dirige caminando hacia el puesto fronterizo

igual que muchos otros adolescentes norteamericanos que cruzan a Tijuana para pasarse el día bebiendo y después regresan a San Diego por el puente para peatones de San Ysidro.

Tiene las costillas rodeadas por vendas que sostienen las bolsas de cocaína firmemente bajo sus pechos. Lleva paquetes más pequeños y delgados —pero aun así valiosos— pegados contra la parte interior de los muslos.

Ha tenido que esperar de pie, humillada, en ropa interior en una casa mientras las abuelas mexicanas le pegaban los paquetes al cuerpo. Mentalmente se ha distanciado de la escena, intentando no sentir las manos sobre su cuerpo o los ojos del traficante que la estaba mirando con deseo nada disimulado.

Soy una princesa, se ha dicho a sí misma, a la que están preparando para el baile.

No.

Soy una modelo de alta costura y las ancianas están haciendo ajustes de último minuto para que pueda salir a la pasarela, y el hombre es

Un fotógrafo, que estudia el mejor modo de capturar mi belleza, mi

esencia para la cámara, y
por fin

han terminado y Emily se ha pasado la holgada blusa por la cabeza y se ha vuelto a poner los vaqueros y las mujeres la han acariciado y palmeado hasta quedar convencidas de que los paquetes no podían ser vistos ni fácilmente palpados, y luego ella se ha calzado las deportivas y se ha echado al hombro el barato bolso de lona.

Doc le dijo que la mayoría de los chavales pueden intentar colar un par de porros o una bolsa de hierba mierdosa oculta al fondo de un bolso, y que eso es lo que andarán buscando los tipos de la aduana.

—Si registran algo, será el bolso —dijo Doc—. Cuando vean que está limpio, no te cachearán.

Podréis decir lo que queráis sobre Doc, pero se asegura de que los chicos estudien
.

El narcotraficante rijoso la ha llevado en coche hasta la frontera y ahora Emily se dirige caminando hacia el puesto fronterizo e intenta controlar su temor.

Lo cierto es que está muerta de miedo.

A pesar de las palabras de aliento de Doc.

—No te cogerán —le dijo—, pero si lo hiciesen, solo pasarás un par de semanas, a lo sumo, en un reformatorio.

Ahora, mientras hace cola en la fila de peatones frente al control, Emily sopesa un par de semanas en el reformatorio contra un par de Charles Jourdan y se dice que ha tomado la decisión correcta, pero aun así sigue asustada y sabe que eso es malo.

—Buscan indicios de nerviosismo —le dijo Doc—. Sudores, tics. Hagas lo que hagas, no te toques para asegurarte de que los paquetes siguen estando en su sitio. Lo estarán. Mantén las manos alejadas del cuerpo. Simplemente actúa con naturalidad.

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