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Authors: Pablo Tusset

Tags: #humor

Sakamura, Corrales y los muertos rientes (11 page)

Naturalmente, cada vez más vecinos y cada vez más alarmados, siguieron llamando al número de la Policía Municipal, que recibía noticias contradictorias sobre el lugar exacto donde se había producido el accidente fue en realidad eran tres aparentes accidentes—. Con todo, dos patrullas consiguieron llegar a dos de los puntos de choque: el del Porsche y el del Jaguar, vehículos que, contra toda lógica, aparecieron vacíos de ocupantes. Pero como ningún coche patrulla pudo recorrer la zona de callejas que había que dado aislada entre los dos accidentes, nadie de la Policía Local —ni de los
Mossos
que acudieron poco más tarde— tuvo oportunidad de estorbar el trabajo de los Encapuchados en la calle de la Gallineta, donde se habían reunido de nuevo los seis para completar la acción.

Emplearon en ella apenas cinco minutos, debidamente filmados en vídeo por el Encapuchado n.° 4. Una vez inutilizada la persiana, hubo que entrar con una linterna para localizar el Reconector. Visto que no estaba ni en la recepción, ni en el despacho, ni en ninguna de las tres pequeñas aulas, sólo podía hallarse en la única habitación que permanecía cerrada bajo llave. La descerrajaron, entraron, envolvieron eso que parecía una impresora láser en una bolsa de basura industrial, y, entre dos, cargaron con ella hasta acomodarla en el portaequipajes de la furgoneta. Luego pintaron con espray de color negro el símbolo de los komandos de IKEA —un orinal del que salían tres rayitas que indicaban abundante olor— e iniciaron la retirada.

La exquisitez del plan consistía en haber elegido los puntos de choque de los dos coches de tal modo que, atendiendo a las distintas direcciones permitidas o prohibidas, ningún vehículo policial pudiera llegar a la calle de la Gallineta, y sin embargo la furgoneta sí pudiera salir. Sólo fue cuestión de seguir el trayecto previamente estudiado y trazado por el Encapuchado n.° 6 sobre el mapa para que, exactamente a las 2.07 de la madrugada, la furgoneta con los seis Encapuchados y el Reconector requisado salieran de la población en dirección sur.

Según informaba el Google Maps, a una media de 110 km/h, les quedaban 7 horas de viaje hasta Madriz conduciendo en turnos cronometrados de 70 minutos.

—Coño, nos hemos dejado las latas de atún en el Jaguar dijo n.° 2.

A pesar del descuido, les alegró bastante el viaje el cheque de 100.000 euros que la Encapuchada n.° 1 se sacó de un bolsillo y que fue pasando de mano en mano.

Cuatro

En el silencio nocturno de los barrios altos de Can Fanga empezó a sonar un estridente politono:

La gallina ha dit que no. / Visca la revolució.. . —Qué hay —contestó sobresaltado el
President
, que a las seis y media de la mañana solía dormir. —Andreu, soy yo —contestó la voz del
Conseller
de Presidéncia.

—Qué collons passa, ara...

—Malas noticias... Un comando de Innombrables ha robado el Reconector...

El
President
se incorporó, puso los pies en el suelo y buscó el interruptor de la lamparita antes de preguntar.

—¿Qué... ?

—Me acaba de llamar el Cap dels
Mossos
... En Calabella, esta madrugada..., han estrellado una furgoneta contra la puerta de la escuela donde lo tentamos y se lo han llevado...

—No puede ser: dime que estoy soñando y eres un cony de pesadilla: esto lo estoy oyendo porque me han sentado mal los mejillones de la cena...

—Espera a ver las noticias: a los periódicos no les ha dado tiempo de incluir la información antes de cerrar, pero las televisiones van a sacarlo ya, me lo ha confirmado el jefe de prensa dels
Mossos
.

Al
President
, aunque la magnitud de la noticia había conseguido despejarlo ipso facto, le costó un poco no perder la calma y ordenar sus ideas:

—Pero las televisiones no saben que existe el Reconector, luego no pueden saber que lo han robado, ¿no?, dime que al menos eso no lo saben...

Al
Conseller
también le costó un poco hacerse la composición de lugar.

—No, claro.... Eso sólo lo sabemos tú, yo, y el Cap dels
Mossos
... Lo único que saben los periodistas es que los Innombrables han asaltado una academia de idiomas en Calabella... Uf escolta, pues tienes razón..., por un momento me había acollonit.

—Pues ya puedes seguir acollonit, pedazo de capsigrany: también lo saben los Innombrables, y además tienen la prueba palpable, y eso significa que estamos en sus manos.

—¿Tú crees que nos van a perjudicar?, ¿los vascos?

—Tú fíate de los vascos... ¿No ves que son los que más rabia nos tienen, porque siempre nos dan más estrellas Michelin que a ellos? Éstos son capa ces de irse a
Madrit
con el Reconector y dejarlo caer a la puerta de un Ministerio sólo para tocarnos els collons.

