Read Sakamura, Corrales y los muertos rientes Online

Authors: Pablo Tusset

Tags: #humor

Sakamura, Corrales y los muertos rientes (9 page)

—Pues..., precisamente te iba a llamar porque me acaban de dar la lista de los voluntarios del Experimento...

—Vale: entonces ahora sólo dime que el Ricardinho no aparece, ¿verdad que no?

—Bueno, literalmente no porque lo de Ricardinho debe de ser un diminutivo... El que sí aparece es un tal Ricardo Betancourt, futbolista...

—La madre que os matriculó... ¿A quién se le ocurrió semejante disparate...?

—Bueno... Había que meter de todo un poco, y Finestralls se empeñó...

El tono del
President
de la Generalitat era ya de franca voz en grito:

—Y quién cony es el
President
del Can Fanga para decidir a quién se mete en un asunto de estas características: aquí el único
President
que vale soy yo...

—Hombre, pensamos que podía ser un buen golpe de efecto: un crack de fama mundial que hablara catalán...

—¿Golpe de efecto?, y si se nos muere de felicidad como los otros tres qué pasa...

—Cuatro... —¿Cómo cuatro?

El
Conseller
informó de las novedades con extrema delicadeza:

—Verás, es que me acaba de llamar el Cap dels
Mossos
... Dice que han encontrado a un suizo muerto en un semáforo de Calabella. Henri Distel, relojero: también está en la lista...

Mare de Déu —clamó el
President
—. O sea, que sólo quedan seis...

—Pues, si no fallan las cuentas... Te leo los nombres de los que todavía no han palmao... Abdalá Hussain, marroquí, pescador en Calabella; Alejandro Sanz..., uy..., ah, no..., menos mal: tranquilo que no es el cantante porque éste es argentino y trabaja en un cybercafé; luego está Isabela Morales, peruana, hace limpiezas en casas particulares; Fabritzia Fiorella, italiana, camarera en una pizzería; Alain Montnoire, francés, pintor, pero no pone si de brocha gorda o fina; y luego el Ricardo Betancourt, futbolista. Todos residen o veranean en Calabella menos éste, que lo llevaron ex profeso para el Experimento.

—Pues que Dios los pille confesados; y a nosotros lo mismo... De momento quiero que los localicéis discretamente y los mantengáis bajo vigilancia, pero sin que se enteren, ¿estamos? Y reza porque la Agente 69 haga bien su trabajo, porque si no ya puedes ir recogiendo los bártulos para irnos a la oposición.

—Mmmm, ha sido usted tan tan amable dijo Jazmín, a punto de montarse en su descapotado Porsche blanco después de que Corrales lo sacara de la plaza, no sin antes rayarle un paso de rueda trasero contra la columna.

—Todavía no le tengo pillada la medida a la trasera, pero ya verá qué pronto me hago con ella... Corrales mantuvo la puerta del conductor abierta en espera de que Jazmín se acomodara en el asiento con las dificultades derivadas de vestir un Dolce & Gabanna tan corto y ajustado, precisamente del mismo blanco magnolia que el descapotable. Una vez observada la maniobra desde su posición de privilegio, Corrales cerró delicadamente la portezuela y, ahora a vista de pájaro sobre el generoso escote, le tendió a Jazmín una de las tarjetas de visita que se había mandado imprimir en letra inglesa hacía más de veinte años:

Rafael Corrales Control de Aduanas

—No pierda mi número —dijo.

—Mmmm, ¿de verdad puedo llamarlo más tarde si le necesito para aparcar? —dijo Jazmín, alzando la grupa para alcanzar a meter la tarjeta en la guantera y, de paso, dejar constancia de la turgencia de sus nalgas.

—Señorita: mi aparato ya está impaciente por recibir su llamada.

—Oh: es usted tan tan solícito... Les veré entonces más tarde —dijo la Agente 69 mirando sólo un momento al inspector y dejando caer los párpados vertiginosamente.

Cuando los 300 caballos blancos del Porsche relincharon subiendo la cuesta hacia la calle, tanto Corrales como el inspector Sakamura se quedaron unos segundos observando su trasera con matrícula andorrana.

—Buá: le he visto toa la blonda de las bragas... —Una cosa sola: ¿qué cosa es Bra Ga?

—Pues como los calzoncillos pero pa taparse el chochete...

—Aaaah... Una cosa sola: ¿qué cosa es Cho Che Te?

—Joder, Maestro, parece que haya aprendido usté español con las instrucciones de un televisor... El chichi, la almeja. —Se situó el índice y el corazón sobre la boca e hizo vibrar la punta de la lengua entre ellos.

—Ah, sí: mucho chochete español... —dijo el inspector enrojeciendo un poco bajo su piel amarilla, lo que terminó por darle a su cara redonda el tono anaranjado de un queso Gouda.

—Pero éste no es chochete cualquiera: ésta es una hembra fina y con clase, no como esas guarras que enseñan las domingas en la playa. Pa chingar con una mujer así tiene uno que quitarse hasta los calcetines... En tan animada charla, subieron hasta la calle y, antes de entrar en la recepción del hotel en busca del ascensor, repararon en que la avenida estaba cortada en dirección a la playa y el cruce con el paseo había sido vallado y encintado por los
Mossos
.

