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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Los reyes de lo cool (29 page)

Sin embargo, lleva tiempo distribuir semejante cantidad.

Tiempo volver a hacerse con el mercado.

Tres semanas después de que John hubiera empezado a vender drogas de nuevo, Chon iba caminando por Brooks Street cuando un coche se detuvo a su lado y un tipo le dijo que subiese. Se lo llevaron a un viejo rancho en Hemet y lo retuvieron allí hasta que John pagó lo que debía.

Trescientos mil dólares.

Chon estuvo allí todo un mes y se lo pasó bastante bien ojeando ejemplares de
Penthouse
, rateando petas y conduciendo un quad, después Gran John apareció para recogerlo personalmente.

—¿Ves cuánto te quiero? —preguntó John cuando ambos estuvieron en su coche.

—¿Ves cuánto me importa? —respondió Chon, alzando el dedo medio.

Gran John le dio una bofetada en la cara.

Fuerte.

Chon ni siquiera parpadeó, joder.

Una semana más tarde, John va caminando por la calle cuando un coche se detiene a su lado, le dicen a
él
que suba y se lo llevan a México.

276

Dejan atrás TJ, Rosarito y Ensenada, y siguen descendiendo por la península de Baja hasta llegar al culo del mundo.

John piensa que va a recibir un balazo en la nuca, pero entonces ascienden una colina, superan la cima y aparece una gran casa rodeada por una pared de adobe y cruzan la puerta para entrar en el complejo.

Por la puerta sale Doc.

Sin camiseta, pantalones holgados de algodón, huaraches.

Abraza a John como a un hijo largo tiempo extraviado.

—Podías simplemente haber llamado —dice John.

—¿Habrías venido?

—No.

—Eso pensaba yo.

Doc tiene buen aspecto para estar muerto. Algunas canas en el pelo, que ha retrocedido un par de centímetros sobre su frente. Hace más de diez años que John no lo veía, desde el fingido suicidio de Doc y su desaparición en el «programa».

—Pensaba que estarías vendiendo planchas de aluminio en Scottsdale —dice John.

—A tomar por culo esa mierda —dice Doc—. A la primera oportunidad me di el piro y me vine aquí. La libertad es un bien preciado, hijo mío.

—Dímelo a mí —dice John—. Me vendiste, Doc.

Doc niega con la cabeza.

—Te
protegí
. Bobby, todos aquellos capullos iban a matarte. Te saqué de allí y te metí en un lugar seguro.

—Diez
años
, Doc. Mi mujer se ha ido, mi hijo es un desconocido…

—De todas formas nunca quisiste tenerlos a ninguno de los dos —dice Doc—. Sé sincero.

—¿Qué quieres, Doc?

—Quiero ayudarte —dice Doc—. Compensarte.

—¿Cómo?

—Mantuviste la fe, Johnny —dice Doc—. Eres como de mi propia sangre. Quiero que participes en algo. Joder, necesito que participes en algo.

277

La estás cagando, le explica Doc, volviendo a los viejos métodos. Así fue como nos cazaron, así fue como nos jodieron.

Es un juego para fracasados, siempre acaba igual.

No queremos dedicarnos a la droga.

Queremos dedicarnos al territorio.

278

—¿Para qué me necesitas? —pregunta John cuando Doc ha terminado de explicárselo todo.

—Necesito alguien de quien poder fiarme allá arriba —dice Doc—. Alguien que controle el día a día. Después de todo, yo no puedo volver al norte. Soy un condenado Napoleón aquí abajo.

—Tengo antecedentes —dice John.

—Como John McAlister —dice Doc—. Consigue una nueva identidad. Consigue cinco, ¿a quién le importa? No es tan difícil. Monta un negocio fachada, para que parezca que tienes un empleo legal, y pasa desapercibido. John, estamos hablando de muchísimo dinero.

—¿Y cómo te hago llegar el dinero a ti? —pregunta John—. No puedo andar yendo y viniendo de México sin llamar la atención.

—El sistema está completamente organizado —dice Doc—. Habrá una especie de junta directiva, ya sabes, parte de la vieja «panda», para la toma de decisiones importantes. Pero tú serás el presidente en activo. Está todo preparado. Lo único que tienes que hacer es apuntarte.

John se apunta.

279

Tan pronto como el coche de John se marcha, Emily sale de la casa. Está preciosa con su caftán blanco de flores bordadas, la larga melena, los pies descalzos.

—¿Qué ha dicho? —le pregunta a Doc.

—¿Tú que crees? —pregunta Doc.

Emily menea la cabeza.

—¿Qué?

—No me gusta —dice Emily—. Nunca me gustó.

—Yo le amo —dice Doc—. Es como un hijo para mí.

—Ya tienes una hija.

—A la que nunca veo.

—No pienso vivir en México —dice Emily—. Me volvería loca.

