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Authors: Pablo Tusset

Tags: #humor

Sakamura, Corrales y los muertos rientes (5 page)

El inspector Sakamura advirtió con satisfacción que todo guardaba armonía. El amplio sofá de cuero marfil estaba en el Lado de la Tortuga, con la espalda bien protegida por una sólida pared y la entrada a la vista, aunque —con muy buen criterio— el mueble no apuntara directamente hacia ella. El equipo de música y el televisor estaban en el Lado del Dragón, que simboliza el agua corriente y por tanto se aviene con los elementos móviles y aparatos electrónicos. En el Lado del Tigre estaba la cristalera de salida a la terraza, desde la que felizmente no se distinguía ningún árbol, ni antena, ni elemento puntiagudo alguno que envenenara la serenidad de la estancia. Y por último, la zona del Ave Fénix era convenientemente espaciosa y permitía que el yin y el yang se reencontrasen sin tensiones. Por otro lado, los cinco elementos —agua, fuego, madera, tierra y metal— tenían suficiente presencia simbólica en los diferentes materiales de la decoración, si bien el único objeto estrictamente ornamental era un sencillo y elegante arreglo de flor cortada que reposaba sobre el aparador del Lado del Dragón, junto a unos periódicos perfectamente ordenados que el inspector observó atentamente.

—Ah, buen ikebana, sí —dijo después, alejándose un poco del mueble para admirar mejor las flores—. ¿Hace tú sola?

—Sí, m'agrada molt —contestó la viuda, esforzándose en sonreír en correspondencia al amable tono del inspector—. En Jolanda yo estudia floristería, sí, en Amsterdam, Japanise Stile, sí...

—Aaaah...: mucha flores bonita holandesa. ¿Permite pequeño corrección sin importancia? —Sorry?

El inspector se acercó de nuevo al aparador haciendo con sus manos y brazos lentas semejanzas de las formas caprichosas que salían del florero:

—Un estilo ikebana rikka siete rama, otro estilo shoka shofutai tres rama única. Aquí tú cuatro rama, mucha y poca rama...

El inspector se dio golpecitos en la sien con el puño, quizá para indicar que ponerle cuatro ramas a un florero era algo, no sólo manifiestamente estúpido, sino incluso peligroso para la armonía del cosmos.

La mujer había seguido la mímica del Maestro con gran interés:

Ja, ja... —dijo, esta vez en holandés, no en catalán.

—shoka shofutai siempre tres elemento —siguió el inspector—: shin, soe y tai: una rama de cielo paraíso, otra rama de tierra planetaria y otra rama persona humana. ¿Ahora tú permite pequeño corrección sin importancia?

—Ja, ja... —volvió a afirmar la mujer, completamente rendida a la delicada mímica de aquel extraño policía de edad dudosa y ojos invisibles.

El inspector tiró de una de las flores hasta desprenderla del conjunto del jarrón, recolocó ligeramente las otras con mano experta, y después se alejó unos pasos para valorar el resultado.

—Ah, molt bien, sí... Millor... —dijo la holandesa, que también se había alejado un poco e inclinaba la cabeza como haría el visitante de un museo al admirar una rara obra de arte abstracto.

—Siete rama bien; cuatro rama cosa loca: mejor tres rama pequeño truco dijo el inspector riendo, ji, ji. A los pocos segundos de la magistral maniobra, el chi de la habitación cambió levemente y de pronto se había hecho mucho más fácil sonreír, cosa que la viuda holandesa hizo con gran satisfacción por primera vez en los últimos cinco días.

—Eh: ¿usted quiere recibirnos otro día mañana pasado, por favor? —preguntó el inspector, que no consideró oportuno corregir nada más en aquel salón casi perfecto.

—Oh, ja, ja... —dijo la holandesa.

—Bien, gracias, adiós —dijo el inspector, y esperó a que la anfitriona lo precediera para salir. Poco después, mientras bajaban en el ascensor, Corrales, que no había dicho ni mil en toda la entrevista, se quedó mirando con cara de suspicacia al inspector:

—Pues sí que entiende usté de flores, Maestro... —Ah sí: mucha sabiduría de flores para universo mejor...

—¿Y eso no será cosa de mariquitas?

—Una cosa sola: ¿qué cosa es Ma Li Kita? —Pues esos que andan con cosas de mujeres... —Ah, no: ikebana arte de guerrero samurái... Mujeres nunca flores en Japón antiguo, sólo hombre importante...

Ya salían al paseo Marítimo cuando Corrales, en tono confidencial, advirtió al Maestro:

—Pues vaya usté con cuidao con las flores porque en el Japón serán cosa de machos, pero en España namás les gustan a los raritos... Y no se crea, que aquí donde me ve yo también soy un tío sensible, ¿sabe usté? ... Lo que pasa es que yo manifiesto mi sensibilidá diciéndoles cosas bonitas a las mujeres, que ése sí que es un arte fino a la par que viril y español. Se trata de usar de la metáfora y el doble sentido, que son mayormente las herramientas del poeta... Por ejemplo, ve usté esos dos chochos que vienen de frente...

