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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Los reyes de lo cool (5 page)

—Yo lo haría —afirmó O.)

Olor. Mil plantas de marihuana huelen como un colegio mayor un viernes por la noche.

Vecinos que únicamente aparecen de manera ocasional.

Visitas frecuentes de escasa duración a horas intempestivas.

—Todo eso es controlable —dijo Ben.

Primero instalaron los paneles solares para suplementar la energía. Después insonorizaron las paredes del sótano para amortiguar el ruido del generador.

Después crearon un ECC. Un concepto surgido de las investigaciones de Ben que significa

Entorno de Crecimiento Cerrado.

—Me gusta lo de «cerrado» —dijo Chon.

¡Ya lo creo!

Un ECC sirve básicamente para controlar el flujo de aire que entra y sale de la sala de cultivo. No es barato. Tuvieron que instalar placas metálicas y conductos de aluminio conectados a un sistema de aire acondicionado de cinco toneladas equipado con filtros de ciento cincuenta litros de carbón activo elaborado a partir de cáscaras de coco.

—Entonces, ¿todo el barrio olerá a coco? —preguntó O.

—No olerá a nada —dijo Ben.

O se sintió un poco decepcionada. Consideraba que sería divertido vivir en un barrio que oliese a crema solar y a cócteles de los que se sirven con sombrilla.

Para Ben es un artículo de fe el que los problemas generan soluciones, que a su vez generan más problemas, que generan más soluciones, un ciclo interminable que él denomina «progreso».

En este caso, la unidad de AA de cinco toneladas solucionó el problema de la temperatura y el olor, pero creó otro.

Las unidades de AA funcionan con aire o con agua, y en grandes cantidades.

En el caso del primero, sacan el aire de…

… en fin, del aire…

lo cual provoca muchísimo ruido.

Si se hace con agua, la factura de la misma aumenta desmesuradamente y vuelves a tener el mismo problema de la empresa de servicios convertida en delatora.

Los chicos estudiaron el problema.

—Una piscina —sugirió O—. Poned una piscina.

Brillante.

Una piscina está llena de…

… agua…

lo cual justifica el gasto y además…

—Podríamos acumular la condensación, bombearla hasta la piscina y reciclar —añadió Ben.

Por supuesto.

—Y además podríamos nadar —dijo O.

Además de restaurar la casa

(sin haber entrado aún en la instalación eléctrica)

tenían que comprar:

lámparas de haluro metálico, lámparas de vapor de sodio a alta presión, bombillas de 1.000 vatios, ventiladores oscilantes de 40 cm, bandejas de cultivo, bandejas para la mezcla de nutrientes, mezcla de nutrientes, cientos de metros de manguera y conductos, bombas, controladores de tiempo para las

bombas…

—Y juguetes para la piscina —dijo O—. No podemos tener una piscina sin juguetes.

Aún no habían vendido ni una papelina y ya se estaban enfrentando a un saldo negativo de 70.000 $ de inversión inicial.

Solo para una casa, pero lo hicieron. Juntaron los ahorros de Ben con las pagas extra de Chon por horas de combate y después recorrieron las canchas de voleibol en busca de pardillos a los que pelar. Afortunadamente, P. T. Barnum tenían razón y en un par de meses de juego, set y partido habían reunido el dinero.

Cultivaron un producto de primera y reinvirtieron sus escasos beneficios en otra casa, después otra y otra, haciendo de Craig Vetter un agente inmobiliario surfista muy feliz.

Ahora tenían cinco criaderos y estaban trabajando en un sexto.

Cuesta dinero.

Motivo por el cual Chon no permite que nadie les robe.

Y mucho menos que le pongan la mano encima a su gente.

28

Ahora Chon, consumido por el autodesprecio debido a que siente un poco de cansancio tras haber machacado únicamente a cuatro tipos, vuelve a meterse en el Mustang y conduce de regreso a casa.

Coge el bate, sale del coche y se da de bruces con

Su padre.

Sucede de vez en cuando. Laguna es una ciudad pequeña y uno se encuentra con gente.

Gente con la que te apetece.

Gente con la que no.

El padre de Chon cae en la segunda categoría y el sentimiento es mutuo. Existe una conexión seminal (véase más arriba), pero eso es todo. Gran John estuvo 404 durante gran parte de la infancia de Chon, y cuando no fue así Chon deseó que lo hubiera sido.

Tanto Ben como O saben que el padre de Chon no es un tema de conversación aceptable.

Jamás.

Son conscientes, por supuesto, de que «Gran John» fue en otro tiempo uno de los principales traficantes de Laguna, miembro de la afamada «Asociación», que fue a la cárcel y que ahora se dedica, al parecer, a instalar tejados, pero eso es todo.

Gran John parece sorprendido de ver a su hijo.

Y no muy contento.

Es…

… incómodo.