—Me gustaría verla alguna vez.

—Es mejor así —dice Emily—. Pronto tendré que volver. ¿Entramos?

Vuelven al interior de la casa y suben al dormitorio en el primer piso. Las persianas están echadas y los espesos muros lo mantienen relativamente fresco.

Aun así, acaban empapados en sudor mientras hacen el amor.

BAJA 2005

Bueno, papá, ve a acostarte, se está haciendo tarde, nada de lo que digamos podrá cambiar nada ya.

B
RUCE
S
PRINGSTEEN
,

«Independence Day»

280

La estancia es grande y está encaramada sobre un risco con vistas al océano.

Haces de luces iluminan la playa y los rompientes.

Un sendero discurre desde el complejo hasta la playa y John ve una hilera de tablas de surf apoyadas contra la pared de la terraza.

Doc lleva una camisa hawaiana sobre un viejo par de pantalones cortos militares y huaraches. Gorra de béisbol, a pesar de que es de noche.

Es vanidoso, piensa John, pretende cubrirse las entradas.

—¿Qué tal va la vida? —pregunta John.

—Mi vida es la de siempre —dice Doc—. La de un exilio lujoso. Hago surf, pesco, preparo los peces a la parrilla, veo serie mexicanas de mierda, me acuesto. Todas las noches me levanto como poco una vez para mear. No te voy a preguntar qué tal te va la vida a ti.

—Las cosas se han salido un poco de madre.

—¿No jodas? —dice Doc.

Doc tiene un profundo bronceado que parece más oscuro en contraste con su pelo blanco como la nieve. Le llega hasta los hombros, pero sigue siendo blanco. Arrugas marcadas en el rostro, arrugas marcadas bajo los ojos de tanto entornarlos por el sol. Parece un viejo vagabundo del surf.

—Ahora mismo ya tengo problemas de sobra aquí abajo —dice Doc—. Todo este jodido asunto con el cartel.

—Sigo pensando que fue un error ponernos de parte de los Berrajano.

—Van a ganar —dice Doc—. Y yo tengo que vivir aquí, al margen de quien se siente en el puto trono. ¿Quieres un refresco? Tengo Pepsi light y Coca-Cola light.

—Estoy bien.

—¿Cuándo empezó a decir eso la gente? —pregunta Doc, acercándose a la nevera y sacando una Coca-Cola light—. «Estoy bien», en vez de «No, gracias».

John no lo sabe. Tampoco le importa.

Doc abre la lata y echa un trago largo. Después se sienta en el sofá y dice:

—Vivimos buenos momentos, ¿verdad, Johnny?

—Sí, Doc. Así fue.

—Qué tiempos, aquellos —dice Doc, meneando la cabeza, sonriendo—. Los
buenos
tiempos. Tu hijo, cómo le llaman…

Chon.

281

—¿Qué pasa, que «John» no era lo suficientemente bueno para él? —pregunta Doc.

—¿Recuerdas los sesenta? —pregunta John—. Todo el mundo era «Arcoíris» y «Rayo de Luna».

—No estamos en los sesenta —salta Doc—. Estamos en el dos mil puto cinco y, al margen de cómo coño se llame, tu chico es un problema. Deja que te diga una cosa: estoy decidido a pasar mis últimos años sorbiendo combinados en la playa mientras veo ponerse el sol, no en una celda en Pelican Bay.

—Ya le he dicho que se mantenga al margen.

—Esta noche ha matado a dos de los nuestros —dice Doc—. ¿A ti te parece que eso es mantenerse al margen?

—Nos ha ahorrado las molestias.

—Aun así eran de los nuestros —dice Doc—. No podemos permitir que la gente crea que se puede hacer algo así sin consecuencias.

Doc se termina el refresco, aplasta la lata en su manaza y la arroja al interior de un pequeño cubo de plástico con el logo de reciclaje.

—Sabes lo que debe hacerse.

—Estamos hablando de mi
hijo
, Doc.

—Por eso quería hablar contigo —dice Doc—. Para tantear, ya sabes, cuál es tu postura en todo esto.

—¿Qué quieres, que te dé permiso?

—No necesito tu permiso, Johnny —dice Doc, lanzándole una mirada de advertencia—. Va a pasar. La única duda es si solo les va a pasar a él y a su amiguito o también a ti.

John se limita a observarle en silencio.

—No te estamos pidiendo que aprietes el gatillo —dice Doc.

John se lo queda mirando de hito en hito un par de segundos, después se levanta.

—Ni siquiera estoy del todo seguro de que sea hijo mío —dice.

Y se marcha.

282

De todas las bromas pesadas que se saca Dios de la manga en el Antiguo Testamento, la de Abraham e Isaac es la que se lleva la palma.

Los ángeles acabaron todos revolcándose por el suelo.

Suplicando

Basta. Me duele el pecho. Basta
.