Caminando hacia ellos, dos jóvenes bañistas belgas volvían de la playa con el cabello y los bikinis mojados. A su paso, Corrales se desvió un poco para homenajearlas:

—Hay que ver lo rico que está el marisco recién sacao del aguales dijo casi en un susurro—. Os iba a llevar al circo pa que vierais al enano...

Las bañistas belgas no entendieron la fina lírica del requiebro, pero la pareja formada por Corrales y el inspector Sakamura resultaba lo bastante pintoresca como para que ambas se volvieran a mirarlos entre risitas.

—Ve usté, Maestro: no hay gachí que se resista a la poesía.

El
President
de la Generalitat se había tomado el Aeroret hacía sólo un rato y prefirió reunirse con el
Conseller de Presidéncia
al aire libre del
Pati dels Tarongers
. (
Patio de los Naranjos, emblemático lugar en el interior del palacio de la Generalitat de Catalunya, cuyos árboles frutales dan lugar al nombre.
)

—¿Y cómo has dicho que aprendió a hablar español? —le preguntó el
President
al
Conseller
mientras miraba muy atentamente una foto que sostenía en su mano.

—Leyendo las instrucciones de una Sony de plasma. Como estaban en japonés y en español, se las apañó para establecer una correspondencia entre los dos idiomas.

—Collons... ¿Estás seguro de que no te han tomado el pelo?

—No lo sé, eso es lo que él dice cuando le preguntan... De todas maneras, el que me lo ha contado lo conoce y lo cree capaz de eso y de más. Se ve que hasta puede hacer fotos mentales.

—Y eso de Maestro
Zen
qué cony significa. —Me parece que es algo de meditación, y cosas de concentrarse...

—Ya... Escolta, ¿y dices que se ordenó como monje budista a los veintitantos años...?

—A los veintitrés.

—¿Y esos budistas son como los capuchinos de Montsecret, o es esa cosa de cantar himnos y andar por los parques haciendo el jipi?

—Me han dicho en el ora que son algo parecido a los monjes cristianos: llevan hábito y la cabeza afeitada, y también hacen votos de pobreza y de castidad...

—Pues en la foto no lleva la cabeza rapada... —A lo mejor es como los curas de aquí, que ya no llevan sotana.

Al
President
se le escapó un petardeo corto pero bastante sonoro por el efecto eco del patio: —Perdona, el Aeroret... Eeehem: qué te iba a decir... Ah sí: así que para hacerse monje budista hay que guardar voto de castidad, ¿no?

—Eso parece.

—¿Y eso quiere decir que el tío no chinga nunca, ni discretamente?

—Ni idea. Pero no se le conoce ni mujer, ni novias, ni líos de faldas de ningún tipo...

—A lo mejor es de la otra acera...

—Puede, pero tampoco se le conocen aventuras en la otra acera... Según me cuentan mis fuentes, es como si fuera indiferente al sexo. A lo mejor es por algo de la disciplina
Zen
... De hecho también ayuna..., dicen que come un día sí y otro no...

El
President
arqueó las cejas sorprendido y movió la foto a modo de abanico para renovar el aire acre que ascendía flotando a su alrededor.

—Así es que ni fuma, ni bebe, ni come, ni chinga... Pues por ahí vamos a intentar distraerlo un poco... dijo al fin, con el tono de quien ha encontrado, si no una solución, al menos una línea de actuación clara.

—¿Distraerlo por dónde? —preguntó el
Conseller
, que era un poco más lento que el
President
y por eso mismo era
Conseller
y no
President
.

—Por la bragueta... —Por qué bragueta ...

El
President
no se molestó en contestar: guardó silencio hasta que se sintió capaz de formular unas cuantas instrucciones claras y directas. El
President
Andreu no tenía el menor parecido físico con el actor James Cagney —gastaba gafas de pasta y fina perilla, ambas cosas muy negras—, pero desde que lo había visto en una película de Billy Wilder haciendo de director de la CocaCola en Berlín, solía imitar sus gestos cuando quería mostrarse resolutivo.

—Toma nota —le dijo al
Conseller
.

»Uno: quiero una lista con información completa de los voluntarios del Experimento Catalonia, con domicilios, profesiones, familia, y todo lo demás. —Chasqueó repetidamente los dedos para enfatizar las palabras importantes.

»Dos: vamos a reunirnos tú, yo y el director de los
Mossos
con aquel tiparraco que preparó el Experimento, ¿cómo se llamaba?

—Doctor Cafarell.

—Ése: quiero tenerlo en la sala de audiovisuales lo antes posible, y que se traigan preparada una exposición de cómo funciona el Reconector, al menos para que podamos entenderlo someramente.

»Y tres: localizame inmediatamente a la Agente 69.

—No jodas, Andreu: ¿a la Agente 69?

—Ya me has oído. Si es necesario, envía un coche oficial a buscarla y me la traes directamente a mi despacho: esto es la guerra.

