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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Los reyes de lo cool (23 page)

Demasiado peligroso.

En un mundo que carece de decencia.

¿Son los hombres armados centinelas, se pregunta Elena, o buitres dispuestos a abalanzarse sobre los restos de la familia Sánchez-Lauter? Todos se preguntan qué hará ella a continuación.

Todavía bella, todavía relativamente joven, podría escapar a Europa, encontrar un nuevo marido, una nueva vida. Ciertamente la opción es atractiva. Tiene dinero suficiente para vivir holgadamente el resto de sus días y criar a sus hijos en paz y comodidad.

¿O seguirá las huellas de sus difuntos hermanos y esposo tomando las riendas de la familia?

Una mujer.

Ya corren los comentarios airados al respecto, Elena lo sabe. En boca de aquellos que se niegan a trabajar a las órdenes de una mujer.

¿Acaso tienen elección?, piensa ella.

Una mujer es lo único que queda.

Elena levanta una mano enguantada en negro y Lado aparece a su lado.

Lado, el policía, ahora abiertamente a su servicio.

Un asesino. Sus ojos negros tan fríos como las hojas de obsidiana que los sacerdotes aztecas utilizaban para destripar a las víctimas de sus sacrificios.

—Lado —dice Elena—, tengo un trabajo para ti.

—Sí, patrona.

Elena se ha decidido.

190

Chon arroja su bastón a la arena y avanza cojeando hacia el agua.

Nadar es el ejercicio más apropiado para recuperar la forma. Estira sus músculos, destensa el tejido cicatricial, mejora su sistema cardiorrespiratorio, pero no fuerza las heridas.

El agua está fría, pero Chon no lleva traje de neopreno.

No está seguro de que fuese siquiera capaz de ponerse uno, y de todos modos le gusta el dolor del frío intenso.

Empieza a nadar dando brazadas largas y relajadas, sin forzar la máquina.

Rítmica, enérgicamente.

La paz ha durado exactamente una noche.

Ahora toca volver a la guerra.

191

EXT. ESCALERAS — TABLE ROCK BEACH — DÍA

Ben y Duane están en un descansillo a medio camino del largo tramo de las escaleras de bajada. Las olas rompen contra Table Rock.

Duane cachea a Ben, para asegurarse de que no lleva ningún micro. Satisfecho:

DUANE

¿De qué tenemos que hablar?

BEN

Necesito hacer una liquidación por cierre de negocio.

DUANE

Joder, tú no aprendes, ¿verdad?

BEN

Mira, tengo cantidad de inventario…

DUANE

Tus problemas son tus problemas.

BEN

Mis problemas son tu oportunidad.

DUANE

Habla.

BEN

Esta es mi oferta. Cincuenta centavos por dólar. Para ti.

DUANE

¿Por qué cojones ibas a hacer eso?

BEN

No lo haría, solo que ¿qué otra opción me queda? No he podido encontrar ni un puto comprador, todos tienen demasiado miedo de acabar muertos en su coche.

DUANE

(sonriendo)

Sobre eso no sé nada.

BEN

Ya, vale. Mira, el caso es: tú ganas. Simplemente dame una oportunidad para recuperar parte de la inversión.

Ben observa nerviosamente mientras Duane reflexiona.

DUANE

Deja que me lo piense.

BEN

Piénsatelo rápido. Estoy en las últimas.

192

Terminada la reunión, Chon sigue a Los Maduros Molan.

LMM sube a su Dodge Charger de cuatro puertas y se dirige hacia el norte por la CCP, de regreso hacia Laguna, dobla en dirección sur por Arroyo y después toma Lewis hacia Canyon Acres, donde estaciona en un camino de entrada.

Podría liquidarlo ahora mismo, piensa Chon.

El rifle VSS Vintorez de francotirador —con mira telescópica que no necesita y un silenciador que sí— descansa bajo una manta en el asiento del pasajero. Solo tendría que bajar la ventanilla, esperar a que LMM salga de su coche y meterle dos tiros en la cabeza.

Ya, solo que eso no tendría por qué resolver necesariamente nada, piensa Chon. Sería justicia por los asesinatos y desde luego transmitiría el mensaje de que no conviene tocarnos las pelotas, pero LMM es más bien un mandado, no el jefe.

LMM sale del coche y entra en la casa.

Es una vivienda agradable, pequeña y bien cuidada, el típico bungalow californiano. Pero no hay nada en ella que anuncie «imperio criminal». Nada que anuncia que el tipo les esté cobrando «cuotas» a todos los principales traficantes de OC y San Diego.

