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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Los reyes de lo cool (8 page)

Doc le obsequia con su carismática sonrisa torcida y acto seguido dice:

—Tienes catorce años.

—Casi quince —replica John.

Doc le estudia de arriba abajo. John es el típico skater, pero tiene algo especial, siempre ha sido como un pequeño adulto, las chicas ciertamente le tratan como a un hombre, y ahora ya no es tan pequeño.

Y Doc tiene un problema con el que a lo mejor John podría ayudarle.

Dinero.

Doc tiene demasiado.

En fin, no demasiado dinero
per se
—nadie tiene Demasiado Dinero—, sino demasiado efectivo en billetes pequeños.

Así pues, recread esta imagen:

John recorriéndose en monopatín los bancos de Laguna, Dana Point y San Clemente con una mochila llena con los billetes de uno, cinco y diez que Doc obtiene de sus ventas callejeras. John entrando en dichos bancos y cambiando la calderilla por fajos de billetes de cincuenta y cien perfectamente precintados.

Y John sabe a qué cajeros dirigirse, aquellos que reciben regalos y aguinaldos navideños de Doc.

Y si los polis ven a un chaval delgaducho con el pelo largo, camiseta y pantalones cortos recorriendo el paseo marítimo en monopatín, no es sino uno más entre docenas de skaters coñazo. No se les ocurre que este en concreto pueda llevar miles y miles de dólares colgando del hombro.

Algunos críos tienen rutas para repartir periódicos. John tiene rutas para repartir billetes.

Doc le paga cincuenta pavos al día.

Es la buena vida.

John soporta las clases, hace sus rutas, obtiene sus cincuenta, vuelve a la casa y se mete en la cama, ya no con adolescentes sino cada vez más a menudo con veinteañeras que le aportan una educación que no se enseña en las aulas.

Sí, es la buena vida.

Pero podría ser mejor.

47

—Quiero vender mandanga —le dice un día a Doc mientras están sentados sobre las tablas, esperando a que llegue la próxima tanda de olas.

—¿Por qué? —pregunta Doc—. Estás ganando dinero.

—Moviendo
tu
dinero —responde John—. Quiero mover el
mío
.

—No sé, tío.

—Yo sí —dice John—. Mira, si no me la pasas tú, acudiré a cualquier otro.

Doc supone que si el chaval acude a algún otro podría acabar embaucado, estafado o dando de bruces con una trampa de la policía. Al menos, si se la vendo yo, reflexiona, sabré que está a salvo.

Así que ahora, además de dinero en la mochila, John lleva gruesos porros pegados con cinta aislante a la parte inferior de su monopatín que vende a cinco dólares la unidad.

Ahora John gana dinero.

No se lo gasta en discos, ropa ni en invitar a las chicas. Lo ahorra. No habiendo cumplido aún los dieciséis, le entrega a Doc una pila de billetes y le pide que le compre un coche.

Un Plymouth 1954 familiar bellamente restaurado.

48

Al loro con nuestro hermano John.

Con diecisiete años, tiene alquiladas no una sino dos casas en Dodge City.

Una para vivir, la otra para almacenar su marihuana.

Hace más viajes a México que el autobús de línea y ya no patina vendiendo petas de cinco dólares. (Tiene a otros tres skaters para ello, bien contentos de ganarse el dinero.) Ahora vende al por mayor directamente a los camellos y gana dinero de verdad. Tiene tanta hierba acumulada en su segundo domicilio que este acaba siendo conocido como «La casa de ladrillos de grifa».

Tiene una novia de veintitrés años llamada Lacey, de cuerpo esbelto y muy flexible, porque no tiene ni un solo músculo celoso en su interior, que vive con él. Ahora que por fin tiene la edad reglamentaria para conducir, posee tres coches: el Plymouth, un Mustang 1965 descapotable y una vieja camioneta Chevy que utiliza para transportar sus tablas de surf. Tiene una colección de tablas hechas a medida. Queda con los Grateful cuando se pasan por la zona. Hace viajes a Maui con Doc para colocarse juntos.

Sigue siendo el cachorro de Doc, pero ahora todos dicen que «corre con la manada».

John es un miembro júnior de la Asociación.

49

Mientras tanto, el país pierde la puta cabeza.

Mientras John sigue su trayectoria de skater robatacos a joven empresario de éxito, Estados Unidos sigue la de McMurphy en el nido del cuco, periodo conocido como los años 1968-1971.

