Read Los reyes de lo cool Online

Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Los reyes de lo cool (28 page)

CHON

¿Qué se supone que debería hacer, darte las gracias?

JOHN

Eres tú quien ha venido a pedir un favor.

CHON

¿Vas a hacerlo o no?

JOHN

De todos modos, ¿qué coño le debes al tal Leonard?

CHON

Es familia.

John medita estas palabras, parece captar la verdad que hay en ellas. No tiene respuesta.

CHON

Esto no tiene que ver conmigo y con Ben, tiene que ver con nosotros dos. Te estoy pidiendo una cosa. Si quieres concedérmela, estupendo. Si no…

JOHN

¿Qué?

CHON

Tendremos que seguir otro camino.

JOHN

No puedo hacer lo que me estás pidiendo que haga. Y no estoy diciendo que no quiera, estoy diciendo que no puedo. Lo que

puedo hacer es darte un consejo: olvídalo todo y mantente al margen. Créeme, sé de lo que estoy hablando. Ojalá yo hubiera hecho lo mismo hace veinte años. Tú aún estás a tiempo.

CHON

Si vas a por Ben, antes tendrás que vértelas conmigo.

JOHN

Entonces tenemos un problema, chaval.

John mete la mano bajo el cojín del sofá, saca una pistola y apunta a Chon.

258

—Ya no soy un crío —dice Chon.

—Nunca lo fuiste.

—Puedo arrancarte la pistola de la mano y metértela por la garganta antes de que hayas parpadeado.

—Sí, se me olvidaba, eres Superman —dice John—. Eres un cabroncete lo suficientemente frío como para matar a su propio padre, te reconozco el mérito, pero ¿de verdad crees que soy el último eslabón en todo esto? ¿De verdad crees que has llegado a la cima?

Chon acusa el cansancio. El mundo empieza a bailar ligeramente frente a sus ojos.

—Aunque a mí me pasara algo —dice John—, la orden ya ha sido dada. Tu amigo Ben está muerto.

Sin dejar de apuntar a Chon, John se levanta del sofá.

—Vamos afuera. Te voy a llevar a un sitio.

John hace salir a Chon por la puerta.

259

Los pistoleros han llegado de México, pero no son mexicanos.

Schneider y Pérez son tan americanos como la tarta de manzana, veteranos entrenados en las guerras de su país, subempleados y por lo tanto al servicio de los Berrajano.

Ahora han regresado a casa, en préstamo para John McAlister.

Caminando por la playa con la cabeza cubierta con capucha, parecen druidas entre la niebla.

Han venido a por Ben.

260

Se sientan en la parte de atrás del coche junto a uno de los pistoleros.

A ojos de Chon parece un armario.

O un poli.

—Me importa una mierda de quién seas hijo —le dice—. Como intentes cualquier cosa, te meto dos tiros en la cabeza.

—Tranquilo, Boland —dice John.

—Solo para que lo sepa —dice Boland.

—¿Adónde vamos? —pregunta Chon—. ¿A ver un partido? ¿Al Chuckie Cheese?

—A México —responde John.

261

México, piensa Chon.

Porque hay un límite al número de cuerpos que puedes diseminar por Orange County antes de que la policía acabe por hartarse de verdad y salga en tu busca.

En OC son muy estrictos en lo que a la limpieza de las calles se refiere.

¿En México?

No tanto.

262

Llaman a la puerta de Ben.

Por favor que sea Chon, piensa él.

Va a abrir.

263

Lado está atravesando el aparcamiento de gravilla hacia su coche cuando Magda surge de entre las sombras y le agarra del codo.

—Lado —dice—, necesito que hagas algo por mí, ¿por favor?

264

Es O.

De pie bajo la lluvia.

El pelo mojado, el agua

fluyendo sobre su cuello.

Lágrimas en sus ojos azules.

—¿Puedo…?

—Entra —dice Ben.

265

—No tengo ningún sitio —dice O.

—No pasa nada.

—No tengo adonde ir.

—Todo irá bien —dice Ben—. Puedes quedarte aquí.

La atrae hacia sí y la estrecha entre sus brazos.

266

Llegan a la frontera.

(Ya, bueno, como todo el mundo, antes o después.)

—No hagas gilipolleces —dice John.

Un poco tarde para dar consejos paternales, piensa Chon, pero sabe a lo que se refiere. Si hubiese un momento propicio para intentar escapar, sería este. Podría ponerse a gritar en pleno control, rodeado por agentes de la Patrulla Fronteriza cargados de armamento, y ni John ni los dos matones podrían hacer nada para evitarlo.

—Tu amigo Ben sigue con vida —dice John—. Haz alguna estupidez y dejará de estarlo.

Ese es mi padre, piensa Chon.

Un verdadero Boy Scout.

Siempre preparado.

267

—Resulta que Patterson no es mi padre —dice O.

—Lo siento.