283

John abre la puerta del acompañante y dice:

—Alguien quiere hablar contigo, ver si podemos llegar a un acuerdo —dice John.

Guía a Chon hasta el interior de la casa.

Boland entra con ellos.

284

Para Chon, Doc Halliday tiene el mismo aspecto que cualquier otro capullo maduro de esos que se pasan el día en la playa con la vana esperanza de ligarse a una jovencita.

—Creía que estabas muerto —dice Chon.

Doc sonríe. Mira a John y dice:

—¡Ya lo creo que es tu puto hijo!

John asiente.

—Quiero que dejes en paz a mi amigo —dice Chon—. No puede hacerte ningún daño.

Doc pega su cara a la de Chon. Le mira durante largo rato a los ojos y después dice:

285

INT. COMPLEJO MEXICANO DE DOC — NOCHE

DOC

Mira, chaval, te he traído hasta aquí abajo para intentar hacerte entrar en razón, porque quiero a tu padre. Cuando él sufre, yo también, ¿comprendes?

Chon no responde.

DOC

Así que, si eres capaz de mirarme a la cara y
prometerme
que te mantendrás al margen y que te
olvidarás
de todo esto, entonces vaya con dios.

CHON

¿Y qué pasa con Ben?

DOC

¿Qué pasa con quién?

Chon le mira sin responder.

DOC

Entonces, ¿qué me dices, hay trato? Te estoy dando el regalo de la vida, chaval.

CHON

Ahórratelo.

286

Doc se vuelve hacia John, se encoge de hombros y dice:

—A lo mejor tienes razón. A lo mejor no es hijo tuyo.

—No, sí que lo es.

John saca su pistola y le pega un tiro a Doc a bocajarro en la frente.

287

En palabras de Lenny Bruce: «Por el retrete que vas. Y esta vez
de verdad
».

288

Doc se tambalea un segundo.

Una estatua derribada de su plinto

Después cae

Y mientras se viene abajo

Boland saca su Glock para borrar a John de la faz de la tierra.

Y eso haría, solo que

La estancia queda repentinamente a oscuras.

Solo hay

Negrura y caos.

289

Caos
. m. del griego
kaos
: Estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la creación del universo.

290

Lo primero que hacen los hombres de Lado, policías bien entrenados del Estado de Baja que conocen su trabajo, es reventar el generador, sumergiendo el complejo en la oscuridad y dejando como única luz la proyectada por las linternas de sus cascos y por las mirillas telescópicas de visión nocturna de sus rifles mientras sus compañeros abren un agujero en la pared del complejo.

Después avanzan en dos equipos que se cubren mutuamente, recorriendo trechos cortos mediante rápidas carreras zigzagueantes.

Esta no es una guerra en la que se tomen prisioneros, sino una guerra en la que las entrañas de dichos prisioneros son utilizadas como tablón de anuncios. De modo que, aunque a los hombres de los Berrajano que defienden el complejo no se la podía traer más floja el bienestar de Doc, sí que les preocupa el suyo, de modo que pelean como furias.

Y son buenos.

Todos son veteranos de la prolongada guerra de las drogas librada en México y algunos han combatido además en conflictos como el de Bosnia, Congo, Chechenia. Son, en resumen,
supervivientes
, y ahora pelean para sobrevivir, para ver terminar otra noche, para tomar otro desayuno, fumar otro cigarrillo, follar con otra mujer, abrazar a sus hijos, beberse una cerveza, ver un partido de fútbol, sentir el sol en la cara, simplemente para superar esta oscura y fría noche.

Lado tiene otras ideas.

Otras órdenes.

Matar al hombre llamado Doc que aprobó el asesinato de Filipo.

Aniquilar a los Berrajano que le protegen.

Dejar un mensaje.

Da órdenes secas, pero sabe que son superfluas: sus hombres conocen su trabajo, han llevado a cabo docenas de misiones como esta, se mueven en grupos reducidos disparando ráfagas cortas y eficientes, y el oído entrenado puede distinguir entre ambos bandos según los patrones de fuego, ya que los Berrajano disparan desde lo alto del muro y saltan al exterior para intentar atravesar el chaparral hasta alcanzar un lugar seguro, mientras otros se retiran al interior de la casa y disparan desde las ventanas, con la esperanza de convertir la vivienda en un fuerte en el que poder resistir.

Lado no tiene intención alguna de permitirlo. No está dispuesto a aceptar bajas innecesarias, pero sí aceptará las inevitables, así que ahora envía hombres corriendo hacia la puerta con cargas explosivas. Dos de ellos caen en el espacio expuesto frente a la entrada, pero uno consigue llegar, deja la saca con la carga y se aleja arrastrándose por el suelo como un cangrejo, protegiéndose la cabeza con las manos cuando el explosivo detona y astilla la pesada puerta de madera.

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