—Eres dura como la mierda —dijo la voz tosca sobre ella—. Y eso significa más que cualquier cosa que yo pueda hacer por ti.
En el silencio de la habitación, Ash escuchó un coro distante. Un ruido de voces femeninas cantando la misa. La diminuta habitación se llenó del aroma de la lavanda; supuso que debía de crecer por allí cerca.
No había nada en la habitación que fuera de ella.
—¿Dónde está mi puta espada? ¡Dónde está mi armadura!
—¡Sí, esa es mi chica!
Ash desvió los ojos para mirar el rostro de Floria.
—Sé que voy a morir antes de cumplir los treinta. No todos podemos ser Colleoni
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o Hawkwood
[73]
. ¿He estado muy cerca?
—No creo que tengas fractura de cráneo... Te he cosido. He pronunciado los encantamientos adecuados. Si aceptas mi consejo, te quedarás en la cama durante las próximas tres semanas, y si aceptas mi consejo, ¡será la primera vez en cinco años! —El brazo del cirujano, que no dejaba de mecerla, se tensó—. Lo cierto es que ya no puedo hacer nada más por ti. Descansa.
—¿A cuántas leguas estamos de Basilea? —Quiso saber Ash—. ¿Qué le ha pasado a mi compañía?
Floria del Guiz soltó un profundo suspiro que Ash sintió contra cada costilla.
—¿Por qué no puedes ser como mis otros pacientes y empezar por «dónde estoy»? Estás en un convento, estamos a las afueras de Dijon, en Borgoña, y la compañía está acampada a medio kilómetro de aquí, por allí. —El dedo largo y sucio apuñaló el aire sobre la nariz de Ash para indicar una dirección por la ventana de la celda.
—Dijon —Ash abrió mucho los ojos—. Joder, eso está muy lejos de los Cantones. Estamos al otro lado del Franco Condado. Bien. Dijon... Tú eres una puta borgoñona, Florian, ayúdame con esto. ¿Conoces este lugar?
—Debería conocerlo. —La voz de Floria del Guiz sonaba áspera. Se incorporó y con ello sacudió el cuerpo de Ash de forma bastante incómoda—. Tengo una tía viviendo a seis leguas de aquí. Lo más probable es que Tante Jeanne esté en la corte... el Duque está aquí.
—¿El Duque Carlos está aquí?
—Oh, desde luego que está aquí. Igual que su ejército. Y sus mercenarios. ¡No se ven los prados de las afueras de la ciudad por culpa de las tiendas militares! —Florian se encogió de hombros—. Supongo que es aquí a donde vino después de Neuss. Es la capital del sur.
—¿Los visigodos han atacado Borgoña? ¿Qué ha pasado con la invasión?
—¿Cómo voy a saberlo? ¡He estado aquí, intentando mantenerte con vida, so estúpida!
Ash esbozó una amplia sonrisa impotente ante la total indiferencia de su cirujano por los asuntos militares.
—Esa no es forma de hablarle a tu jefe.
Florian cambió de posición bajo ella hasta que pudo mirar a Ash directamente a la cara.
—Quiero decir, claro está, «so estúpida, jefe».
—Eso está mucho mejor. Joder. —Ash intentó tensar los músculos para incorporarse y volvió a desplomarse con la cara contorsionada por el dolor—. Menudo cirujano estás hecha. Me siento medio muerta.
—Puedo arreglar lo de la otra mitad cuando quieras...
Una palma fría se posó sobre la frente de Ash. Oyó el gruñido de Floria, un tanto insatisfecho.
El cirujano añadió:
—Hay un peregrinaje hasta aquí cada día, con casi tres cuartas partes de los hombres intentando entrar para hablar contigo. ¿Qué les pasa a estos tíos? ¿No reconocen un convento cuando lo ven? ¿Es que ni siquiera se saben limpiar el culo sin que se lo mandes tú?