Gran John, hombros pesados, pelo castaño en retirada, primeros indicios de papada, es el primero en romper el silencio.

—Hey.

—Hey.

—¿Qué tal todo?

—Bien. ¿Y tú?

—Bien.

Gran John mira el bate, sonríe burlonamente y pregunta:

—¿Ahora juegas a softball o qué?

—De
soft
no tiene nada.

Y ya está. Permanecen inmóviles mirándose mutuamente durante un segundo, después Gran John dice:

—Bueno, en fin…

Y se marcha.

29

Duane Crowe encuentra un taburete libre junto a la barra del GDEV (Gracias a Dios Es Viernes) y se sienta.

GDEV es prácticamente un club para cuarentones divorciados. Puedes tomarte una hamburguesa, una cerveza, no sé… unos nachos, y matar el tiempo intentando encontrar una cuarentona divorciada que se sienta tan sola y salida como tú. Lo cual es bastante dudoso para empezar.

No es una vida maravillosa, pero es la que tiene.

Está escudriñando el local en busca de alguna candidata cuando ve a Boland apretujándose entre la multitud para poder llegar hasta la barra. «Apretujándose» porque Bill Boland tiene la constitución de un armario y es uno de los motivos por los que el Gimnasio 24-Horas permanece abierto veinticuatro horas.

Boland se sienta en el taburete contiguo al de Crowe y dice:

—Bonita camiseta. «Los maduros molan.»

—Me la regaló mi sobrina por mi cumpleaños —dice Crowe—. ¿Te has encargado de Hennessy?

—Hará saltar el escáner del aeropuerto durante una buena temporada —dice Boland—. Le han puesto un tornillo en el brazo. El tipo le ha dejado hecho un Cristo.

Habían convencido al borrico de Brian y su cuadrilla para que robaran a uno de los camellos de Leonard, a ver cómo reaccionaba.

Ahora ya lo saben.

También saben otra cosa. Antes de volver a abordar a Leonard, el otro tipo tiene que desaparecer.

—¿Le has identificado? —pregunta Crowe.

—Estoy en ello —dice Boland—. Según dicen es un machote rollo fuerzas especiales. SEAL, Boinas Verdes o algo así.

—¿Boinas Verdes? ¿Todavía existen?

—Eso creo.

El otro motivo por el que se reúnen en el GDEV es que es ruidoso y muy concurrido. La televisión a tope, gente cotorreando. Podrías meter un micro allí dentro y lo único que grabarías sería ruido. Y si alguien lleva uno encima, es más probable que registre a un tipo mintiéndole a una mujer sobre su trabajo que algo capaz de cabrear a un gran jurado.

—¿Qué dicen los de arriba? —pregunta Boland.

—Lo de siempre —responde Crowe—. «Encargaos vosotros.»

Encargaos del asunto y enviadnos nuestro puto dinero. Los que mandan no comen en franquicias, son sus propietarios.

—¿El tal Leonard? —dice Crowe—. Es de lo que no hay. Un gilipollas arrogante. Encárgate de él, a ver si resbala con la piel de plátano.

—De acuerdo. —Boland ojea el menú—. ¿Has probado las hamburguesas de aquí?

Crowe estudia la hilera de divorciadas sentadas a la barra.

—He probado todo el menú.

30

Cuando Chon llega a su casa, O está allí.

Tiene una llave porque cuida del piso en su ausencia.

Riega la única planta.

(No, no
ese
tipo de planta. Una planta inocua, como un ficus o algo así.)

—Espero que no te importe que haya entrado —dice O.

—Claro que no.

Ella le mira con una expresión extraña y vulnerable, muy poco habitual en ella.

—¿Chon?

—¿O?

—¿No crees que soy… un poco bambiesca?

31

—O —dice Chon, ganando tiempo. Son amigos, colegas—. Nos conocemos desde niños.

—Puedo que eso haga que sea mejor —dice O—. Y tengo diecinueve años.

Ya no soy una cría.

—O…

—Mira, si te parezco, no sé, espantosa o algo…

—No es eso —dice Chon—. Me pareces preciosa.

Lo dice en serio.

—Y me quieres —dice ella.

Chon asiente.

—Sí.

—Y yo a ti, así pues…

Él niega con la cabeza, sonríe estúpidamente.

—O… No sé…

—Chon —dice ella—. Vas a marcharte… y no sé si… y es culpa mía.

—No, no lo es.

32

El primer recuerdo consciente de O es el de un chiquillo meando sobre un matojo de maravillas.

En aquel momento «Ophelia» —pasarían años antes de que prescindiese del «phelia» para convertirse en simplemente «O»— estaba sentada en el patio de la pequeña escuela y observó al chico mayor regar las plantas.

La escuela de Laguna Canyon era una de esas neoacademias de una sola aula —de primero a octavo— que funcionaban siguiendo la teoría de que los chiquillos aprenden mejor cuando no se les separa arbitrariamente en grupos cerrados, sino que se les permite hallar su propio nivel entre niños de diversas edades.