—Oh, la cosa mejora —O le da una calada al porro, retiene el humo y después exhala con—: Mi verdadero padre fue un tipo llamado, esto te va a encantar, «Doc Halliday», el cual, agárrate los machos, se pegó un tiro mientras yo aún me estaba cociendo en el horno.

—Jesús, O, eso es terri…

Entonces hace la suma.

Sus padres le han dicho que Halliday se suicidó en 1981, pero O no pudo haber nacido hasta…

—¿Cuándo es tu cumpleaños?

—El 28 de agosto, ¿por qué?

—¿De qué año?

—1986. Ben…

Pero Ben ya está marcando el teléfono.

268

Los agentes de la PF les preguntan qué van a hacer en México.

—Una noche de relax con los amigos —dice John.

—No traigan nada a su regreso —advierte el agente.

—No lo haremos —dice John.

Cuando han dejado atrás el control, Chon oye a John murmurar:

—El fin de América.

269

Dennis descuelga el teléfono.

—¿Qué quieres?

—¿Alguna vez has oído hablar de un tipo llamado Doc Halliday? —pregunta Ben.

—Soy agente de la DEA —responde Dennis—. ¿Han oído los jugadores de béisbol hablar de Babe Ruth? ¿Han oído los pistoleros hablar de Wyatt Earp? Por supuesto que he oído hablar de Halliday. ¿Por qué?

Ben se lo dice.

270

Laaaargo
trayecto a través de Tijuana.

Escaso en conversación.

¿De qué tienen que hablar, en realidad?

¿Viejos recuerdos?

¿Los buenos tiempos?

Chon está más pendiente de algo que ha dicho su padre antes, en el tráiler.
No puedo hacer lo que me estás pidiendo que haga
. Y
no estoy diciendo que no quiera, estoy diciendo que no puedo
.

¿Por qué no, papi?

271

Por la vieja carretera que desciende hacia Baja.

Más allá de Rosarito, Ensenada, la vieja ruta de los surfistas.

Hacia el sur a través del desierto.

Iluminado por la luna.

Matojos de artemisas y los

ojos de los coyotes

resplandeciendo verdosos a la luz de los faros.

Una vez aquí, podrían hacerlo en cualquier lugar, piensa Chon, a un lado de la carretera, en cualquier zanja.

Un polvo seminal y un disparo terminal.

Dos proyectiles

En la nuca

El Señor te lo dio y el Señor te lo quitó.

El viejo chiste de Bill Cosby: «Yo te traje al mundo e igualmente te puedo sacar de él».

Simplemente desapareces y eso es todo.

Los cuervos te sacan los ojos y los labriegos te quitan los zapatos y encomiendan tu alma al Señor, pero ¿quién puede decir con certeza que los cuervos no rezan por la carroña? Son las más inteligentes de las aves, quizá la inteligencia vaya acompañada de sensibilidad, quizá se compadezcan de los muertos que les sustentan.

Chon está entrenado para este momento, por supuesto.

Escuela de Escape y Evasión, un nombre tan impregnado de ironía que le entran ganas de llorar. En el preciso instante en que abran la puerta para sacarle afuera, sus reflejos se activarán, pero Chon sabe que sigue débil por culpa de sus heridas, maltrecho tras la pelea con Crowe. Las probabilidades no juegan a su favor, pero aprovechará cualquier oportunidad de llevarse consigo más carne para los cuervos.

Igualmente te puedo llevar conmigo.

El coche sale de la carretera para entrar en un camino de tierra y Chon nota que sus músculos se agarrotan y los obliga a relajarse.

El viejo tiene una pistola que será mía en el medio segundo que me llevará agarrarla. Dispara al pistolero a través del respaldo del asiento, después al conductor, después a John.

Sigue repasando mentalmente esta misma película hasta que acaba por discurrir fluida y perfecta y su cuerpo ha memorizado la secuencia.

El coche se adentra por un camino más estrecho aún y Chon ve un resplandor de luces que debe provenir de una casa. Mientras saltan sobre la pedregosa carretera que corona la colina, ve que en realidad se trata más bien de un complejo.

Una alta pared de adobe atraviesa serpenteando la ladera.

Los pedazos de cristales rotos que rematan la pared reflejan la luz de los focos.

Dos guardas armados, pistolas ametralladoras al hombro, detienen el coche frente a una puerta de madera. El conductor le dice algo a uno de los guardas en lo que a Chon le suena a idioma eslavo y el coche penetra en el complejo.

La casa es grande, de dos pisos, y sigue un diseño mediterráneo rectangular muy básico.

Las ventanas de poniente se asoman desde lo alto del risco directamente al océano.

John sale del coche.

—No intentes ninguna de tus chorradas de las Fuerzas Especiales —le dice a Chon—. Estamos en México. No tienes adónde ir.

Chon no está tan seguro de eso.