—Así son los soldados —Ash apoyó las manos en el colchón para intentar incorporarse—. ¡Mierda! No les habrás dicho que no puedo verlos porque tengo una brecha en la cabeza...
—No les he dicho nada. Esto es un convento. Son hombres. —Florian sonrió con ironía—. Las hermanas no los dejan entrar.
—¡Cristo, pensarán que me estoy muriendo o que ya estoy muerta! ¡Se largarán a firmar con otro en menos de lo que se tarda en decir
condona
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!
—No creo.
Con un suspiro de sufrimiento, Floria del Guiz se levantó de la cama y empezó a levantar el torso de Ash y a apilar almohadas bajo sus hombros y cabeza. Ash se mordió los labios para evitar vomitar.
—No crees... ¿por qué no?
—Oh, eres un héroe. —Floria esbozó una amplia sonrisa torcida y se fue a colocar al lado de la ventana de la celda. La luz blanca del día resaltaba la piel morada bajo los ojos y las arrugas que le partían la carne en las comisuras de la boca—. ¡Eres la Leona! Los salvaste de los visigodos, los sacaste de Basilea y los trajiste a Borgoña; ¡los hombres piensan que eres maravillosa!
—¿Que ellos qué?
—Joscelyn van Mander es bastante ingenuo. Esos militares son unos sentimentales, coño; siempre lo he dicho.
—Me cago en mil. —Ash sintió que las almohadas de plumón de ganso cedían bajo su cuerpo cuando volvió a apoyarse en ellas, mareada—. No tenía ningún derecho a pasearme por Basilea en busca de la Faris y aunque lo tuviera, puse a mis hombres en peligro. Lo digas como lo digas, la jodí. La jodí bien jodida, Florian. ¡Tienen que saberlo!
—Si bajas hoy allí, te echarán pétalos de rosa a los pies. Allá tú — comentó Floria con tono pensativo—, pero si bajas hoy allí, quizá te esté enterrando mañana.
—¡Un héroe!
—¿No te has dado cuenta? —El cirujano señaló con delicadeza hacia arriba—. El sol. Les has devuelto al sol.
—Que les he... —Ash se interrumpió—. ¿Cuándo volvió el sol? ¿Antes de entrar en Borgoña?
—Cuando cruzamos la frontera. —El ceño comprimía las cejas de Floria—. Creo que no me entiendes. El sol solo brilla aquí. En Borgoña. En el resto de los sitios todavía está oscuro.
Ash se lamió los labios, tenía la boca seca.
No, eso no puede ser... ¡no puede ser solo aquí!
Ash apartó con aire ausente las manos de Floria cuando la mujer intentó llevarle un cuenco de madera a los labios. Lo cogió con sus propias manos y tomó un sorbito con el ceño fruncido.
Apagaron el sol. Pero no aquí, en Borgoña. ¿Por qué Borgoña?
A menos que el Crepúsculo Eterno se extienda por donde
...
Donde los ejércitos de la tierra bajo la Penitencia tengan éxito en su invasión. No, ¿cómo podría ser eso?
Quizá no es solo aquí donde hay sol, sino en todas las tierras al norte de lo que ya han conquistado. Francia, los Países Bajos e Inglaterra, ¿allí no se ha extendido todavía el crepúsculo eterno? Mierda, ¡necesito levantarme y hablar con la gente!
—Si los chicos creen que yo los saqué del lío... —Ash continuó la idea—, ¡el Cristo Verde sabrá por qué!... no seré yo quien les diga lo contrario. Necesito la moral tan alta como pueda. Hostia, Florian. Tú eres borgoñón, ¿no? ¿Qué probabilidades tenemos de conseguir aquí otro contrato, teniendo en cuenta que hice un magnífico esfuerzo para acabar con el Duque no hace tanto tiempo?
Ash esbozó una pequeña sonrisa, los labios húmedos por el agua clara de la fuente.
—¿Tu Tante Jeanne nos conseguiría meter en la corte?
La expresión de Floria se cerró como una puerta.