Alguno de los presentes ha visto a mi viejo amigo Martin, alguno de los presentes ha visto a mi viejo amigo Bobby, ofensiva del Tet, revueltas en Cleveland, revueltas en Miami,
la
revuelta de Chicago, el alcalde Daley, hippies y Yippies, se nos acaba la medicación y elegimos a Richard Nixon (la enfermera Ratchett del pabellón psiquiátrico de la política norteamericana), Heidi se carga el partido de los Jets contra los Raiders, el último príncipe de Camelot se estampa contra la fila de los mancos y se lleva a una chica por delante, los Ocho de Chicago, My Lai, me encontré con un Hijo de Dios y recorrimos la carretera los dos, Altamont, la muerte de Janis, la familia Manson, Camboya, Nixon y los soldados de latón se acercan, Angela Davis,
Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo
, Apolo 13, camisetas teñidas, vestidos de abuela, Attica.

A excepción de lo de Woodstock y la muerte de Janis, John prácticamente no se entera de nada.

Qué queréis, vive en Laguna.

LAGUNA BEACH
2005

No dejes al diablo subir

he dicho que no dejes al diablo subir,

porque si le dejas subir

seguro que querrá conducir.

Don’t Let The Devil Ride,

T
HE
J
ORDANAIRES

50

La Costa Dorada es plateada.

Las farolas de Laguna están envueltas en niebla y la torre del salvavidas en Main Beach parece flotar sobre una nube.

A Ben le gusta ver así la ciudad.

Desdibujada, misteriosa, nocturna.

Acaba de dejar a O en su casa y ahora se debate entre salir a tomar algo, recogerse o llamar a Kari la camarera.

Ajá.

Saca el móvil.

—¿Kari? Soy Ben Leonard. Del Coyote.

Un breve silencio, después una respuesta cálida.

—Hola, Ben.

—Me preguntaba qué estarías haciendo.

Un silencio más prolongado.

—Ben, no debería, estoy viendo a alguien.

—¿Estás casada? —pregunta Ben—. ¿Prometida?

Ni una cosa ni la otra.

—Entonces sigues soltera, Kari —dice Ben—. Un agente libre.

—Me sentiría muy culpable.

—Eso hace que el sexo sea mejor —dice Ben—. Créeme, sé lo que digo, soy judío.

Ella es católica.

—En ese caso casi tenemos la
responsabilidad
de hacerlo —dice Ben—. Se lo debemos al sexo.

Kari se ríe.

Ben deja atrás Brooks Street y sigue conduciendo en dirección a la casa de Kari en South Lagoo.

Solo que…

51

Cosas que no quieres ver en el espejo retrovisor:

(a) Tu nuevo móvil aplastado bajo las ruedas.

(b) El perrito de tu novia en la misma situación.

(c) Una máscara de hockey.

(d) Una sirena.

Ben ve (d)

—Mierda.

Detiene el vehículo en la cuneta de la CCP, cerca del desvío hacia Aliso Creek Beach.

Un tramo vacío de carretera en una noche de niebla.

Al volver a mirar el retrovisor ve que se trata de un coche sin distintivos, con una sirena en la capota.

Pero no lleva nada encima y el coche está limpio.

El rostro del poli de paisano aparece junto a la ventanilla. Le muestra la placa y Ben baja el cristal.

—Los papeles y el permiso de conducir, por favor.

—¿Puedo preguntarle por qué me ha hecho parar?

—Los papeles y el permiso de conducir, por favor.

Ben saca el carnet de su cartera, lo entrega y después alarga el brazo hacia la guantera en busca de los papeles.

—Las manos donde pueda verlas —dice el poli.

—¿Quiere los papeles o no? —pregunta Ben.

—Salga del coche, caballero.

—Oh, venga ya —dice Ben. Simplemente no puede evitarlo, lo lleva en el condenado ADN—. ¿Por qué me ha parado? ¿Tiene causa probable?

—He visto humo de marihuana saliendo por la ventanilla del conductor —dice el poli—. Y ahora puedo olerla.

Ben se echa a reír.

—¿Ha visto humo de marihuana saliendo de un coche en movimiento en plena noche? ¿Y qué es eso de que puede olerla? Nunca fumo en el coche.

—Salga del coche, por favor, caballero.

—Esto es absurdo.

El policía abre bruscamente la puerta, agarra a Ben de la muñeca, le saca de un tirón y lo lanza al suelo de bruces.

Empiezan a llover patadas.

Ben intenta ponerse en posición fetal, pero las patadas caen sobre sus costillas, las espinillas, los riñones, las pelotas.

—¡Se está resistiendo al arresto! —grita el poli—. ¡Deje de resistirse!

—No me estoy resistiendo.

Otras dos fuertes patadas y el poli se agacha para poner una rodilla sobre el cuello de Ben y este siente el cañón de un arma en la nuca.

—¿Quién es el gilipollas
ahora
? —pregunta el poli.

Lo cual es una frase la hostia de rara, pero Ben no está como para percatarse de ello.

Porque oye el chasquido del arma al ser amartillada.

La respiración se le atasca en la garganta.

Entonces el poli aprieta el gatillo.

52

O entra en su cuarto de baño, pone en marcha el extractor y enciende un peta.

