—¿Sí?
—Usted se puso nervioso hoy, cuando estábamos descansando en el jardín de aquella casa del vivero. Casi nunca le había visto excitarse, pero me parece que hoy le he visto muy extraño.
Sensei
no contestó enseguida. Pensé que mis palabras habían tenido efecto, aunque al mismo tiempo tuve la sensación de que habían errado. Decidí no decir más, pues creí que no valía la pena. Entonces, inesperadamente,
sensei
se apartó al borde del camino y, bajo los setos recién cortados, se subió los bajos del quimono y se puso a orinar. Mientras, yo me quedé parado haciéndome el distraído.
—Perdón.
Diciendo eso, echó otra vez a andar. Desistí, finalmente, de atacarle. El camino por donde íbamos se iba animando poco a poco. Ya no se veían huertos extensos en pendiente ni terrenos llanos, sino que a ambos lados del camino iba habiendo más y más casas. De vez en cuando, sin embargo, todavía se veía en un rincón de alguna propiedad un huertecito de alubias con palos de bambú para sostenerlas o un gallinero con su tela metálica alrededor. Continuamente, los caballos que venían del centro de la ciudad pasaban por nuestro lado. Todo esto me distraía y el problema, que había ocupado mi mente poco antes, se había ido. Cuando
sensei
volvió sobre ese tema, yo ya lo había olvidado.
—¿Tan nervioso te parecí?
—Bueno, no tanto; pero bueno, un poco sí…
—No me importa. Realmente, me altero si empezamos con el tema de las herencias. No sé tú cómo me ves, pero soy un hombre muy obstinado. No puedo olvidar la humillación y el daño que me causaron, aunque hayan pasado ya diez o veinte años.
Sus palabras eran más subidas de tono que antes. A pesar de eso, lo más sorprendente no era el tono, sino el contenido de sus palabras. Escuchar de su boca una confesión así era totalmente inesperado para mí. Conociendo su carácter, jamás le hubiera imaginado con esa especie de obsesión. Le había tomado por una persona más débil y, precisamente, en tal debilidad noble había puesto yo la raíz de mi afecto por él. Había querido plantarle cara según el humor del momento, pero ante esas palabras me encogí.
Sensei
continuó:
—Me engañaron. Me engañaron familiares míos, personas de mi misma sangre. Nunca lo olvidaré. Eran tan buenos delante de mi padre… Pero cuando él murió, se volvieron malvados. Hasta hoy, la humillación y el daño que me causaron sigue siendo un peso. Y lo será hasta el fin de mis días. Jamás, jamás podré olvidarlo. Pero no me he vengado todavía, aunque creo que estoy haciendo algo mucho mayor que una venganza contra cierta persona. Y es que he aprendido, no sólo a odiarles a ellos, sino a odiar a toda la humanidad, la humanidad que ellos representan. Creo que es suficiente.
Yo no pude decir ni una palabra de consuelo.
31
Ese día la conversación se quedó ahí. Yo me encontraba como atrofiado por la actitud de
sensei
y sin ganas de seguir con el tema.
Tomamos el tren desde las afueras de la ciudad. No hablamos casi nada. Al bajar del tren, tuvimos que despedirnos.
Sensei
parecía algo raro. Con el tono mucho más jovial de lo normal me dijo:
—Desde ahora hasta el mes de junio, va a ser una época más libre para ti, la época más libre de toda tu vida tal vez. Que lo pases bien.
Yo, sonriendo, me quité el gorro. Mirando su rostro, me pregunté en qué parte de su corazón se odiaba a la gente. Ni en sus ojos ni en su boca ni en ninguna parte asomaba sombra de misantropía.
Confieso que he recibido gran beneficio de
sensei
para formar mis ideas. Había, sin embargo, ocasiones en que no pude sacar ningún provecho de él. Sus comentarios, a veces, acababan sin precisar nada. La conversación de aquel día también se quedó en mi mente como inconclusa y sin precisión.
Un día, indiscretamente, se lo dije. Él se reía. Le dije lo siguiente:
—No me importaría nada que no precisara sus palabras si usted fuera tonto, pero sí que me importa mucho si no me dice las cosas claramente, sabiéndolo muy bien.
—Te aseguro que no te oculto nada.
—Sí que me oculta algo.
—Me parece que estás mezclando mis ideas, mis opiniones y mi pasado. Soy un filósofo con pocos conocimientos, pero nunca ocultaría a los demás las ideas que tengo ordenadas en la cabeza. No tengo necesidad de hacerlo. Otro problema distinto sería si tuviera que contarte todo mi pasado.
—A mí no me parece que sea un problema distinto. Son ideas nacidas de su pasado y por eso son importantes. Si separamos los dos temas, perderían su valor. Es como si recibiera un muñeco sin alma; y claro que no puedo estar contento.
Sensei
se me quedó mirando atónito. Su mano, que sostenía un cigarrillo, temblaba ligeramente.
—Eres atrevido —dijo.