Aquello sucedió durante una de las fases progresistas de Rupa, que todos los días sacaba a rastras a su hija de cuatro años de su hogar de siete dígitos en la vallada comunidad de Emerald Bay para llevarla hasta el mucho menos rígido entorno del cañón. Tanto la casa como el dinero para la escuela privada eran fruto de su acuerdo con el padre de O, que se divorció de ella a los seis meses de embarazo.

Incluso los profesores de la escuela pensaron que Ophelia era demasiado pequeña para empezar sus estudios escolares.

—Es precoz —respondió su madre.

—Pero sigue teniendo cuatro años —dijo el director.

—Su alma es anciana —replicó la madre. Su médium le había dicho que su hija había vivido muchas encarnaciones previas y que su edad astral no era de cuatros años sino cuatro
mil
, lo cual la convertía en setecientos años mayor que su madre—. En varios aspectos muy reales, yo soy en realidad
su
hija.

El director decidió que a Ophelia le resultaría beneficioso salir de casa unas horas al día y, además, la pequeña ya era encantadora, hermosa e inteligente.

—Creo que cometimos un gran error enviándote a aquella escuela —diría Rupa años más tarde, cuando O empezó a suspender prácticamente todas sus clases en Laguna High.

Para entonces Rupa estaba en una de sus fases conservadoras. Y para entonces Ophelia se había cambiado el nombre a O y había empezado a llamar Rupa a su madre.

Pero todo eso sucedió más tarde. Justo entonces, O estaba observando al muchacho que regaba las plantas. Al principio pensó que era igual que el jardinero que tenían en casa, hasta que se fijó en que lo que sostenía el muchacho no era una manguera, sino otra cosa, y entonces oyó un grito seco y agudo y vio que una profesora se acercaba corriendo y le agarraba.

—John —dijo la profesora—. Nuestras partes privadas son… ¿qué?

John no respondió.


Privadas
—respondió la profesora por él—. Ahora ciérrate la bragueta y ve a jugar.

—Solo estaba regando las plantas —dijo John.

A O le pareció muy divertido que aquel muchacho mágico pudiera regar las plantas por sí solo.

—¿Cómo se llama ese niño? —le preguntó a la profesora cuando esta se aproximó a ella.

—Ese es John.

—Chon —mal pronunció O, y después se levantó para ir en busca del muchacho mágico que, tras haber devuelto el pene a los confines de sus vaqueros, se había dirigido hacia la verja trasera en busca de una ruta de huida.

—¡Chon! ¡Chon! ¡Chon! —gritó O, dando vueltas en su busca—. ¡Chon, juega conmigo!

Los otros niños rápidamente se unieron al cántico.

¡Chon! ¡Chon! ¡Chon!

Se le quedó el nombre.

O pasó a ser su sombra, lo seguía a todas partes como un patito recién nacido, una verdadera plaga, pero no pasó mucho tiempo antes de que Chon aprendiese a soportarla, a protegerla e incluso a apreciarla un poco. Chon no era particularmente afable, no jugaba fácilmente con los demás niños, prefería estar solo, de modo que los profesores se alegraron de ver que entablaba una relación.

O lo adoraba.

El problema era que Chon desaparecía de vez en cuando, a veces un día, a veces toda una semana.

—¿Dónde has estado, Chon? —le preguntaba ella cuando por fin regresaba a la escuela—. ¿Dónde has estado?

Chon inventaba historias fantásticas para ella:

Había salido a pescar y había sido raptado por piratas; elfos que vivían en el cañón le habían llevado de viaje hasta su mundo secreto; alienígenas de otra galaxia le habían llevado de excursión por el espacio exterior. Chon hizo viajar a la chiquilla hasta China, África, Marte y las Montañas de la Luna, y siguió siendo su muchacho mágico.

Hasta que, un día, desapareció de verdad.

Cuando O se dio cuenta de que no iba a volver, se pasó toda la noche llorando.

—Los hombres siempre desaparecen —fueron las palabras que utilizó su madre para consolarla.

Eso O ya lo sabía.

33

—¿Qué me estás diciendo entonces? —le pregunta ahora a Chon—. ¿Que no?

—No, estoy diciendo que
ahora
no.

—Vaya mariconada de respuesta —dice ella.

—Soy marica perdido.

O retrocede.

—De acuerdo —dice—, has perdido tu oportunidad, Chonny, muchacho. Era esa y no más.

Chon sonríe.

—Entendido.

34

Es curioso, Chon no habla mucho porque adora las palabras y el origen de las mismas.

Incluso conoce la etimología de la palabra etimología.

(Buscadlo en Google.)

Pero O comprende que uno protege lo que ama y que quiera guardarlo para sí. Un día, defendiendo su reticencia, Chon les planteó la siguiente pregunta:

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