A menos, piensa Chon, que LMM sea sencillamente un tipo con un colega en la policía junto al que haya tenido la ocurrencia de estafar a un crédulo cultivador de marihuana.

La otra posibilidad es que LMM sea un pez gordo, pero lo bastante inteligente como para pasar desapercibido. Viviendo por debajo de sus posibilidades hasta que haya ahorrado lo suficiente como para desaparecer en una isla paradisíaca.

No adelantes acontecimientos, piensa.

Solo da el siguiente paso, como obtener el nombre de LMM.

Chon llama a un viejo compañero de Istanislandia.

193

Ben responde al teléfono.

Oye a LMM decir:

—Nos quedaremos con toda tu mandanga, pero a treinta centavos el dólar.

—¿Seguro que no queréis darme por culo también —pregunta Ben—, ya que estáis?

—Di una palabra más y serán veinticinco.

—Treinta y cinco —dice Ben—. Vamos, no seas cabrón. Vas a ganar un dineral con esto.

—¿De qué cantidades estamos hablando? —pregunta LMM.

—Joder, ¿por teléfono?

—El mío está limpio —dice LMM—. Eh, si tú no lo estás…

—Sesenta, más o menos.


¿¡Kilos!?

—No,
litros
, capullo.

—Vigila esa puta boca.

—¿Los quieres o no?

—Volveré a llamarte para decirte la hora y el lugar —dice LMM.

—Trae efectivo —dice Ben.

194

El colega de Chon —antiguamente en los SEAL, ahora con el departamento de policía de Oceanside— le devuelve la llamada.

—He comprobado la dirección.

Su nombre es Duane Alan Crowe, cuarenta y ocho años, ocupación: techador.

—¿Quieres que pregunte por ahí —pregunta el colega de Chon—, a ver si alguien lo tiene controlado?

Chon le dice que no, gracias. Lo último que quiere es que la policía de OC sepa que alguien se interesa por Crowe.

—Eh, te lo debía.

En una ocasión, Chon le sacó de un buen marrón en Helmand.

—No me debes nada.

Los amigos cuidan de sus amigos.

Así son las cosas.

195

Chon observa a Crowe salir de su casa y subirse al coche con un enorme maletín en la mano.

Las once y media de la noche.

Ya era hora, coño.

Chon está acostumbrado a permanecer emboscado durante largo tiempo, pero eso no significa que le guste.

Sigue a Crowe cuando se pone en marcha.

196

El tipo está de pie en la acera, esperando a que LMM lo recoja.

Brian Hennessy lleva puesta una chaqueta corta y Chon puede ver el bulto de la pistola por debajo.

Vaya un capullo descuidado, piensa.

Brian se sube al coche de Crowe.

Chon les sigue hasta la 405.

197

Los californianos son capaces de mantener conversaciones enteras utilizando principalmente números.

«De la 133 a la 405 y por la 5 hasta la 74» es una de las más típicas.

Crowe toma la 74 en dirección este para ascender la cadena de colinas que flanquean la llanura costera.

Tierra de nadie.

Sorprendentemente rural para esta parte del mundo. Cantidad de altibajos, caminos de tierra, pequeñas vegas ocultas entre robledales.

Hacia allí se dirige Crowe ahora, lo cual inquieta a Chon.

Si va a reunirse con Ben, que cabe dentro de lo probable

—para hacer lo que coño sea que crea estar haciendo Ben—

Chon cree saber adónde se dirigen: una pequeña zona para picnics que ya han utilizado con anterioridad para realizar intercambios.

Deja el coche en la cuneta, toma el rifle, sale y echa a correr entre los robles, esperando llegar a tiempo.

198

Miguel Arroyo, también conocido como Lado, dirige una caravana de Suburbans por las calles de Tijuana y se detiene frente a las puertas de un club nocturno. Sus hombres vestidos de negro salen como un torrente de los vehículos con los M-16 en alto y rodean el edificio de bloques de hormigón, club social de una facción de los Sánchez-Lauter que se ha pasado a los Berrajano.

Lado encabeza el grupo de asalto que irrumpe por la puerta principal.

—¡Policía! —grita Lado.

Hay aproximadamente una docena de hombres en el club, con sus novias o sus
segunderas
.

—¡Policía! —repite Lado.

Un par de tipos hacen ademán de ir a sacar las armas, pero rápidamente se percatan de que están en minoría y levantan las manos.

Los hombres de Lado les quitan las armas y los ponen en fila contra la pared.

Después retroceden y, ante una breve señal de asentimiento de Lado, abren fuego.

199

Ben entra con la furgoneta en la zona de picnic y espera. La parte trasera de la furgoneta contiene sesenta kilos de su mejor marihuana, envueltos en plástico en paquetes de octavo, atados en balas de diez kilos.