—Será mejor que veas a Robert Anselm hoy —comentó—. Seguramente que a ti no te mate y podría matarlo a él si no lo ves.
Ash parpadeó y por un momento apartó la atención de los visigodos.
—¿Robert? ¿Por qué?
—¿Quién crees que te pisoteó en Basilea?
—Joder...
Floria asintió.
—Estará sentado a la puerta del convento a estas horas. Lo sé porque ha estado durmiendo ahí fuera.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—Tres días.
—¿Cuánto tiempo lleva él ahí fuera? No me lo digas. Tres días. —Ash se puso la cabeza entre las manos e hizo una mueca cuando los dedos entraron en contacto con el trozo afeitado del cuero cabelludo y la dolorosa irregularidad de los puntos hechos con tripa de gato. Se frotó los ojos. De repente fue consciente de que solo llevaba puesta una camisa de dormir rancia y que necesitaba la bacinilla—. ¡Entonces quien ha estado dirigiendo mi compañía!
—El bastardo de Geraint el Galés. —Floria abrió mucho los ojos con expresión inocente—. O al menos creen que se llama así, al parecer. Con el padre Godfrey. Parece tenerlo todo bajo control.
—¡No me digas, por Dios! Entonces ya es hora de que me ponga yo al mando. ¡No quiero que el león Azur se convierta en la compañía de Geraint ab Morgan mientras yo me quedo con el culo sentado en un maldito convento! —Ash se frotó la cara, con el talón de la mano—. Tienes razón, coño; me levantaré mañana, no hoy. Todavía me siento como si me estuviera pisoteando un caballo. Veré a Roberto. Y será mejor que también vea a la
maîtresse
de este sitio. Y me voy a vestir.
El cirujano la miró con expresión irónica pero no hizo otro comentario que:
—Y con todos tus chicos fuera de estos muros, esperas que sea yo tu paje, ¿supongo?
—No te haría daño aprender a ser paje. Eres un cirujano de mierda.
Floria del Guiz estalló en carcajadas, una risotada abierta muy diferente de su habitual risita mordaz. Estaba claro que la había cogido por sorpresa. Flipó y se golpeó el muslo con la palma de la mano.
—¡Perra desagradecida!
—Nadie quiere a una mujer honesta. —Los labios de Ash se curvaron en una involuntaria sonrisa al recordar—. O quizá solo sea una moza rebelde.
—¿Una qué?
—No importa. ¡Por Dios, ya estoy fuera de todo eso!
Y pienso quedarme tan lejos de la Faris como sea posible
.
Muy bien, quizá estemos lo bastante lejos para estar a salvo. De momento. ¿Qué hago ahora? ¡No sé lo suficiente, ni de cerca, sobre esta situación!
Ash giró las piernas con dificultad y se sentó al borde de la cama. La sangre le zumbaba en los oídos y ahogaba el sonido de las palomas que se arrullaban más allá de la ventana. Se balanceó allí mismo, sentada.
—Pobre Robert, coño. Tenía que ser él. Encuéntrame una silla, o al menos un taburete con respaldo. ¡No quiero que me vea con este aspecto, como si la próxima en tener audiencia conmigo fuera a ser la Parca! —Ash se detuvo y luego, tras pensárselo un momento, añadió con tono suspicaz—. ¿Esto es un convento? ¡No pienso ponerme ningún vestido
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!
Florian se echó a reír y pasó a su lado rumbo al cofre de roble que había al lado de la pared contraria. Recorrió con los dedos el cabello sin afeitar de Ash en una caricia suave y afectuosa: Ash apenas lo sintió.
—Mandé a Rickard a recoger tus cosas. La
soeur
no me dejó meter una espada en los confines del convento pero —emergió la cabeza de Floria y en las manos llevaba camisa, jubón y calzas—, tienes tu verde y plata y una media túnica de terciopelo. ¿Estará el jefe contento con esto?
—El jefe se las arreglará muy bien.