Otro teléfono sonaba en Madriz a las seis y cuarenta minutos de la madrugada:

Bailando / me paso el día bailando / y los vecinos mientras tanto / no paran de molestaaar...

El politono correspondía a las llamadas de urgencia moderada y el Presidente Paquito, que había pasado muy mala noche por culpa de las migas que se había visto obligado a comer en Calatayud, se hallaba tan profundamente dormido que no se despertó ni siquiera cuando el volumen llegó al máximo:

... muevo la tibia y el peroné / muevo la cabeza / muevo el esternón / muevo la cadera siempre que tengo ocasión...

La Primera Dama tuvo que darle varios codazos al Presidente para que éste empezara a manotear tratando de acallar aquel escándalo popero.

Dos minutos más tarde escuchó el «Qué hay de nué, qué hay de nué, qué hay de nuevo, amigos» que anunciaba que había recibido un mensaje de texto. Después, pudo seguir durmiendo.

Sobre las seis y veinte, el alma piadosa de la Mamagayo, como por mal nombre era conocida la veterana encargada del 5.' Avenida, pidió por teléfono un taxi para Corrales, quien, aun habiendo dormido una buena media hora apoyado en el acolchado de sky de la barra, no parecía encontrarse en condiciones de atravesar por su propio pie el centro de Calabella hasta su casa.

Eso le dio oportunidad al cabo de la benemérita de oír el avance de noticias de las seis y media en la radio del taxi.

La emisora sintonizada era en castellano y de ámbito estatal:

«Radio Nacional de Pana: Informativos de la mañana: TINTIRINTINTINTIN. El secretario general del Partido Español por Excelencia, Pepe Luis Fernández Plancha, califica de ridículas e inoperantes las medidas tomadas por el Ministro Pachorra del Cuajo... TINTINTIN. Una célula activa de Innombrables asalta de madrugada una academia de idiomas en la localidad ampurdanesa de Calabella... »

Corrales emergió de su nebulosa espesa y gris para aguzar el oído:

—Sube un poco el volumen, Genaro, haz el favor —le dijo al taxista, que conocía a Corrales desde hacía treinta años y lo había acompañado a casa desde el 5.' Avenida en no menos de otras tantas ocasiones.

«TINTIRINTINTINTIN. Deportes: El tenista Benito Bola de Set gana por decimosexta vez consecutiva el Open de Calahorra... TINTINTIN. El representante del flamante fichaje del Futbol Club Can Fanga Ricardinho anuncia una lesión que le impedirá jugar los partidos de pretemporada...»

—¿Estoy todavía borracho, o han dicho algo de Calabella? —preguntó Corrales.

—Me ca', Corrales, ¿que no t'has enterau de las explosiones o qué? —dijo Genaro, que era oriundo de Pocillos de Albarracín, en esa provincia que también existe.

—Si es que me comí anoche unas angulas que debían d'estar malas y m'he puesto fatal...

Fue entonces cuando Genaro, que no sólo había escuchado los estruendos de la madrugada sino que había tenido oportunidad de charlar de buena mañana con los
Mossos
y la Policía Local —ambos cuerpos frecuentaban el mismo bar que los taxistas, cerca del mercado de abastos—, le detalló a Corrales el episodio protagonizado por el komando de IKEA.

Y Corrales, siempre fiel a su principio de ir a la esencia de las cosas, se quedó con dos conceptos básicos.

Primero: era una notable casualidad que los Innombrables asaltaran justamente la misma academia de idiomas que el Maestro —y él mismo— estaban a punto de investigar a propósito de una serie de muertes misteriosas —aunque, por otro lado, fácilmente explicables por picadura de medusa—. Y segundo: era también una notable casualidad que uno de los coches utilizados para el asalto fuera un Porsche blanco con matrícula andorrana, lo cual le daría sin duda un disgusto a cierta dama de muy buen ver.

Ciertamente el Maestro Sakamura había hecho voto de castidad a los 16 años. Y se había ceñido a él hasta sus 68 que parecían 57. Pero dado que el
Zen
, sin duda debido a la influencia recibida del Tao, es poco dado a los excesos —tanto en la observación de las reglas como en su trasgresión licenciosa—, se permitió un breve periodo de suspensión de la abstinencia entre los 23 y los 24 años.

Por aquellos tiempos, el joven monje budista, diestro en toda clase de saberes ancestrales, fue enviado a una escuela de geishas de Sapporo a fin de iniciar a las mejores alumnas en el sublime arte del tiro al arco, así como en otras avanzadas disciplinas de inspiración
Zen
.

Y hete aquí que las muchachas, ya muy avezadas en otros refinamientos requeridos por su distinguida condición, se mostraron ansiosas de completar su formación en tan elevados rendimientos del espíritu. Así, durante quince meses, el joven monje les enseñó a las geishas todo lo necesario para convertirlas en expertas en meditación, contemplación y tiro al arco, y a cambio las geishas, encantadas, le enseñaron al joven y apuesto monje lo que era canela fina.