—No, simplemente estoy siendo serio. Y seriamente quisiera recibir una lección de la vida.
—¿Aunque te tenga que revelar mi pasado?
De repente, la palabra «revelar» golpeó mis oídos con un ruido horrible. Sentí que la persona sentada frente a mí no era el
sensei
tan apreciado por mí, sino un criminal. Su cara no tenía color.
—¿De verdad que eres serio? —preguntó. E insistió diciendo—: Mi experiencia me ha acostumbrado a sospechar de la gente. Y la verdad es que por eso estoy dudando también de ti. Pero quiero creer en ti. Eres demasiado sencillo para hacerme sospechar. Deseo creer en una persona, sólo en una persona, antes de morir. ¿Puedes ser tú esa persona? ¿Eres serio en el fondo de tu corazón?
—Si mi vida misma es seria, lo que he dicho también lo es.
Mi voz temblaba.
—Bien —dijo
sensei
—, te lo contaré. Te contaré todo mi pasado. A cambio… pero no, no importa. Debes saber de todos modos que mi pasado no va a ser nada beneficioso para ti, y que tal vez sería mejor no escucharme. Y… ahora todavía no puedo contártelo. No lo olvides. Cuando llegue el momento apropiado, te lo contaré.
Cuando volví a mi pensión, seguía aún sintiendo cierto peso en el corazón.
32
Tal como estaba previsto, aprobé, aunque por lo visto mi tesis no les pareció a los profesores tan buena como yo esperaba. El día de la ceremonia de graduación, saqué del baúl de la ropa mi traje de invierno, que olía a moho, y me lo puse. Ocupé mi lugar en la sala de ceremonias y me puse a mirar las caras de alrededor. Todos parecían aguantar bien el mucho calor. No sabía qué hacer con mi cuerpo encerrado en el traje de grueso paño, por el cual no pasaba ni una brizna de aire. En poco tiempo, el pañuelo que tenía en la mano estaba empapado de sudor.
Al terminar la ceremonia, volví a casa y me desnudé. Abrí la ventana del primer piso y observé el mundo hasta donde llegaba la vista con el diploma enrollado a modo de catalejo. Después, tiré el diploma sobre la mesa y me tumbé boca arriba en el centro de la habitación. Pensé en mi pasado e imaginé mi futuro. Este diploma, que dividía a los dos, pasado y porvenir, me pareció a la vez muy importante y también insignificante. Me resultaba, en definitiva, un papel raro.
Esa noche, me habían invitado a cenar en casa de
sensei
. Efectivamente, en una ocasión les había prometido que la noche del día de mi graduación iría a cenar a su casa. La mesa para la cena estaba lista cerca del pasillo de acceso al jardín, en el salón, tal como me habían prometido. Un precioso mantel bien almidonado reflejaba la luz de la bombilla. Cuando comía en esta casa, siempre veía un blanco mantel de lino como los que hay en los restaurantes occidentales; y encima de él tazones de arroz y palillos. El mantel siempre estaba inmaculadamente blanco y recién lavado.
—Igual que el cuello o los puños de una camisa. Si vas a utilizar uno sucio, es mejor elegir uno de color desde el principio. Si es blanco, debe ser absolutamente blanco.
Estas palabras de
sensei
ponían de relieve a mis ojos su manía por la limpieza. Por ejemplo, su estudio estaba muy ordenado. Como yo no me preocupaba demasiado por la limpieza, este rasgo de
sensei
me llamaba mucho la atención.
—
Sensei
tiene la manía de la limpieza, ¿verdad? —le pregunté yo en una ocasión a su mujer. Y ella me dijo:
—Pero de la ropa que lleva, por ejemplo, no se preocupa mucho.
Sensei
, que le escuchaba, dijo riéndose:
—La verdad es que soy un maniático de la limpieza espiritual. Por eso sufro siempre. ¡Qué absurdo carácter el mío!
Maniático de la limpieza espiritual quiere decir nervioso o tener teorías raras sobre la limpieza. En fin, yo no lo comprendí muy bien y me pareció que su mujer tampoco lo entendía.
Esa noche me senté cara a cara ante
sensei
delante del blanco mantel. Su mujer se sentó a un lado, de cara al jardín, teniéndonos a derecha e izquierda.
—¡Enhorabuena! —exclamó
sensei
levantando la copita de
sake
.
Yo no sentía demasiado júbilo. Creo que mi corazón no era de por sí muy inclinado a este tipo de alegría desbordante. Aún así, el tono con que
sensei
lo había dicho tampoco era el más estimulante para alegrarme. Había levantado la copa medio riéndose. No detecté soma en su risa, pero tampoco reconocí la sinceridad de una felicitación. Su risita expresaba algo así como el reconocimiento de que a la sociedad le gusta mucho decir enhorabuena en tales casos.
La señora me dijo:
—Muy bien. ¡Qué contentos deben de estar tus padres!
De repente, pensé en mi padre enfermo. Pensé en que, cuanto antes, habría de llevar el diploma a mis padres.