Prrrrrrrrrrrp, resonó un trémulo estertor en el Pati dels Tarongers, quizá demasiado largo para no dejar un ligero recuerdo untuoso.

Los Innombrables tenían en realidad un nombre: Iraultzaren Komando Euskaldun Abertzaleak, IKEA para los simpatizantes. Sin embargo, el Ministerio del Interior y los medios de comunicación habían logrado ponerse de acuerdo durante algún tiempo para no nombrarlos jamás a fin de no dar publicidad a sus acciones. En realidad, las primeras células activas de los IKEA eran de muy reciente fundación, y, pese a proclamarse principalmente soberanistas vascos, recibían influencias muy diversas: desde grupos escandinavos de liberadores de enanos de jardín, hasta cierta facción de Green Peace que promovía la protección legal de especies tales como la Phthirus pubis, o ladilla común, al parecer en vías de extinción debido al uso indiscriminado del jabón. Pero la popularidad de los Innombrables —apelativo con el que finalmente todo el mundo se refería a ellos— había crecido rápidamente debido a que, a diferencia de otros grupos radicales, conseguían darle al gobierno y sus altos funcionarios toda clase de fatigas sin llegar a atentar jamás contra la integridad física de las personas. Todo ello suscitaba la simpatía de los trabajadores y de gran parte de la clase media, tanto en Euskal Herria como en otros territorios peninsulares, y, sobre todo después de su última acción, cuando lograron embozar con chicle todas las cerraduras de los lavabos del Ministerio de Hacienda y hubo que llamar a los GEO para acabar con el caos de inspectores de cuentas con la vejiga a punto de estallar, habían conseguido trascender el círculo marginal que les era propio para convertirse en incipientes héroes populares.

Precisamente envalentonados por ese reciente éxito, una de las células más activas se había reunido en la trastienda de una taberna afín a la lucha para planear una acción infinitamente más radical y ambiciosa que cualquiera de las acometidas hasta el momento: el golpe definitivo que los situaría en el centro de atención de la prensa mundial.

—Qué pasa: ¿que no hay cojones, o qué? —dijo la Encapuchada n.° 1, naturalmente en euskera. —Que no es eso, joder, si cojones sobran... —se defendió el Encapuchado n.º 2, que había manifestado algún reparo al plan de fuga final.

—Y entonces qué hablas, pues...

—Digo, que la parte de los catalanes la veo clara, joder, pero en Madriz nos la jugamos...

—Oye, que yo tampoco, lo veo claro —terció el Encapuchado n.° 3, que como era del mismo pueblo que el Encapuchado n.º 2 siempre estaba de acuerdo con él.

—Bah: que no hay cojones, digo —insistió la Encapuchada n.° 1, siempre apelando a la testosterona a pesar de ser la única fémina del komando.

—Eeeeh..., ¿cuánto tiempo tendremos que mantenerlo retenido? —preguntó tímidamente el Encapuchado n.° 4

—Eso no lo sabremos hasta el momento —contestó el Encapuchado n.° 6 y cerebro de la célula—, puede que una hora, o dos..., depende de cómo se desarrolle el proceso.

—Pues eso es lo que yo no veo claro —insistió el Encapuchado n.º2—. ¿Tú sabes qué es el dispositivo antifuga que pueden organizar los monos en dos horas? Aquello va a ser una puta ratonera.

Intervino el Encapuchado n.° 5:

—Tampoco tenemos que salir corriendo, joder: simplemente podemos acabar el trabajo y quedarnos por allí tomando unos vinos, z o no? Si todo sale bien, van a estar tan ocupados para mantener controlados a los periodistas que les va a importar poco dónde estemos nosotros...

—Eso —dijo la Encapuchada n.° 1—. Y si nos pillan qué, eh: yo digo que hay que echarle cojones, y punto.

El Encapuchado n.° 6 quiso zanjar el tema: Beno, pentsatuko dut. Ostiralean topatuko gara, eta orduan azalduko dizuet ekintza plana.(
Bueno, habrá que pensarlo, nos vemos el viernes y os explico el plan de acción
.)

Con lo cual quedó desconvocada la reunión.

Aunque las dietas las sufragaba la Interpol, Corrales no quiso abusar y fue a comer con el inspector a El Llamántol d'Or, donde los jueves se incluía el arroz con bogavante en un menú de sólo cuarenta y cinco euros por barba. Aunque naturalmente el menú no comprendía ni los berberechos al vapor, ni los chipironcitos rebozados, ni el Albariño bien frío que Corrales pidió para ir haciendo boca mientras el arroz se cocinaba en su lento chupchup.

El Maestro Salcamura, en cambio, no encontró en toda la carta escrita en cinco idiomas nada compatible con su dieta
Zen
.

—Yo come fruta española de bola no tan roja, gracias —le dijo con su mejor sonrisa al camarero zangolotino que los atendió.

—Mande... exclamó el zangolotino, alzando el pírsin con que se había taladrado una ceja para realzar su estrecha frente poblada de granos.

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