Quizá esta remota peripecia sirva para explicar por qué, a las seis y media de aquella mañana de julio, la Agente 69 se hallaba durmiendo a pierna suelta, en diagonal sobre la cama, extenuada, derrengada, exhausta y perdiendo un fino hilillo de baba entre ronquido y ronquido, mientras que el inspector Sakamura, ya vestido, meditado y contemplado, había salido al balcón de aquella misma habitación del hotel Marina Brava para practicar su artes de combate:

—Útuuuuu, assaaaaaa, ishoooooo...

—Válgame el loro, de los payorangers... —exclamó la gitana que vendía ajos en el mercado, paralizada por el grito cuando se dirigía al puesto caminando por la avenida con sus ristras al hombro.

Pero, en el dulcísimo sueño de Jazmín, aquellos alaridos se trocaban, como por encanto, en epifanía de escogido elenco de voces blancas.

—Úpaaaaaa, úpaaaaaa, úpaaaaaa...

Y así su despertar fue indeciblemente deleitoso: un suave nacimiento a la mañana de verano, que ya olía a salitre de mar templado, a milagros de nácar sobre la arena caliente y chorros frescos de crema solar. —Nisiiii, nisüüiyaaa... Óuuu, yóuuu, utaishoooo?

Mientras jazmín bostezaba y se estiraba trazando con su cuerpo una X que ocupaba toda la cama, el inspector Sakamura volvía del balcón dispuesto a humedecer su vieja bayeta para fregar el suelo de la habitación.

—Ah, ji, ji, mucho perdón —exclamó, volviéndose de espaldas para preservar el pudor de la ninfa, al tiempo que su rostro se ponía un poco Gouda.

La ninfa, con el pudor todavía núbil de quien, tras haberlo entregado todo, se retira a un rincón para no dar nada, se envolvió en la sábana bajera hasta componer un crépe suzette alrededor de sus virtudes.

En eso sonó la puerta de la habitación, toc, toc, y de inmediato se produjo un lío de miradas cruzadas entre la ninfa, el inspector y la puerta de la habitación.

—!Tú habla! dijo el inspector dirigiéndose a la puerta, mientras la ninfa se metía en el baño dando pasitos cortos, impedida por el crépe suzette.

—Maestro, soy yo contestó del otro lado la voz un poco afónica de Corrales.

El inspector abrió la puerta: Media camisa fuera.

Barba de rascador de cajetilla de cerillas. Ojeras hasta medio pómulo.

Olor a güisqui. Aliento agrio. Legañas.

Tales eran, por orden de aparición, las primeras impresiones que causaba Corrales, quien, en pocas pero certeras palabras, puso al inspector en antecedentes sobre lo sucedido durante la noche:

—... y se ve que 1'han chafao to'1 morro al Porsche, se lo han llevao al depósito los de la grúa municipal... —¿Porsche?, ¿qué Porsche? —preguntó la ninfa, que había bajado de golpe de su séptimo cielo y asomaba la cabeza por la puerta entreabierta del baño.

Corrales no entendió en primera instancia aquella situación pero al inspector se le puso la cara completamente Gouda y eso le permitió al cabo atar colegas rápidamente.

—Buenos días nos dé Dios... dijo dirigiéndose a jazmín, con una sonrisa lúbrica.

—Mmm, buenos días —respondió la Agente 69, volviendo a su tono habitual—. Oh, lo siento: no he podido evitar escucharle... Decía usted que un Porsche...

—Un Porsche blanco, descapotable y con matrícula andorrana. No creo que haya dos así en Calabella... —explicó Corrales.

—Oh: qué contrariedad —dijo Jazmín, desapareciendo de nuevo tras la puerta cerrada.

Una vez los dos varones volvieron a quedarse solos, Corrales, sin perder su sonrisa lúbrica, hizo gesto de darle un codazo al inspector:

—Maestro, coño, esto sí que es triunfar... Que viva el Japón, me cagüen Blas...

El inspector pasó por un momento del Gouda al Cheddar intenso:

—Ah no, no mucho Blas... —negó modestamente.

—Ya decía yo anoche que la gachí estaba mucho por usté... Anda que no pega, el colega de la vega... —Ah no, yo lava escudilla y friega suelo...

—Ya, ya... Yo también iba a fregar el suelo, con el mocho que tiene ahí dentro...

—Eeeeem, sí... Hoy mucho trabajo, sí: mucha investigación de academia... Tú espera recepción ocho por la mañana —dijo el inspector, haciendo armoniosos gestos de rotación para indicarle a Corrales que debía darse media vuelta y largarse de una puñetera vez. —Bueno, Maestro, la compañía es grata pero me voy pa casa, que usté ya ha mojao pero mi parienta debe de estar a punto de levantarse y si no me encuentra sobando en el sofá me va a tener tres meses a pan y agua...

Como parte final de su aseo matutino, el Presidente Paquito se aplicaba a aspirar suero fisiológico por la nariz para expulsarlo después bruscamente sobre la loza del lavabo, no sin observar fascinado la mezcla de mocos tiernos junto a pequeñas y crujientes postillas que quedaban pegados aquí y allá.

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