—Y el diploma de
sensei
, ¿dónde está? —pregunté yo.
—¿Dónde estará…? ¿Estará guardado en algún sitio? —preguntó
sensei
a su mujer.
—Sí, tiene que estar guardado.
Ninguno de los dos sabía bien dónde estaba guardado.
33
A la hora de la cena, la señora dejó que la criada se retirara y ella misma nos sirvió. Parecía ser la costumbre de su casa cuando tenían invitados menos formales. Al principio, una o dos veces me había sentido algo incómodo, pero después de frecuentar su casa, ya no me daba nada de vergüenza cuando le tendía a la señora mi tazón de arroz para repetir.
—¿Quieres té o arroz? ¡Vaya, qué bien comes!, ¿eh?
Había veces que era así de directa hablando. Pero aquel día, por hacer tanto calor, creo que no tenía yo tanto apetito como para que se burlase de mí.
—¿No quieres más? ¡Ahora de repente va a resultar que no te gusta comer!
—Me gusta comer. Lo que pasa es que hace mucho calor y ya no puedo más.
Llamó a la criada para que quitase la mesa y después le mandó que trajera helado y dulces fríos.
—Este helado lo hemos hecho nosotras.
Era evidente que tenía tiempo y tranquilidad para hacer helados caseros y ofrecérselos a sus huéspedes. Yo repetí dos veces.
—Bueno, por fin te has graduado… Y ahora, ¿qué vas a hacer? —me preguntó
sensei
.
Se movió un poco de su sitio, apoyando la espalda contra la puerta corredera que daba al pasillo exterior.
Yo solamente tenía conciencia de haberme graduado sin tener ningún plan de futuro. Al ver que vacilaba en responder, la señora me preguntó:
—¿Profesor? —Y, como no le respondí, añadió—: Entonces, ¿quieres ser funcionario?
Sensei
y yo nos echamos a reír.
—La verdad es que todavía no he pensado nada. Nunca he pensado qué profesión elegir. En primer lugar, creo que si uno no prueba primero, no sabe bien cuál es mejor y cuál peor. Por eso, es complicado decidirse.
—Es verdad. Pero bueno, como tú cuentas con la fortuna de tu familia, puedes estar tranquilo. Hay otros que no tienen esa suerte y no pueden quedarse como tú de brazos cruzados.
Efectivamente, entre mis compañeros había uno que había estado buscando un puesto de maestro de enseñanza media desde antes de graduarse. Sus palabras me hicieron reconocer este caso. Sin embargo, yo dije:
—Es que estoy influido por
sensei
, supongo.
—Conque influido, ¿eh? —dijo ella.
Sensei
, con una sonrisa forzada, dijo entonces:
—No me importa que estés influido por mí. Pero, como te dije el otro día, mientras viva tu padre, tienes que pedirle tu parte de la herencia. No descuides esto en ningún momento.
Recordé entonces aquel día de comienzos de mayo con las azaleas en flor, el día en que hablamos en aquel amplio jardín del vivero en las afueras de la ciudad. Quise repetir aquellas palabras tan bruscas que
sensei
lanzó a mis oídos en el camino de vuelta. Palabras no solamente bruscas, sino tremendas; palabras que, sin embargo, al ignorar yo la razón que tuvo para decírmelas, podrían quedar algo raras dichas ahora por mí. Pero las dije:
—Señora, ¿ustedes son ricos?
—¿Por qué preguntas eso?
—Porque
sensei
no me lo dice aunque se lo pregunte.
Ella miró a su marido sonriéndose.
—Eso es porque no tiene tanto como para decírtelo.
—Pero dígame si con lo que yo tengo podría vivir como vive
sensei
. Será importante a la hora de negociar con mi padre.
Sensei
fumaba y echaba humo mientras miraba al jardín con la cara impasible. Por eso, tenía que dirigirme a ella.
—No tenemos tanto. Sólo para poder vivir con desahogo. Es todo. Pero eso no importa. Lo que importa eres tú. Tienes que hacer algo, de verdad, buscar una profesión o algo. No debes estar como
sensei
y pasarte todo el tiempo holgazaneando.
—Yo no me paso todo el tiempo holgazaneando.
Sensei
se había limitado a volver la cara y negar las palabras de su esposa.
34
Esa noche me disponía a retirarme pasadas las diez. En dos o tres días, debía regresar a mi pueblo y, por eso, antes de levantarme, dije unas palabras de despedida:
—No podré verles durante bastante tiempo.
—Pero en septiembre vendrás otra vez, ¿no? —dijo ella.
Al haberme ya graduado, no tenía ninguna necesidad de volver en septiembre, ni tampoco pensaba pasarme el mes de agosto, la época más calurosa y sofocante, en Tokio. Nada me apremiaba a ponerme rápidamente a buscar trabajo.
—Sí, será en septiembre —respondí yo.
—Entonces, hasta la vista. Nosotros a lo mejor también saldremos a alguna parte este verano. Dicen que va a hacer mucho calor aquí. Si salimos, ya te mandaremos una postal.