120.000 $ a precio de calle, pero en este caso se trata de una

liquidación

por

42 de los grandes.

Qué hijos de puta.

También ha dejado un par de sorpresitas envueltas en dos de las balas.

Al fin un coche entra en el aparcamiento. Un par de segundos más tarde, LMM y otro tipo salen del vehículo.

Ben sale del suyo.

LMM alumbra la furgoneta con una enorme linterna.

—¿Has venido solo? —pregunta.

—Como pediste.

—Abre la parte de atrás.

Ben abre la puerta corredera. El tipo que acompaña a LMM se lleva la mano a la cintura.

200

Chon se da cuenta y deja de apuntar a Crowe para pasar a Brian, verde de ciencia ficción a través de la mira telescópica nocturna.

A cuarenta y cinco metros de distancia entre los árboles, decúbito prono, el rifle sobre un bípode.

Si Brian saca la pistola, se acabó:

Dos disparos contra él, movimiento lateral, dos disparos contra Crowe.

Chon presiona ligeramente el gatillo.

201

—Tranquilo —dice LMM.

La mano de Brian se relaja.

(La de Chon no.)

—Quítate la ropa.

—¿Qué?

—Quiero asegurarme de que no estamos emitiendo un podcast a través de la emisora de la DEA —dice LMM—. Tú y tu amiguito, el agente Cain.

—A ese pueden darle bien por el culo.

—Quítatela.

—Quítate tú la tuya.

—No soy yo quien quiere hacer un trato.

—Y una mierda. Por algo estás aquí.

—Desvístete.

Ben se quita los zapatos, después la camiseta y los vaqueros. Levanta las manos, como diciendo: ¿satisfecho?

—Todo.

—Venga
ya
.

—Podrías llevar un micro pegado a la polla o debajo de las pelotas —dice LMM—. No sería la primera vez que lo veo.

—También podría llevar uno metido en el culo —dice Ben—. ¿Quieres inspeccionármelo también?

—Puede que lo haga, si sigues hablando.

Ben se quita los calzoncillos.

202

A Chon no le gusta.

Por varios motivos.

Primero, es una humillación, y odia ver a Ben humillado.

Segundo, puede que quieran dispararle así, para enviar un mensaje, tal como hacen los carteles mexicanos.

Su dedo se tensa.

También su cerebro

Diciendo

Hazlo

Ahora mismo

Cárgatelos a los dos

Acaba con ellos de una vez

Cuanto antes

Mejor.

Chon recuerda algo que le dijo una vez un oficial en Istanislandia:

«Nunca he lamentado matar a un terrorista. Solo he lamentado no haberlo matado antes».

Si dejas que el aldeano se marche, al día siguiente regresa con una bomba.

Hazlo ya

Cárgatelos a los dos.

203

—Registra la furgoneta —le dice LMM a Brian—. Busca micros, cables, lo que coño sea.

Brian entra en la furgo.

—¿Puedo vestirme? —pregunta Ben.

—Haz el favor. No porque no seas guapo.

Ben se viste.

Oye a Brian hurgar en el interior del vehículo con toda la sutileza de un orangután puesto de anfetas. Después sale de la furgoneta y dice:

—Parece limpia.

—¿
Parece
limpia? —pregunta LMM—. Me da igual lo que parezca, lo que me importa es cómo está.

—Está limpia —dice Brian.

—Más te vale —dice LMM.

—¿Podemos
hacer
esto de una vez? —dice Ben—. ¿Has traído el dinero?

—Lo primero es lo primero —dice LMM.

Y se saca un cuchillo de la cintura.

204

Lado se acuclilla, abre en canal el estómago del muerto, le extrae los intestinos y forma cuidadosamente con ellos la letra «S».

La última letra de la palabra

T-R-A-I-D-O-R-E-S

205

Crowe no sabe lo cerca que ha estado de morir mientras abre una de las balas con el cuchillo.

El dedo de Chon se relaja sobre el gatillo.

Su pulso se ralentiza.

206

Crowe saca un paquete de octavo, lo abre de un tajo y olfatea la marihuana.

Se vuelve hacia Ben, sonríe, dice:

—Hostia puta.

—Por así decirlo.

Crowe ilumina la hierba con su linterna, ve pelos rojos y cristales. La acaricia entre los dedos, suave y seca, sin exceso de humedad que incremente el peso.

—De primera.

Ben se encoge de hombros. ¿Qué esperabas?

—Si quieres darle un tiento, por mí adelante.

—No es necesario —dice Crowe—. Si quieres cultivar para nosotros, a lo mejor podríamos hablar.

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