No está tan seguro de no ser capaz de matar a los dos tipos del coche, escalar el muro y caminar ciento cincuenta kilómetros a través del desierto de Baja.

El principal problema es Ben.

Prácticamente un rehén.

Quizá O también, si es que está con él.

Chon observa a su padre entrar en la casa.

272

—Leonard —dice Dennis—, ¿tu colega Chon tiene móvil?

Ben no responde.

—Jesús —dice Dennis—, por una vez en la vida, confía en alguien. Aunque sea agente de la DEA. ¿Tiene móvil o no?

Ben no da nombres.

Da números.

273

Otro guarda abre la puerta para John.

John entra en el vestíbulo al mismo tiempo que

Doc desciende las escaleras.

Sí, Doc.

LAGUNA BEACH
1991
274

John pasea por Ocean Avenue en dirección a la playa y se siente raro.

Raro por ver el océano, raro por caminar por el exterior y no ver espirales de alambre de espino ni torres de vigilancia, raro por no tener que preocuparse de quién camina a sus espaldas ni de qué podrá querer.

Diez años en la penitenciaria federal de Indiana y ahora está de vuelta en Laguna.

Un hombre libre.

Diez años de una sentencia de catorce antes de recibir el indulto, pero ahora está fuera. Sin agentes de la condicional ni mierdas por el estilo. Nadie a quien informar cada vez que quiera beberse una cerveza o echar una cagada.

Se dirige hacia la torre del salvavidas, después paseo marítimo arriba.

Roger Bartlett ya está allí.

—Hola, John —dice Roger—. Bienvenido a casa.

—Sí.

—Y gracias por reunirte aquí conmigo —dice Roger—, en vez de en el despacho.

Ya, piensa John, con la moral tan sensible que tienen los bancos, y suelta un bufido.

—Hemos metido dinero hasta en el último banco de Newport, Laguna, Dana Point, donde quieras. Joder, tenía quince años cuando empecé a entregarles bolsas llenas de efectivo a gilipollas como tú. Nadie se quejó nunca. Si no hubiera sido por nosotros, jamás habríais tenido fondos para los préstamos.

Nosotros levantamos esta ciudad con mierda y rock-and-roll.

Construyeron un buen pedazo de Laguna gracias a la droga. Efectivo que entraba en los bancos y salía como hipotecas para casas, tiendas, negocios. La ciudad ha seguido creciendo a buen ritmo durante los diez putos años que John ha pasado en el trullo por vender algo que todo el mundo quería comprar.

Vuelve a casa y se encuentra a un desconocido de catorce años sentado en el sofá, Taylor le arroja las llaves, le dice:
Ahora es tu hijo
, y sale por la puerta. No ha vuelto desde entonces y ya han pasado dos semanas.

John miró al crío y dijo:

—Hola, John.

El crío respondió:

—Me llamo
Chon
.

Encima de gilipollas, chulo.

Gracias por todas las postales, cartas y visitas,
Chon
.

Por supuesto, John culpa a Taylor. Le pidió el divorcio cuando llevaba año y medio en la trena. Él firmó los papeles. ¿Qué más daba?

Ahora mira a Roger, que parece un poco nervioso, un poco inquieto, y dice:

—Quiero mi dinero.

—Está todo ahí para ti, John —dice Roger rápidamente—. Ha ido generando intereses, muy bien invertido.

—¿Cuánto?

—Cincuenta y dos mil.

—Más te vale que las próximas palabras que salgan de tu boca sean «Feliz día de los inocentes», hijoputa.

—¿Crees que los indultos salen baratos? —pregunta Roger—. Compruébalo con Meldrun, tiene anotada hasta la última puta hora. Eso por no mencionar jueces, congresistas. Todo el mundo tiene la mano extendida. ¿Y Taylor? ¿Crees que no aparece semana sí, semana no? Y nunca dos veces con el mismo vestido, por cierto. Joder, yo que pensaba que mi mujer compraba demasiado. Además tienes un hijo, John, que estudia en una escuela privada…

—Ya, bueno, todo eso se va a acabar.

—Pues muy bien —dice Roger—. Pero he hecho todo lo posible por ti. Todos lo hemos hecho. Eres libre. Disfruta de la vida.

—Sácalo todo.

—John, no te conviene…

—Sácalo todo.

275

John se muda a una casa más pequeña y matricula a «Chon» en una escuela pública.

Después sale en busca de un viejo amigo y vuelve a introducirse en el negocio de la marihuana. Contacta con otro antiguo asociado al que entrega treinta mil dólares como anticipo y garantía a cambio de trescientos de los grandes en producto.

Other books

Night Gate by Carmody, Isobelle
Wolf Hollow by Lauren Wolk
Chemistry Lessons by Rebecca H Jamison
Yarned and Dangerous by Sadie Hartwell
His Very Own Girl by Carrie Lofty
A Hasty Betrothal by Jessica Nelson