—Qué ha pasao ahí fuera, que han cortao la calle —le preguntó Corrales al recepcionista.

De este modo, tanto el cabo como el inspector Sakamura, supieron que habían encontrado a un cliente del hotel muerto en su coche mientras esperaba la luz verde en el semáforo. Según el recepcionista, se trataba de un señor suizo muy limpio y muy educado que pasaba quince días en Calabella todos los veranos y que, antes de marcharse de vuelta a Ginebra, dejaba una generosa propina para el personal y reservaba la misma habitación para el año siguiente. Una pena.

—Joder con las medusas —dijo Corrales—, ¿también ha aparecido riendo?

Pero el inspector Sakamura no dio tiempo a que el recepcionista respondiera:

—Yo puede ver habitación ahora, ¿sí? —le preguntó, al tiempo que, por arte de birlibirloque, sacaba su placa de la Interpol.

El joven titubeó un poco y alternó la mirada entre la placa dorada y Corrales, que no parecía tan importante como el inspector pero era conocido como guardia civil en todo el pueblo.

—Tranqui, tronco, que aquí el Maestro tiene permiso del Ministerio del Interior pa investigar lo que quiera.

Después de aguardar unos minutos a que llegara el jefe de seguridad y los acompañara a la habitación, el inspector tuvo oportunidad de comprobar que, en efecto, el muerto suizo también leía El Pum Diari y subrayaba en él algunas palabras —buscando al azar entre las páginas encontró malifeta(
Tropelía
) y plujims(
Lloviznas
)—. Pero no sólo eso: en el escritorio, junto a la publicidad de una pizzería con servicio a domicilio, otra de una sauna en Can Fanga y algunos folletos de cruceros de corto recorrido, encontró una tarjeta de la Académia Costa Brava idéntica a la que les había mostrado la viuda del cetáceo.

Entretanto, Corrales se entretuvo curioseando los cosméticos del baño y la ordenadísima ropa del armario, y después hojeando una revista en cuya portada venía retratado un joven de piel bronceada y tensos abdominales.

—Una cosa sola —preguntó el Maestro—: ¿qué cosa es malifeta? Una otra cosa sola, ¿qué cosa es plujims?

—Malifeta es mayormente mariquita, y pluyim que tiene mucha pluma...

—¿Y esta mierda es la Costa Brava?, pues no es poco más brava en Zarauz... —dijo la Encapuchada n.° 1 en cuanto la furgoneta que habían tomado prestada en Can Fanga enfiló el paseo Marítimo de Calabella.

No les costó localizar el céntrico hotel Marina Brava, aunque el dispositivo policial del cruce con la avenida les obligó a quedarse detenidos un buen rato, hasta que llegó el juez con su Vespino, dio permiso para retirar el cadáver del relojero suizo, y los de la grúa se llevaron su Escarabajo al depósito municipal.

Habían reservado con antelación tres habitaciones dobles y una plaza de aparcamiento para la furgoneta, pero apenas se entretuvieron unos minutos en el hotel para remojarse la piel bajo las barbas postizas y, enseguida, los seis salieron a la calle para hacer una exploración previa del terreno de operaciones.

La información de la que disponían gracias a las células informadoras de los Innombrables era precisa: tenían un número y una calle.

Encontraron la calle sin problemas gracias a un plano del pueblo que les proporcionó el recepcionista del hotel; sin embargo, no fue tan fácil localizar el número correspondiente a la Académia Costa Brava. Cuando al fin se les ocurrió rodear el viejo cementerio y dieron con ella, siempre siguiendo las instrucciones del cerebro de la célula, probaron la solidez de la persiana cerrada, midieron la anchura de la calleja, y se fijaron en las direcciones de tráfico de las vías adyacentes, todo lo cual fue cuidadosamente apuntado en una libreta Moleskine por el Encapuchado n.° 4, que como era el tímido del Komando tenía mejor letra.

Media hora después, se adentraron en el barullo de la calle Mayor, repleta de turistas recién levantados de la siesta, y se sentaron en la terraza de una cafetería junto al ayuntamiento. Allí, mientras el Encapuchado n.° 6 se enfrascaba en la libreta y el plano para estudiar diversos recorridos y puntos críticos de corte de tráfico, sus cinco compañeros tomaron un piscolabis a base de enormes gambas de Calabella pasadas por la plancha.

—Psé, se pueden comer... —dijo la Encapuchada n.° 1 chupando una cabeza y tratando de no mancharse mucho la barba postiza.

Cambió de opinión en cuanto el camarero les trajo la cuenta.

El
President
de la Generalitat recibió aquella misma tarde noticia telefónica de las autopsias del holandés y el alemán. El resultado era el esperado: ligeramente altos niveles de radiación y descomunal cantidad de endorfinas en sangre. Sin novedad respecto al caso de la inglesa.