Una vez pasado el momento vil de la bacinilla, y medio metida en su ropa, a Ash empezó a parecerle menos incómodo tener a una mujer de paje. Esbozó una amplia sonrisa.
—¿Por qué llevo tantos años pagándote como cirujano, cuando...?
Se interrumpió cuando entró una monja en la celda.
—
¿Soeur?
La gran hermana cruzó las manos en la cintura. Un griñón alto y apretado le robaba al rostro todo contexto y no dejaba más que una amplia extensión de carne blanca e hinchada bajo la luz del sol. Su voz tenía un tono cascado.
—Soy la
soeur
Simeón. Ocupáis mi cama, hija mía.
Ash metió el brazo con un culebreo por la manga del jubón y se apoyó contra el respaldo del taburete mientras Floria se lo ataba bien en el hombro. Habló como si la habitación no estuviera flotando a su alrededor.
—Primero, voy a ver a mi segundo al mando,
soeur
.
—No, aquí no lo veréis. —Los labios de la monja se apretaron formando una línea dura—. Ningún hombre dentro de los muros del convento. Y aún no estáis en condiciones de salir.
Ash sintió que Floria se erguía. Su voz se oyó por encima de Ash.
—Permitidle entrar unos minutos,
soeur
Simeon. Después de todo, me permitisteis entrar a mí... y sé lo que es importante para la salud de mi paciente. Por Dios, mujer, ¡soy cirujano!
—Por Dios, mujer, vos sois una mujer. —Le devolvió el golpe la monja—. ¿Por qué creéis que se os permitió la entrada aquí?
Ash lanzó una risita, casi había oído el
¡uf!
de los humos al bajarse de Floria del Guiz.
—Ese hecho,
ma soeur
, es algo completamente confidencial. Sé que puedo confiar en una mujer de Dios. —Ash apoyó las palmas de las manos en los muslos y consiguió adoptar una postura razonablemente segura de sí misma—. Haced entrar a Robert Anselm en secreto si no queda más remedio pero traedlo. Me ocuparé de este asunto tan rápido como pueda.
La mujer (el hábito de monja le robaba también la edad; podría haber tenido cualquier edad entre los treinta y los sesenta años) entornó los ojos y examinó la habitación encalada de la enferma y a su despeinada ocupante.
—Ya hace tiempo que estáis acostumbrada a hacer las cosas a vuestra manera, ¿verdad,
ma fille
?
—Oh, sí,
soeur
Simeón. Y ya es muy tarde para arreglar eso.
—Cinco minutos —dijo la mujer con firmeza—. Una de las
petites soeurs
estará aquí con vos para salvaguardar la decencia. Iré a organizar unas oraciones.
La puerta de la celda encalada se cerró detrás de la gran mujer.
Ash dio un soplido.
—¡Caray! ¡Allá va un auténtico coronel de regimiento
[76]
!
—Mira quién habla. —Floria del Guiz se fue a revolver en el cofre de roble otra vez y salió con un par de botas bajas. Se arrodilló y embutió los pies de Ash dentro; Ash bajó la vista y miró la cabeza dorada. Hizo amago de extender la mano y acariciar el cabello de la mujer disfrazada, pero luego retiró la mano.
—Estoy toda enredada —dijo—. Arréglame un poco, ¿quieres?
La mujer sacó un peine de cuerno de la bolsa que llevaba en el cinturón, se colocó detrás de ella y le deshizo las trenzas sueltas. Ash sintió un tirón dulce, doloroso a medida que el peine se abría camino desde el final de cada madeja de cabello plateado y desenredaba los nudos solidificados por el sudor. Empezó a latirle la cabeza. Cerró los ojos y sintió en su rostro la calidez del sol que entraba por la ventana y el movimiento del cálido aire de verano.
Primero tengo que arreglar las cosas para que la compañía sobreviva en Borgoña. ¿De qué estamos viviendo? ¡Pero, Cristo, me encuentro tan mal!