Es solo una pequeña concesión a la susceptibilidad de su madre, a pesar de que la hipocresía de Rupa con respecto a las drogas sea poco menos que épica, casi admirable en su osada duplicidad.

El botiquín de Rupa

detrás del espejito, espejito en la pared (del cuarto de baño)

es una farmacopea de drogas alteradoras del humor servidas con receta

un hecho que O desprecia porque cae de lleno en el típico cliché, más aún si tenemos en cuenta que ella también participa en el estereotipo (de ahí lo de «estéreo» si os paráis a pensarlo) recurriendo habitualmente al consuelo que le ofrecen los pequeños suplementos de mamá cuando no le basta con la hierba.

—¿No puedes desarrollar una variedad —le ha preguntado a Ben- llamada «Para Chicas de Orange County cuando Galáctica Estrella de Combate no es Suficiente»?

—Estoy en ello —respondió Ben.

Pero hasta ahora sin resultado.

De modo que en ocasiones O asalta el BPA Rupa en busca de

Valium

Oxy

Zanex o algún otro antidepresivo

que haga de las charlas antimarihuaneras de Rupa algo más tolerable, charlas que siempre incrementan su frecuencia en las semanas posteriores a la estancia de Rupa en algún centro de rehabilitación del que regresa con nuevos materiales y un flamante rebaño de colegas de los Doce Pasos que se pasan las horas en el patio charlando sobre sus «programas» hasta que Rupa se aburre de todo y decide que la verdadera respuesta está en el yoga, el ciclismo, Jesucristo o los álbumes de recortes.

(La fase de los recortes fue particularmente dolorosa, pues consistió básicamente en Rupa pegando infinitas fotos de ella misma haciéndole fotos a O en volúmenes ordenados por años.)

De hecho, uno de los amantes de Rupa fue un tipo con cara triste salido de sus «reuniones de los viernes», al que una O de dieciséis años preguntó:

—¿Tú también te estás «recuperando»?

—Llevo treinta días —dijo el tipo.

—Pues no vas a llegar a los cuarenta —dijo O.

Lo cual demostró ser profético cuando, el día treinta y seis, O salió de su cuarto para encontrarse a Rupa y a Tipo Sobrio y Triste arrojándose mutuamente botellas (vacías) de Stolichnaya de un extremo al otro del salón, antes de desaparecer cada uno en (distintas) instituciones de salud, dejándola sola en casa para celebrar espectaculares fiestas con la justificación de que estaba agotando por completo las existencias de alcohol en anticipación del regreso de su madre.

En cualquier caso, igual que los porteros y los quarterbacks, Rupa se ha visto bendecida con una memoria de corto plazo, por lo que ningún detalle de esta historia le impide reprocharle a O su afición por la marihuana.

Esta noche O no está de humor, así que se sienta sobre la tapa del váter bajo el ventilador del extractor para colocarse y, si Rupa viene a fisgonear, podrá limitarse a decir que está estreñida, lo cual motivará la sugerencia de algún remedio orgánico en vez de una tocada de pelotas.

Y es que O siente que hoy ya se le han hinchado lo suficiente, por así decirlo, a raíz del completo rechazo de Chon ante su descarada (y reconocidamente torpe) entrada.

—¿Soy un poco bambiesca?

Jesús.

Yo tampoco me follaría.

53

Ben oye el chasquido seco.

Su corazón
retumba
.

El policía se ríe.

Nota que le presionan algo contra la mano, después lo retiran, después el poli le une los brazos a la espalda y le pone las esposas.

—Mira lo que he encontrado —dice el poli.

Le muestra a Ben un ladrillo de marihuana.

—Eso no es mío —dice Ben.

—Ya, esa no la había oído nunca —dice el poli—. La he encontrado en el maletero de tu coche.

—Y una mierda. La has puesto tú.

El poli le obliga a ponerse en pie y lo mete a empellones en el asiento trasero de su coche sin insignias.

Y le lee sus derechos.

54

Como que tiene el derecho a permanecer en silencio.

No jodas. Ben no dice
nada
salvo que quiere su otro derecho, el derecho a un abogado.

¿Conoce Ben a algún abogado?

¿Es una puta broma? Ben vende la mejor maría de Orange County, por lo tanto algunos de sus mejores clientes son abogados.

(Y médicos; por ahora, ningún jefe indio.)

Lo más jodido es que no conoce a ningún abogado criminalista

pero llama a un abogado de seguros que a su vez llama a un colega suyo que llega apresuradamente en medio de la noche.

Pero no antes de que los policías presenten cargos contra Ben por violación de la California 11.359 —posesión con intención de vender— y resistencia al arresto (una «148», aprende Ben), a las que, para asegurarse, le suman una 243 (b) atentado contra un agente de la autoridad, y lo envíen a la celda de contención.

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