Después de colgar, estuvo unos minutos pensando y tamborileando con la caja de Aeroret sobre su mesa de despacho. Pero no se le ocurrió otra medida preventiva más que llamar a Finestrals, el presidente del Futbol Club Can Fanga.

—Josep Maria, soy Andreu...

—Hombre: qué tal, colega —respondió el presidente del club, que gustaba de homologarse con el
President
de la Generalitat.

—¿Dónde estás, podemos hablar en privado? —Sí, estoy en la piscina de casa, en Sant Cugat... —Es que preferiría no ser muy explícito por teléfono...

—Qué pasa...

—De momento nada que tenga que preocuparte, pero me temo que podría pasar algo gordo... Vosotros ya le habéis hecho la revisión médica al Ricardinho, ¿no?

—No jodas, Andreu: uno no paga 50 millones de euros por un delantero sin hacerle una revisión... —Y es una revisión completa, con análisis de sangre, y eso...

—Buf me parece que hasta les hacen un tacto rectal...

—Y qué, estaba bien... Collonut. ¿Por qué lo preguntas?

—Pero eso fue antes de..., bueno, de que lo llevarais de visita a Calabella por lo del Experimento aquel, ¿verdad?

—Pues..., me parece que sí... Sí, claro: cuando fuimos a Calabella ya teníamos firmado el contrato...

—Merla exclamó el
President
.

—Qué pasa... —exclamó el otro
President
. —Que la hemos cagao. Te lo contaré en persona, tenemos que vernos cuanto antes. Oye, ¿tenéis algún médico de confianza en el Can Fanga?

—No jodas, Andreu: ¿tú te crees que llevamos a los cracks al médico del seguro?

—Pues llámalo, me parece que vamos a necesitarlo.

Más que nada para hacer tiempo, la Agente 69 se había acercado en su Porsche magnolia a Platja d'Anell, donde tenían tienda algunos distribuidores internacionales de armamento ligero. Allí tuvo oportunidad de reforzar su arsenal ofensivo con una barra de labios de precisión, varios cosméticos de corto alcance, y un uniforme de combate Victoria's Secret con transparencia reforzada. Después dejó caer las bonitas bolsas de papel charol en el asiento trasero y entretuvo la vuelta a Calabella humillando a un Z4 amarillo cuyo conductor, un sesentón teñido con Just For Man, se había empeñado en impresionar con su pilotaje deportivo a la dama del Porsche.

Llegada a la altura del hotel Marina Brava, paró el motor en medio del carril con el consiguiente corte del tráfico que venía detrás, y encendió todos los intermitentes. Unos segundos después, cuando ya se había organizado un considerable guirigay de bocinazos, sacó la tarjeta de visita de la guantera y le hizo una llamada a Corrales:

—Mmmm, ¿Rafael? ... Oh: estoy en un aprieto horrible. Sí: me he pasado la entrada al parquin y al poner la marcha atrás se ha calado el motor: temo que ahora no hay forma de arrancarlo y he provocado un atasco terrible. [...] Sí, aquí, a la puerta del hotel. [...] Oh: por favor, se lo agradecería tanto tanto. [...] No tarden, creo que voy a enloquecer con todas estas bocinas sonando...

Tanto Corrales como el inspector Sakamura se hallaban en el momento de la llamada terminando de inspeccionar la habitación del relojero suizo. Natural mente, ambos salieron disparados hacia la calle para prestar socorro a la indefensa dama, quien, siempre a motor parado, ya había pisado repetidamente el acelerador hasta asegurarse de anegar de gasolina los delicados sistemas de inyección del deportivo.

Cuando Corrales salió a la calle y se hizo idea de la situación, se ocupó de descongestionar la fila de coches que se había formado detrás del Porsche, como en sus mejores tiempos de joven guardia civil de Tráfico. Mientras tanto, el inspector Sakamura abrió la portezuela para ayudar a salir a la perfectamente desvalida Jazmín y ponerla a salvo sobre la acera, lugar hasta donde la guió sosteniendo su mano sobre el antebrazo como en una delicada danza versallesca. Y el recepcionista del hotel, que no se resistió a la tentación de revolotear alrededor de aquella huésped tan poco común, también salió a la calle para prestarse a confortarla con Agua del Carmen, esparadrapo esterilizado o cualquier otra cosa que pudiera hacerle olvidar el mal rato.

Corrales, entre orden y orden a los conductores, comprobó desde la calzada que al girar la llave del Porsche funcionaban la batería y el motor de arranque, aunque no llegaba a ponerse en marcha. Sin duda estaba ahogado de gasolina, de modo que se acercó un momento a la acera para dar un diagnóstico experto y tranquilizador:

—Esto va a ser mayormente la succión del comon rail primario, que a veces hace contacto con la distribución de los inyectores y dificulta el aquaplanin. Pero no se preocupe usté que en cinco minutos se lo arranco.

—Oh: estaba tan tan asustada.

Después de unos pocos minutos en los que volvió al centro de la calzada para seguir gobernando a vehículos y peatones con enérgicos gestos, Corrales probó a girar de nuevo la llave y el poderoso motor volvió a ronronear como un gato doméstico.

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